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El primer debate presidencial en seis claves

El primer debate presidencial en seis claves
El presidente Trump y Joseph R. Biden Jr. se enfrentaron en el primer debate presidencial el martes 29 de septiembre por la noche en Cleveland. Foto: Doug Mills/The New York Times

¿De qué sirvieron 90 minutos de caos en un año de agitación? El presidente Donald Trump y Joseph R. Biden Jr. aparecieron juntos en el escenario por primera vez el martes 29 de septiembre. No fue exactamente un debate.

Gritos, interrupciones y a menudo incoherencias llenaron el aire mientras Trump, a propósito y repetidamente, vapuleaba y se burlaba tanto de su rival como del moderador en una confusión que mostraba la urgencia del presidente de Estados Unidos para poner fin a una carrera en la que las encuestas lo muestran rezagado.

Biden se esforzó en expresar sus puntos de vista por sobre la corriente de interjecciones de Trump, dirigiéndose directamente a la cámara para refugiarse de un embrollo que difícilmente representaba un concurso de ideas. Pero Biden no tropezó, contradiciendo meses de dudas planteadas por la campaña de Trump sobre su aptitud mental, y Trump pareció hacer poco para atraer a los votantes que aún no formaban parte de su base.

El impacto que tendrá el desordenado debate en la campaña —dado que el 90 por ciento de los votantes dicen que ya están decididos— es una pregunta que queda en el aire. Aquí hay seis conclusiones de lo ocurrido la noche del martes.

Trump atropelló todo

Desde la campanada de apertura, Trump salió como un atacante, al hablar por encima de Biden en lo que parecía ser casi un desastre premeditado: arrastrar a un concurso de lanzamiento de lodo al exvicepresidente, quien se ha presentado como un estadista que promete restaurar el alma de Estados Unidos.

Arrasó a Biden y al moderador, Chris Wallace, durante toda la noche. Pero su objetivo, aparte de hacer un concurso enrevesado, era menos claro. Trump parecía enfocado principalmente en socavar y desorientar a Biden, más que en presentar una agenda o una visión para un segundo mandato en la Casa Blanca.

“He visto peleas de comida mejor organizadas en un campamento de verano”, dijo Michael Steel, un estratega republicano. “Pero Trump necesitaba una victoria clara, y no la obtuvo”.

La actuación de Biden fue en buena medida adecuada. Se tragó algunas de sus propias líneas y Trump habló por encima de otras.

Antes del debate, Wallace había dicho que, si tenía éxito, su trabajo era ser “lo más invisible posible”. A veces se las arreglaba para retroceder, aunque en otras ocasiones se veía envuelto en el festival de gritos. Raramente ejerció el control sobre el caos. “¿Si quiere cambiar de asiento?”, ofreció en un momento dado a Trump, con el mejor de los ánimos.

La actuación mantuvo el foco de atención en Trump —a menudo donde parece gustarle— pero también donde la campaña de Biden quiere toda la atención de unas elecciones que el demócrata ha presentado como un referéndum sobre el actual presidente.

En su mejor momento, Biden giró hacia la cámara… y lejos de Trump

La visceral aversión de Biden hacia Trump prácticamente estalló a través de la pantalla. Le dijo a Trump que se callara. Lo llamó payaso y mentiroso. Lo etiquetó como racista. “Eres el peor presidente que ha tenido Estados Unidos”, dijo en un momento dado. “Sigue ladrando, hombre”, dijo en otro.

Pero en la mayor parte, Biden logró evitar la carnada que Trump le lanzaba. En su lugar, siguió girando —físicamente— para enfrentar a las cámaras y dirigirse al pueblo estadounidense en lugar de a su rival parlanchín.

“Esto no se trata de mi familia o de la familia de él”, dijo Biden en un momento, después de que Trump intentó provocarlo con un ataque a su hijo Hunter. “Se trata de la familia de ustedes. El pueblo estadounidense. Él no quiere hablar de lo que ustedes necesitan”.

El exvicepresidente se sintió más fuerte y más cómodo con los temas en los que se ha centrado de forma abrumadora en los últimos seis meses: la pandemia del coronavirus y la consiguiente recesión económica.

“¿Qué tan bien les va?”, preguntó Biden a la audiencia televisiva sobre la economía, presentando a Trump como el candidato de los adinerados, aprovechando el reciente informe de The New York Times de que Trump había pagado solo 750 dólares en impuestos federales sobre la renta tanto en 2016 como en 2017.

Girar hacia las cámaras le dio a Biden refugio del constante flujo de palabras que venían del otro lado del escenario, y le ayudó a aterrizar algunas de sus ideas más efectivas y empáticas, un área que sus asesores ven como crucial para su atractivo.

Cuando Trump se jactó de sus grandes mítines, que se celebran en contra del consejo de muchos funcionarios de salud pública, Biden dijo: “No está preocupado por ustedes”.

Trump quiere seguir presentándose como el outsider

Donald Trump es el presidente. Dio su discurso de la convención de su partido en el terreno de la Casa Blanca. Pero logró uno de sus más grandes éxitos hace cuatro años al postular contra Hillary Clinton, a quien presentó como una veterana de Washington que había fracasado. Y no está dispuesto a renunciar a ese ángulo en 2020.

En los debates de 2016, Trump criticó a Clinton por su fracaso en transformar fundamentalmente al país. “Ha estado haciendo esto 30 años”, dijo de ella entonces.

Retomó casi literalmente la misma frase contra Biden: “¿Por qué no lo hiciste en los últimos 25 años?”, lo desafió sobre la reforma del código fiscal.

