RÍO DE JANEIRO — Desde hace más de un siglo, el carnaval de Río de Janeiro ha sido una fuerza irreprimible, que ni las guerras, enfermedades, huelgas o represión política lograban detener.
Unas bulliciosas celebraciones tomaron las calles de la ciudad a pesar de la pandemia por la gripe española en 1918, durante ambas guerras mundiales y la dictadura militar de Brasil. La diamantina volaba por todas partes, las caderas se contoneaban y los tambores resonaban en 2008 pese a un brote de dengue que enfermó a más de 200.000 personas en el estado.
Incluso en 2014, cuando hubo una huelga de recolectores de basura, el jolgorio continuó entre la inmundicia.
“El carnaval es realmente incontrolable”, afirmó Felipe Ferreira, investigador de la Universidad del Estado de Río de Janeiro. “Es un momento en que la gente se apodera de las calles”.
Pero ahora, en plena pandemia, el desfile oficial del carnaval ha sido suspendido, de manera indefinida. La ciudad de Río está conmocionada.
“Quiero que este momento llegue, este momento en que celebraremos la vida que vence a la muerte, cuando nos reuniremos y estrechemos”, dijo Vieira, director artístico de Estação Primeira de Mangueira, uno de los grupos más tradicionales de samba en Río. “Pero eso aún no es posible”.
Ante una pandemia que ha matado a más de 142.000 personas —una cifra menor solo a la de Estados Unidos—, una profunda crisis económica y un presidente cuyo círculo más allegado está engarzado en un creciente número de investigaciones criminales y legislativas, los residentes de Río están siendo despojados de la catarsis que muchos esperan con ansias todo el año.
Los organizadores del desfile decidieron suspenderlo por primera vez desde 1932, cuando el desfile de samba de Río se hizo oficial. Con esa decisión se privó a la ciudad de una fuente importante de ingresos y a sus ciudadanos de espectáculos con agudos comentarios políticos.
Los líderes de las principales organizaciones de samba pensaron que, sin una vacuna, las condiciones no serían seguras.
Para el gran ejército de bailarinas, coreógrafos, costureras y escenógrafos que se unen para producir los deslumbrantes disfraces y carrozas, la cancelación constituye una pérdida tanto personal como financiera.
“Me dan ganas de llorar al ver que no han empezado el trabajo de construir las carrozas”, expresó Nicilda da Silva, de 80 años, quien fue elegida reina del grupo de samba y ayuda a planear su desfile. “Pero estamos atados de manos”.
Puesto que el desfile oficial ha sido pospuesto de manera indefinida, no está claro cómo los residentes de Río festejarán en febrero, o si es que lo harán. El carnaval también da pie a cientos de fiestas callejeras movedizas y espontáneas, llamadas “blocos”, con gente que va por la ciudad entonando canciones, ya sean propias o tradicionales, y atrayendo a cientos de juerguistas a su paso.
Se espera que el carnaval de 2021 sea muy diferente, y probablemente más pequeño, que cualquiera de la historia reciente, una pérdida incalculable, sostuvo Lauane Martorelli, una costurera que ha elaborado disfraces de carnaval para los espectáculos en el Sambódromo, el recinto oficial para desfiles, desde hace 13 años.
Los meses previos a la fiesta son una época en que personas de todos los ámbitos de la sociedad se reúnen en grandes almacenes para construir elaboradas carrozas montadas en camiones, probarse sus atuendos y ensayar coreografías.
“Estos son espacios donde todos se vuelven iguales. Personas negras, gays, evangélicas, todas trabajan bajo el mismo techo”, dijo.
Este año, la máquina de coser de Martorelli no ha dejado de traquetear, pero en lugar de coser vestidos opulentos y atuendos que se han convertido en una especialidad de la familia, ella y sus parientes han hecho más de 10.000 mascarillas de tela.
La pandemia ha sido devastadora para la familia. El virus mató a su padrastro, el principal proveedor del sustento de la casa. Y vender mascarillas en lugar de disfraces se ha traducido en ganar el 30 por ciento menos de lo que obtienen en un año normal, contó.
Parte de la tragedia, dijo Martorelli, de 29 años, es que los políticos se estén ahorrando las mordaces críticas que les tocan con los espectáculos de samba, que en últimos años han reprobado con alegoría y sátiras la corrupción, la brutalidad policial, la desigualdad estructural y el racismo.
“Este nuevo año el carnaval tiene que hacer un balance de todo lo que está pasando y resumirlo para las personas”, dijo. “En Brasil, la gente tiene una memoria muy corta y si no tocamos esos temas ahora, esta época va a pasar y nadie se acordará”.
El coronavirus ha trastocado vidas y volcado los medios de subsistencia en todo el mundo, pero pocos lugares se han visto tan afectados como Río de Janeiro, un estado de 16 millones de personas donde el virus ha matado a más de 18.000.
Vieira, el director de arte del carnaval, dijo que al suspender el desfile de este año, los líderes de las asociaciones de carnaval de Río habían demostrado ser más responsables que el gobierno federal, liderado por un presidente que ha desdeñado el peligro del virus.
“El carnaval es una actividad artística y cultural que también es reflejo de la estructura social de Brasil”, explicó. “Lo menos importante del carnaval es el aspecto festivo”.
De cualquier manera, pedirles a muchos festejadores que pospongan de manera indefinida la única época del año cuando tiene permiso de escapar de sus vidas cotidianas, ignorar las reglas y perderse en una fantasía luminosa, aunque efímera, es difícil, juzgó da Silva.
Ha puesto a un lado su disfraz, pero no lo ha guardado por completo, dijo, pues de alguna manera, en algún lugar, espera celebrar.
“El carnaval es una purificación del alma”, dijo.
Autores: Manuela Andreoni y Ernesto Londoño