Hidekazu Yokoyama puso un anuncio, con una compañía que ayuda a los propietarios de pequeñas empresas en localidades remotas a encontrar a alguien que tome las riendas. Precio de venta: cero yenes.
MONBETSU, Japón — Hidekazu Yokoyama se ha pasado tres décadas construyendo una próspera empresa de logística en Hokkaido, la nevada isla del norte de Japón, una región que abastece al país de una gran parte de la leche que consume.
El año pasado, decidió regalarla toda.
Fue una solución radical para un problema que se ha vuelto cada vez más común en Japón, la sociedad más vieja del mundo. Debido a que la tasa de natalidad del país ha descendido mucho y su población ha envejecido, la edad promedio de los empresarios ha aumentado a aproximadamente 62 años. Casi el 60 por ciento de las empresas del país informan que no tienen ningún plan a futuro.
Aunque Yokoyama, de 73 años, se sentía demasiado viejo para continuar mucho más tiempo, no tenía la opción de renunciar, ya que demasiados agricultores habían llegado a depender de su empresa.
“En definitiva, no podía marcharme de la empresa”, comentó. Pero ni a sus hijos ni a sus empleados les interesaba hacerse cargo de ella. Y no muchos posibles empresarios querían mudarse a esta lejana y fría región del norte.
Así que puso un anuncio con una compañía que ayuda a los propietarios de pequeñas empresas en localidades remotas a encontrar a alguien que tome las riendas. Precio de venta: cero yenes.
El esfuerzo de Yokoyama representa uno de los posibles impactos económicos más devastadores por el envejecimiento de la sociedad japonesa. Es inevitable que muchas pequeñas y medianas empresas cierren conforme la población disminuya, pero los legisladores temen que el país pueda verse afectado por un incremento de cierres a medida que los empresarios viejos se jubilen en masa.
En una apocalíptica presentación de 2019, el Ministerio de Comercio de Japón proyectó que para 2025, cerca de 630.000 empresas lucrativas podrían cerrar, lo que tendría un costo de 165.000 millones de dólares para la economía, así como de 6,5 millones de empleos.
El crecimiento económico ya es bastante raquítico y las autoridades japonesas se han puesto en marcha con la esperanza de evitar una catástrofe. Las oficinas gubernamentales han emprendido campañas de relaciones públicas, a fin de instruir a los empresarios viejos sobre las opciones disponibles para que sus empresas continúen cuando ellos se jubilen, y han instalado centros de servicio para ayudarles a encontrar compradores.
Con el propósito de facilitar las cosas, las autoridades han establecido importantes subsidios y ventajas fiscales para los empresarios nuevos.
Aunque en el mercado se han encontrado compradores ideales para negocios maduros, puede parecer casi imposible encontrar a alguien que tome las riendas de muchas empresas pequeñas, pero vitales en términos económicos.
Según el Ministerio de Comercio de Japón, en 2021, los centros de ayuda del gobierno y los cinco servicios principales de fusiones y adquisiciones solo hallaron compradores para 2,413 empresas. Otras 44.000 fueron abandonadas. Más del 55 por ciento de ellas aún eran rentables cuando cerraron.
Muchas de esas empresas estaban en ciudades y pueblos pequeños, donde el problema de la sucesión puede ser una amenaza existencial. El cierre de un negocio, ya sea un empleador importante a nivel local o solo una tienda de comestibles del pueblo, puede dificultar aún más que esos lugares sobrevivan al constante desgaste de la población que envejece y a la migración hacia las áreas urbanas, la cual está dejando sin gente a las zonas rurales.
Después de que un programa de búsqueda de compradores gestionado por el gobierno no pudo encontrar a alguien que sustituyera a Yokoyama, un banco le sugirió que recurriera a Relay, una empresa con sede en Kyushu, la isla de Japón que se ubica más al sur.
Relay se ha distinguido por apelar al sentido de comunidad y propósito de los posibles compradores. Sus anuncios, que muestran a empresarios sonrientes frente a sus locales de sushi y campos idílicos, están diseñados para atraer a los agobiados citadinos que sueñan con tener un estilo de vida diferente.
En el caso de Yokoyama, la tarea no era fácil. Para la mayoría de los japoneses, el pueblo donde estaba su empresa, Monbetsu, el cual tiene una población de alrededor de 20.000 habitantes que va en descenso, bien podría ser el polo norte.
Las únicas industrias que hay son las pesqueras y las agrícolas y muchas entran en hibernación conforme se acortan los días y la nieve se acumula en los aleros de los tejados. En pleno invierno, llegan algunos turistas a comer hueva de salmón y ostiones y a ver los témpanos de hielo que bloquean el modesto puerto de la ciudad.
A medida que los agricultores de la localidad han envejecido y sus ingresos se han reducido, cada vez más de ellos han llegado a depender de Yokoyama para trabajos como cosechar el heno y quitar la nieve. Su día comienza a las cuatro de la mañana y termina a las siete de la noche. Duerme en una pequeña habitación que tiene atrás de su oficina.
Sería “dificilísimo” si su negocio cerrara, comentó Isao Ikeno, gerente de una cooperativa cercana de productos lácteos que ha recurrido mucho a la automatización, puesto que cada vez es más difícil encontrar empleados.
En la granja de la cooperativa, 17 empleados se encargan de 3,000 cabezas de ganado y la empresa de Yokoyama llena los vacíos. Ikeno explicó que ninguna otra empresa de la zona puede ofrecer esos servicios.
Yokoyama comenzó a pensar en jubilarse hace unos seis años, pero no tenía claro qué pasaría con la empresa.
Aunque había contraído una deuda de poco más de 500.000 dólares, las políticas relacionadas con generosos estímulos económicos han mantenido durante varios años las tasas de interés al mínimo, cosa que ha aligerado la carga y el margen de ganancia anual de la empresa era de más o menos el 30 por ciento.
El anuncio que puso en Relay admitía que el trabajo era difícil, pero decía que no se necesitaba experiencia. El mejor candidato sería alguien “joven y dispuesto a trabajar”.
Llegaron 30 solicitudes. Entre quienes manifestaron interés estaba una pareja y el representante de una empresa que planeaba expandirse. Yokoyama se decidió por alguien impensado: Kai Fujisawa, de 26 años.
Un amigo le había mostrado a Fujisawa el anuncio de Relay y él de inmediato se subió al auto y se presentó en la puerta de Yokoyama, impresionándolo con su juventud y entusiasmo.
Sin embargo, la transición no ha sido fácil. Yokoyama no está totalmente convencido de que Fujisawa sea la persona adecuada para el trabajo. La curva de aprendizaje es más pronunciada de lo que cualquiera de ellos habría imaginado y los empleados de Yokoyama, unos fumadores empedernidos de cabello canoso, no están seguros de que Fujisawa pueda estar a la altura del prestigio de su jefe.
La mayor parte de los 17 empleados de la empresa tienen entre 50 y 60 años y no se sabe bien dónde encontrará Fujisawa personas que los remplacen cuando ellos se jubilen.
“Hay mucha presión”, señaló Fujisawa. “Pero cuando llegué aquí, estaba dispuesto a hacer esto por el resto de mi vida”.