“En 47 meses”, dijo Trump en una de sus mejores frases, claramente preparada, “He hecho más que tú en 47 años, Joe”.

En ocasiones, como para Hillary Clinton, fue un duro ataque para Biden. Pero a diferencia de ella, él contaba con el historial de Trump como presidente para contraatacar.

“Será el primer presidente de Estados Unidos”, respondió en un momento Biden, “que abandonará el cargo con menos empleos en su gobierno que cuando se convirtió en presidente”.

Trump no condenó el supremacismo blanco ni instó a sus partidarios a la guardar la calma

Cuando se le pidió que condenara a los supremacistas blancos, Trump les pidió “retroceder y aguardar”.

Una de las razones principales que Biden ha dado para postular a la presidencia a los 77 años son los nacionalistas blancos que se reunieron en Charlottesville, Virginia, en 2017 y la renuencia de Trump a condenarlos.

El martes el presidente volvió a negarse a hacerlo a pesar de que Wallace le preguntó directamente si lo haría.

“Estoy dispuesto a hacer eso”, empezó Trump antes de decir más bien que “casi todo lo que veo es de la izquierda. No de la derecha”.

Al final, después de que Biden sugirió que condenase a los Proud Boys (Chicos orgullosos), una organización de extrema derecha ampliamente considerada como un grupo de odio, Trump declaró: “Proud Boys: retrocedan y aguarden”.

Fue un momento que probablemente sobrevivirá la noche.

El congresista Ro Khanna, demócrata por California, dijo: “El problema no es que Trump se rehusara a condenar el supremacismo blanco. Es mucho peor. Es que reconoció que es su líder al decirles que ‘aguarden’”.

Más tarde, Trump también se rehusó a decir que acataría los resultados de las elecciones y se negó a indicarle a sus seguidores que mantuvieran la calma y evitaran los disturbios civiles.

“Si veo decenas de miles de boletas, no puedo estar de acuerdo con eso”, dijo Trump y alentó a sus seguidores a acudir a las urnas “y observar con mucho cuidado”.

Biden dijo que acataría los resultados e instó a la calma.

Trump hizo poco por atender la brecha de género

Biden ha apostado a una ventaja constante en la carrera electoral en gran parte debido a una brecha de género histórica: las mujeres lo apoyan mucho más que a Trump, y por un margen mucho mayor que la ventaja que tiene Trump entre los hombres. Si bien el presidente intentó en ocasiones adaptar explícitamente sus argumentos a las mujeres de los suburbios, que han estado en el centro de su merma demográfica, parecía poco probable que su actuación intimidante las recuperara.

Desde hace mucho, Trump ha visto la política en términos de fuerza y debilidad, ganar y perder, pero sus interrupciones y autobombo parecieron poco adecuados para expandir su coalición política.

“A menos de que su estrategia fuera alienar más a las mujeres para ver si eso le ayuda a ganar a más hombres, no”, dijo Sarah Isgur, quien fue vocera de Jeff Sessions cuando él fue fiscal general en el gobierno de Trump y quien ahora escribe para The Dispatch, un sitio conservador de noticias.

O como dijo Anne Caprara, estratega demócrata y jefa de personal del gobernador J. B. Pritzker de Illinois: “No conozco a ninguna mujer que esté viendo que no se encuentre asqueada por todo lo que hizo Trump”.

Las dificultades de Trump en los suburbios son, en parte, resultado de su decreciente apoyo entre los votantes con educación universitaria. Al burlarse de la decisión de Biden de usar cubrebocas con frecuencia —algo que los funcionarios de salud han recomendado— enfatizó su rechazo a la ciencia cuando conviene a sus propósitos políticos.

“Yo no uso mascarilla como él”, dijo Trump. “Cada que lo ven, trae mascarilla. Podría estar a 200 metros de él y aparece con la mascarilla más grande que he visto”.

Biden rechazó la etiqueta de izquierdista

Más allá de atacar la aptitud mental de Biden —que redundó en beneficio de Biden, al disminuir las expectativas que había en torno a su desempeño— una de las líneas de ataque más consistentes de Trump fue que Biden es de hecho un izquierdista o incluso un socialista que se hace pasar por centrista.

Trump, cuya estrecha victoria de 2016 fue beneficiada por los desencantados partidarios liberales del senador Bernie Sanders que no acudieron a votar o que votaron por un tercer partido, ha trabajado con ahínco para fomentar la división ideológica entre los demócratas.

El martes Biden repetidamente tomó las oportunidades para distanciarse del ala de izquierda de su partido sin criticarlos. Y dejó poca duda de quién estaba al mando.

“El partido soy yo, ahora mismo”, dijo Biden. “Yo soy el Partido Demócrata”

Dijo que su eventual postura sobre la adición de puestos en la Corte Suprema —sobre la cual ha evitado tomar una posición— se convertiría en la línea del partido, y rechazó el Nuevo Acuerdo Verde sin menospreciar el ambientalismo expansivo.

“Apoyo el plan de Biden”, dijo.

El desempeño de Biden no siempre fue contundente. De vez en cuando perdió la calma y sucumbió al aluvión de burlas de Trump. Pero en gran parte salió ileso, y para la mayoría de los demócratas, cualquier cosa que no fuera una derrota fue recibida como una clara victoria.

Shane Goldmacher es un reportero político nacional y anteriormente fue el corresponsal político jefe de la sección Metro Desk. Antes de unirse al Times, trabajó en Politico, donde cubrió la política republicana nacional y la campaña presidencial de 2016. @ShaneGoldmacher

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