Los aspectos señalados son, a su manera, muestras de la fe de los pueblos de antaño, conceptos religiosos que consideraban relacionados a acontecimientos que ocurrían y afán por conservar la conducta que se debía mantener en días destinados a la meditación.
En la Semana Santa se conmemora la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús de Nazaret, por lo que son días muy importantes para los cristianos, tradicionalmente de luto, oración y guarda.
Con el transcurrir de los años, en esta época de reflexión y respeto, las prohibiciones ancestrales en los pueblos para hacer honrar el significado de los días santos originaron múltiples leyendas sobre consecuencias para quienes no cumplieran con la solemnidad del duelo del hecho más significativo para la humanidad.
Hayan ocurrido o no, estas narraciones populares se convirtieron en creencias y se transmitieron de generación en generación, a través de la comunicación verbal, por lo que forman parte del folclore.
Se decía que, en esos días de connotación estrictamente religiosa, “el mal andaba suelto”, claro, sin la idea del mal no habría concepto del bien. Tragedias inimaginables podían ocurrir. Los mayores, principalmente, advertían sobre las posibles calamidades que sucederían a causa de la desobediencia.
En vísperas de la Semana Mayor, hacemos alusión a algunas restricciones de aquellos tiempos que se fueron olvidando con la modernidad. Lo cierto es que, por el temor o recelo que causaban, de seguro corrigieron o establecieron límites en el comportamiento en días destinados al recogimiento.
A continuación, contaremos algunos de los señalamientos de nuestros antecesores debido a la creencia de ciertas actividades que acarreaban tragedias.
No se debía sacar de los hogares a los niños que no estuviesen bautizados porque eran vulnerables al maligno y podían ser raptados por almas errantes que hubiesen perdido bebés. En esos días los infantes permanecían en sus casas, muy arropados y bajo rezos. Por eso, antes de esas fechas, a los padres les urgía realizar el sacramento del bautismo.
Quienes en fechas sagradas tuvieran intimidad podían quedar pegados como castigo por esa falta, y lo peor es que sin remedio existente conocido. Ante esos fuertes motivos, exponerse a ese riesgo era verdaderamente tenaz, aparte de la vergüenza que tendrían que pasar. La abstinencia entre las parejas no solo era la mejor opción, sino la única, así que los novios ni se aparecían por allí.
No se podía meter en los ríos, playas, lagos, ni tomar baños de mucho tiempo, pues la persona podría convertirse en un pececito. Por lo tanto, sin la posibilidad que lo reconocieran en alguna corriente y lo darían por perdido. Pensarse pez en el agua siempre, con el peligro de ser atrapado para alimento o devorado por otros peces, era otro temor.
Por ningún motivo era posible clavar el Viernes Santo porque esa acción había sido parte del martirio de Jesucristo. Toda actividad con martillo, clavos y fuerza de golpes estaba prohibida, ni se podían tocar esas herramientas. Estas se guardaban en un saco que se confeccionaba especialmente para cubrirlas. Su uso se consideraba una burla a la crucifixión, por lo que podría atraer tristeza a la vida.
Tenía que prevalecer la calma, de allí que no era permitida la música, que en esos tiempos era con tambor y violín mayormente; tampoco bailar ni tomar, pues nada se estaba celebrando. Solo era aceptable la marcha procesional o cantos sagrados. Eran momentos de espiritualidad y concentración, en los cuales todos los sentidos debían estar en los misterios de la Semana Santa.
No se podían efectuar juegos de suerte, porque la túnica de Jesucristo fue sorteada de esa manera, mucho menos emplear dados. Tampoco efectuar ningún tipo de apuestas. Eran días de descanso en los cuales había que alejarse de lo que conllevara a la diversión. Todo ello ofendía a Dios, decían, por lo que hacerlo atraería la mala suerte.
Ni que pasara por la mente subir a un árbol y dejarse llevar por el deseo de mirar desde arriba o tomar alguno de sus frutos. La advertencia era que después de desplazarse hacia él y realizar el esfuerzo de llegar a sus ramas sin percance, allí se quedaría viviendo por siempre, balanceándose a través de los árboles, pues le saldría cola y se convertiría en mono.
Como eran días en que se consideraba rondaba el peligro, no se prendía fuego para evitar accidentes. No se hacían quemas y tampoco se utilizaba el fogón, en fin, nada que generara llamas. La alternativa era comer pescado secado al sol, proceso que realizaban durante un día completo y que también lograba que se conservara más tiempo.
A los niños a quienes les encanta jugar, brincar y corretear por los senderos, se les mantenía más tranquilos previniéndoles que si lo hacían y se alejaban, perderían el camino y podían convertirse en caballos, sin poder gritar para pedir auxilio sino relinchar. Del susto se mantenían quietos, al menos por un buen rato.
Nadie debía alejarse de su grupo familiar porque se suponía que los duendes lo perderían. En esos casos, para que encontraran el camino de regreso y aparecieran tenían que ser buscados por los padrinos y madrinas con oración y agua bendita en mano.
Las personas en Semana Santa antes se vestían de oscuro y recatadas, de un luto severo como demostración de dolor y penitencia. Simbolizaba respeto por la muerte de Jesucristo, así como ausencia de luz por su partida en esos días tan delicados.
Los aspectos señalados son, a su manera, muestras de la fe de los pueblos de antaño, conceptos religiosos que consideraban relacionados a acontecimientos que ocurrían y afán por conservar la conducta que se debía mantener en días destinados a la meditación.
Comprender la razón de las tradiciones es lograr conocer la identidad de los pueblos. En esta Semana Santa le exhortamos a la mesura y a alejarse de las pasiones que no permitan la reflexión sobre los últimos momentos de la vida de Jesús y su inmenso regalo.