Durante la pandemia los grandes empleadores han sido los gobiernos, pero no solo es una tarea pendiente la reducción de las planillas estatales, sino que tampoco todos esos trabajos cumplen con los requisitos de “buen trabajo”.
Cuando hablamos de Responsabilidad Social Empresarial, típicamente es algo que se delega a un grupo pequeño de personas y en las organizaciones más organizadas tienen un departamento que recluta, orquestra y documenta el voluntariado.
La pandemia nos obligó a abrazar la colaboración digital trabajando y “estudiando” desde casa y alguno de estos hábitos parcial o en su totalidad quedarán post pandemia. De igual forma, han traído consecuencias evidentes en productividad, donde muchas empresas han realizado que pueden hacer más con menos recursos y en muchos casos empleando menos personal. Si sumamos esto a la gran cantidad de empresas que han cerrado, especialmente en el segmento de la pequeña y mediana empresa, que emplea a más del 70% de los puestos de trabajo, el reto del empleo es, evidentemente, el más importante intra y post pandemia.
Muchos documentos e ideas se han generado alrededor de este tema y seguramente todos muy bien intencionados; sin embargo, hay un principio que debemos proponer como básico y fundamental ante cualquier iniciativa para superar tan importante y decisivo reto en el futuro de todos los que vivimos en Panamá. El enfoque no debe basarse en creación de trabajo, sino en la creación de “buenos trabajos”.
Como Dani Rodrik y Stefanie Stantcheva, profesores de Harvard, muy bien definieron que un “buen trabajo” es uno relativamente estable, paga suficiente para tener un estándar de vida que permita seguridad y ahorros, que brinde condiciones de trabajo seguras y ofrezca oportunidades de crecimiento. Las compañías que generen estos trabajos contribuirán a la vitalidad de las comunidades.
Durante la pandemia los grandes empleadores han sido los gobiernos, pero no solo es una tarea pendiente la reducción de las planillas estatales, sino que tampoco todos esos trabajos cumplen con los requisitos de “buen trabajo”. No es secreto que mantener puestos de trabajo sumado a las ayudas sociales, permiten tener paz social y no contribuir, aún más, a la deteriorada economía intra-pandemia, pero es imposible pensar en reducir las planillas estatales sin la creación de esas respectivas plazas en el mercado privado.
La otra secuela del Covid-19, además del desempleo, es la desaparición del “ingreso disponible”. Después de cumplir compromisos bancarios y pagar por los servicios esenciales, el que usamos para comprar ropa para salir, ir al salón de belleza o comer en restaurantes. Con lo cual, no importa cuanta ayuda económica se brinde a estas empresas. Si no resolvemos a corto plazo la sequía del “ingreso disponible” estos esfuerzos serán en vano y sin fuente de repago, solo empeorando la situación actual.
Los depósitos en los bancos en el caso de Panamá aumentaron en $11B durante la pandemia, con lo cual, la lógica conclusión es que quienes habían acumulado riqueza antes de la pandemia solo lograron crecerla creando así una desigualdad aún mayor a la que ya teníamos pre-pandemia. Sin embargo, esto crea un espacio importante para inversión interna que, acompañado con la atracción de inversión extranjera directa, me da una brisa de positivismo y esperanza real sobre nuestra capacidad de dejar los efectos económicos de la pandemia en nuestro retrovisor.
Reactivación económica… La famosa reactivación económica, además de cumplir con el principio básico que es la creación de “buenos trabajos” debe tener un propósito, un fin en mente que todos compartamos y no una larga lista de acciones que pocos entienden cómo se implementan, carecen de recursos y muy difícilmente podemos comprender como se relacionan las unas con las otras o si existe algún orden lógico de implementación basados en principios como el “causa-efecto”. Esto es muy poderoso, especialmente en momentos como el que vivimos, no es lo mismo enamorar a una nación, al mundo, con el concepto de “poner un hombre en la luna” a una extensa lista: Crear sistema de comunicación y colaboración (Internet), construir con materiales más fuertes y más livianos (fibra de carbón), crear herramientas para trabajar y ser más productivos (computadoras), crear sistema de comunicación a distancia usando las radiofrecuencias (que dieron inicio a la telefonía celular).
Aunque ninguno de nosotros haya ido a la luna, hoy, cuando salimos a montar nuestra bicicleta usamos 3 o más de las tecnologías desarrolladas, porque quisimos hace 60 años “poner a un hombre en la luna”.
La creación de “buenos empleos” no debe ser negociable y las políticas públicas actuales diseñadas para aumentar las capacidades actuales (know how) y la creación de “empleos” deberían ampliarse a alianzas con el sector privado que explícitamente busquen la creación de “buenos trabajos”.
Todas nuestras inversiones, iniciativas y planes de innovación deben pasar la prueba de ácido de si crearán o no “buenos trabajos” y de no tener ese retorno debemos cambiar su prioridad. El nuevo orden económico requiere de un acuerdo ganar-ganar entre el sector privado y el Gobierno, acuerdo que otorgará a ambos su nueva licencia… su “licencia social”.
Esta licencia se perfeccionará, a través de la firma con sangre de un contrato social, para el cual las empresas necesitan una fuerza laboral con destreza y confiabilidad, buena infraestructura, un nutrido ecosistema de suplidores y colaboradores, acceso fácil a tecnología y un régimen de contratos y derechos de propiedad transparente y confiable. Todo lo anterior lo debe proveer el Gobierno, este y los que vengan por lo que este contrato debe ser firmado por todos los actores políticos para que tenga efecto.
El Gobierno (este y los que vengan), necesita que internalicen lo que externalizan, así creando más “buenos trabajos” privados locales con todos los beneficios que estos brindan, tomar decisiones de invertir e innovar que produzcan dividendos sociales y no solo económicos. El sector privado debe cumplir con esto no como parte de un estéril esfuerzo de responsabilidad social empresarial, sino amparado en políticas públicas que estimulen, premien y regulen estas prácticas. Este es un modelo opuesto a lo que hemos aprendido en las últimas décadas, pero congruente con nuestro objetivo único “la creación de buenos trabajos”.
En esencia, para obtener esta licencia social a la que todos debemos aspirar tener y cuidar una vez la tengamos, tenemos todos que firmar este nuevo contrato econo-social, fundamentado en lo que hoy es un sueño y mañana nuestro orgullo, “la creación de buenos empleos”.