Si el cambio generacional continúa en Japón, quizá se presente de forma silenciosa, conforme los jóvenes rehacen el mundo que sus mayores les legaron, simplemente al tomar decisiones diferentes.
Por un momento, parecía que las personas más poderosas de Japón eran tres mujeres de veintitantos años.
En un país en el que se les enseña a los jóvenes a guardar silencio y a ser deferentes con sus mayores, el trío de mujeres decidió pronunciarse después de que el presidente del comité organizador de los Juegos Olímpicos de Tokio hiciera comentarios sexistas este mes, pues sugirió que las mujeres hablan demasiado en las reuniones.
Una petición en línea que las mujeres iniciaron devino en una vociferante campaña en las redes sociales que ayudó a expulsar al líder del comité, Yoshiro Mori, de 83 años, y evitar que designara a otro hombre octogenario para sucederlo. En cambio, su reemplazo es una mujer aproximadamente 25 años más joven que él: Seiko Hashimoto, una exatleta olímpica y legisladora.
En cierto sentido, ese momento fue una señal esperanzadora de que la jerarquía rígida de Japón basada en la edad podía ser contravenida. En este caso, los mayores se vieron obligados a seguir las indicaciones de los jóvenes, quienes se sienten asfixiados por una sociedad en la que los puestos de trabajo más importantes se conceden a menudo en función de los años de servicio y no del mérito y los líderes políticos y empresariales más poderosos tienen 70, 80 o incluso 90 años.
“Entre los jóvenes, creo que esto nos motiva porque sentimos que queremos cambiar ese tipo de situaciones en la sociedad”, dijo Momoko Nojo, de 22 años, estudiante de Economía en la Universidad Keio, en Tokio, una de las tres autoras de la petición que reunió más de 150.000 firmas. “Así que esto se convirtió en nuestra fuente de energía para continuar con estas acciones”.
Hace no tanto, se hubiera esperado que Mori conservara su empleo solo debido a su antigüedad. Pero ahora, el sentir del público no podía ignorarse. Mientras intentaba aferrarse a su puesto con una disculpa, reconoció lo que la gente pensaba al aludir al término japonés “rougai”, usado para describir a una persona mayor que se considera una carga o un obstáculo.
Sin embargo, conforme estos cambios generacionales atraen la atención, es probable que una transformación más general se dé con lentitud. Si bien las actitudes están evolucionando y los jóvenes encuentran una voz desconocida gracias a las redes sociales, solo se han producido destellos de cambio en el lugar de trabajo, además las altas esferas del gobierno y las empresas japonesas siguen estando dominadas por hombres encanecidos.
“Hay un cambio generacional que se está dando en la sociedad civil”, dijo Koichi Nakano, politólogo de la Universidad Sophia en Tokio. “Pero en las salas de poder en la política, los negocios y las organizaciones en general, el férreo control del club de los ancianos sigue estando muy presente”.
Hasta cierto punto, la demografía dicta la hegemonía de los ancianos en Japón. Más de un cuarto de la población tiene 65 años o más, la proporción más grande en todo el mundo. Los japoneses suelen vivir más tiempo gozando de mayor salud que en otras partes y los medios de comunicación pululan con ejemplos de artesanos dinámicos que siguen activos incluso después de los 70 u 80 años. Pero, en ocasiones, los valores anticuados de las generaciones mayores prevalecen.
Es cierto que la edad proporciona experiencia valiosa, pero en Japón muchas veces es el requisito que pesa más que todos los demás.
“La antigüedad y la edad siguen siendo más importantes que la habilidad”, afirmó Jesper Koll, asesor principal de la empresa de inversiones WisdomTree que ha vivido en Japón durante más de tres décadas. “Japón es el campeón mundial de las jerarquías y la posición que uno ocupa no se basa en la capacidad, sino más bien en la edad”.
El sistema de antigüedad perdura en parte porque proporciona una sensación de seguridad. Los trabajadores conocen el camino a seguir y los valores se inculcan mucho antes de entrar en la plantilla; las jerarquías se imponen incluso entre los niños.
“Cuando iba a la escuela, escuché que, si le haces caso ahora a tu ‘sempai’ que es mayor, entonces, cuando tú seas un ‘sempai’, la gente tendrá que escucharte”, contó Ryutaro Yoshioka, de 27 años, y usó la palabra para referirse a los mentores mayores. Así mismo, dijo Yoshioka, en el lugar de trabajo, los empleados que “se quedan en la empresa tarde o temprano ascenderán de puesto”.
Ahora que él trabaja en una firma grande de mercadotecnia en Tokio, entiende las limitaciones de este sistema.
“Aunque no tenga muchas habilidades, hay gente que ha estado en la empresa 10 o 20 o 30 años que tienen puestos muy importantes”, comentó. “Y entre estas personas con poder hay una tendencia a que, cuando dicen algo, todos los demás en la habitación guardan silencio y sienten que ya no pueden decir nada más”.
Esta cultura ha frenado la economía japonesa, según algunos analistas, al premiar la obediencia y eliminar los incentivos para correr riesgos.
“Somos un país con una población que se está encogiendo, una economía estancada y poca innovación”, expresó Nakano, de la Universidad Sophia. “Japón solía producir los Walkman, ahora le compramos aspiradoras al Reino Unido. Es casi cómica la manera en que Japón dejó de innovar”.
Aunque los empleadores han ido abandonando el tradicional sistema de empleo vitalicio que se desarrolló después de la Segunda Guerra Mundial, la mayoría de las grandes empresas siguen contratando a empleados nuevos mediante un sistema conocido como “shukatsu”, en el que los trabajadores entran como una cohorte en cuanto salen de la universidad y se espera que se queden hasta la jubilación.
Muchos jóvenes, aunque lamentan el hecho de no poder asumir funciones de liderazgo hasta que sean mayores, están resignados a que así es como funcionan las cosas. Otros consideran que hay pocas razones para hacer algo que pueda alterar la estabilidad del sistema actual en un país con poco crecimiento económico, pero con una riqueza duradera y un estilo de vida en gran medida cómodo.
“Sentimos un poco de frustración”, expresó Kayo Shigehisa, de 22 años, quien se graduará este año de la Universidad de Estudios Extranjeros de Kioto y planea empezar a dar clases en preescolar, “pero ese es nuestro destino por ser la generación joven”.
Algunos trabajadores jóvenes dicen que hay indicios de cambio, incluso en las empresas más tradicionales. Kaisei Sugawara, de 25 años, el año pasado se incorporó como ingeniero a una de las mayores empresas de seguridad de Japón, reclutado en un programa para graduados universitarios con experiencia internacional.
En su cuarto año en la empresa estará asignado a un puesto en el extranjero, mucho antes que en las generaciones anteriores.
Estos cambios quizá se impongan en Japón aunque el país mismo no lo quiera. Dada la disminución de su población —registró su nivel más bajo de nacimientos en 2020—, el país ya ha empezado a relajar su notoria insularidad, incluso, antes de la pandemia, al invitar a más trabajadores extranjeros. Sin embargo, la Isla del Sol Naciente podría tener dificultades para atraer a las personas con más talento si no recompensa el mérito ni da a los empleados jóvenes la oportunidad de probar nuevas ideas.
Si el cambio generacional continúa en Japón, quizá se presente de forma silenciosa, conforme los jóvenes rehacen el mundo que sus mayores les legaron, simplemente al tomar decisiones diferentes.