WASHINGTON — Los poderes del presidente estadounidense para iniciar una guerra se han fortalecido durante casi dos décadas, desde los ataques del 11 de septiembre de 2001, que llevaron a Estados Unidos a una era de conflicto perpetuo. Esos poderes ahora están en manos del presidente más volátil en la historia reciente.
La decisión del presidente Donald Trump de autorizar el asesinato de un importante líder militar iraní podría ser la acción que desencadene una conflagración regional, o podría solo tener un impacto geopolítico marginal, como muchos de los asesinatos selectivos que han sido ordenados por Trump y sus predecesores. Pero es el ejemplo más reciente del modo caprichoso en que el presidente, como comandante en jefe, ha elegido usar sus poderes letales.
En sus medidas respecto a Irán, Siria, Yemen y Afganistán durante los últimos tres años, Trump ha mostrado poca evidencia de que tome sus decisiones sobre la guerra y la paz después de una deliberación cuidadosa o una seria consideración de las consecuencias.
En junio, Trump sorprendió a su vicepresidente, a su asesor de seguridad nacional y a su secretario de Estado cuando se retractó y suspendió un ataque a Irán cuando solo faltaban 10 minutos para ejecutarlo. Esa decisión, que se produjo días después de que Irán derribó un avión no tripulado de reconocimiento estadounidense, se debió en parte a que Trump consultó a Tucker Carlson, el presentador de Fox News, quien le recordó al presidente que se había comprometido a salir de los conflictos en el extranjero en vez de comenzar nuevas conflagraciones. Un ataque contra Irán, según Carlson, podría hacer enojar a la base política del presidente.
Poco más de seis meses después, Trump ordenó el asesinato del general Qasem Soleimani, quien dirigía la poderosa Fuerza Quds de la Guardia Revolucionaria de Irán. Esa acción, que se produjo después de que un ataque con cohetes realizado el 27 de diciembre por fuerzas vinculadas a Irán mató a un contratista estadounidense en Irak, fue considerada como demasiado desafiante por los presidentes George W. Bush y Barack Obama, por lo que nunca la autorizaron.
Los poderes de guerra que el Congreso le otorgó al presidente en los años posteriores a los ataques del 11 de septiembre, combinados con los impresionantes avances en la tecnología militar, le han dado al ocupante del Despacho Oval el poder de rastrear y matar a personas prácticamente en cualquier lugar en la tierra. Soleimani ni siquiera era un blanco particularmente difícil en el aeropuerto internacional de Bagdad el 3 de enero, cuando su convoy fue alcanzado por misiles disparados por el avión no tripulado estadounidense MQ-9 Reaper.
No queda claro por qué Trump ve el asesinato de Soleimani como un avance para su agenda más amplia respecto a Irán, y el 3 de enero definió la operación como una medida única: un paso necesario para garantizar que las tensiones entre Estados Unidos e Irán no se salieran de control. Soleimani estaba tramando “ataques inminentes y siniestros” antes de que “lo atrapáramos en el acto y acabáramos con él”, dijo el presidente desde su complejo vacacional en Palm Beach, Florida, aunque los funcionarios del gobierno no describieron ninguna amenaza distinta a las acciones que ya se sabía desde hace años que el general había estado organizando.
“Anoche tomamos medidas para detener una guerra. No tomamos medidas para comenzar una guerra”, dijo Trump. Muchos expertos militares consideran que la decisión del presidente de matar al general en este momento es una escalada potencialmente imprudente. Pero su política hacia Irán, que los funcionarios gubernamentales definen como una campaña de “máxima presión”, ha subestimado durante mucho tiempo cómo podría responder ese país a las sanciones económicas que han paralizado su economía.
Cuando los agentes iraníes agujerearon buques petroleros en el golfo de Omán en junio y lanzaron ataques con aviones no tripulados en instalaciones petroleras sauditas en septiembre, Trump optó por no ordenar una respuesta militar directa e inmediata. Sin embargo, un día después del ataque con un dron contra Soleimani, el Pentágono anunció que enviará alrededor de 3000 soldados más a Kuwait como medida de precaución ante las crecientes amenazas a las fuerzas estadounidenses en la región.
Lindsay P. Cohn, profesora de ciencias políticas en el Naval War College, dijo que Trump parece estar convencido de que la muerte de Soleimani no generará un aumento significativo de la violencia en el Medio Oriente. Además, esa acción satisface dos necesidades imperativas para él: parecer duro sin asumir, al menos por ahora, nuevos compromisos.
“No quiere enredarse, pero no quiere parecer débil”, dijo Cohn, y agregó que sus opiniones no representaban necesariamente las del Departamento de Defensa.
El enfoque impredecible del presidente respecto a Irán ha dejado un rastro de aliados descontentos, incluidos los aliados europeos de la OTAN, que han manifestado su enojo por su decisión de retirarse del acuerdo nuclear de Irán de 2015, y las naciones árabes de la región del golfo Pérsico, que ya no confían en la resolución de Trump de apoyarlos en caso de un ataque directo de Irán.
El lenguaje contundente de Trump sobre la locura de las guerras en Irak y Afganistán hizo que algunos concluyeran que era reacio al uso de la fuerza. Pero sus decisiones demuestran lo contrario, dijo Micah Zenko, un experto en seguridad nacional que escribe con frecuencia sobre los presidentes estadounidenses y el uso del poder militar.
Durante los tres años del gobierno de Trump, los ataques aéreos en Afganistán, Irak y Somalia han aumentado considerablemente, al igual que las víctimas civiles, dijo Zenko. Pero en lugar de centralizar las decisiones sobre el despliegue de fuerza letal en la Casa Blanca, Trump suele delegar autoridad para llevar a cabo esas acciones a los comandantes militares.
Zenko describió al presidente como un “halcón pasivo”, que quiere parecer duro sin tomar decisiones sobre el uso de la fuerza militar que puedan generar compromisos a largo plazo.
El presidente Donald Trump habló en el Ministerio Internacional El Rey Jesús, en Miami, el viernes 3 de enero de 2020. (Eric Thayer / The New York Times).