Joseph R. Biden Jr. ha dedicado su carrera a las instituciones y las relaciones. Esas serán sus herramientas para gobernar a una nación dividida.
Hace treinta y tres años, era el senador junior de Delaware que hablaba rápido y tenía una actitud retadora, desesperado por demostrar su seriedad durante una breve y desafortunada campaña presidencial.
En la siguiente ocasión, en 2008, era un experto en política exterior y un legislador veterano que se esforzó por captar la imaginación de los votantes demócratas en las primarias presidenciales.
El año pasado, cuando consideraba postular por tercera vez a la presidencia, muchos demócratas temieron que fuera demasiado tarde. Parecía demasiado viejo, demasiado moderado, demasiado sinuoso para excitar a las estrellas ascendentes de su partido y demasiado arraigado en la política cortés del pasado como para poder manejar a Donald Trump.
[Joe Biden ganó la elección presidencial de 2020 en Estados Unidos. Lee aquí la nota].
De todos modos, Joseph Robinette Biden Jr. se postuló. Contendió por la presidencia como un padre afligido que se conectaba con un país que sufría. Como un centrista que enfatiza el carácter, la estabilidad y la creencia en el bipartidismo por encima de los detalles de una agenda política. Como un líder imperfecto y desigual cuyas vulnerabilidades finalmente fueron obviadas debido a las enormes debilidades de su oponente, y eclipsadas por los problemas sísmicos en juego, mientras la nación se enfrentaba a los estragos de una pandemia mortal. En muchos sentidos, se presentó como el político que siempre ha sido. Y, ante una elección extraordinaria, eso fue suficiente.
“No están diciendo: ‘Estoy respaldando a Joe Biden por su filosofía’”, dijo William S. Cohen, exsenador republicano por Maine, quien trabajó con Biden y lo apoyó este año. “Están interesados en Joe Biden, lo ven como un ser humano”.
La victoria de Biden el sábado es la culminación de una carrera que comenzó en la era Nixon y abarcó medio siglo de agitación política y social. Pero aunque el país, los partidos políticos y Washington han cambiado desde que Biden, ahora de 77 años, llegó al Senado en 1973 como un viudo de 30 años, algunas de sus opiniones —sobre el gobierno y sus compatriotas— apenas han cambiado.
Todavía venera las instituciones, defiende de manera desafiante los compromisos y ve la política más en términos de relaciones que de ideología. Ha insistido en que con Trump fuera de la presidencia, los republicanos tendrán una “epifanía” para trabajar con los demócratas, una opinión que elude el hecho de que los republicanos rara vez estuvieron interesados en colaborar con el gobierno de Barack Obama cuando Biden era vicepresidente.
Esas creencias, junto con su reputación de líder empático y experimentado, hicieron que Biden fuera aceptable para una amplia coalición de estadounidenses este año, incluidos los independientes y algunos republicanos moderados.
Ahora, las convicciones de Biden sobre cómo unir al país y seguir adelante se pondrán a prueba como nunca antes.
Tomará el timón de una nación devastada por una crisis de salud, que se tambalea por una recesión económica y que se muestra dividida sobre prácticamente todos los asuntos políticos importantes, desde cómo —e incluso si se debe— enfrentar el cambio climático y la injusticia racial, hasta los cuestionamientos de los partidarios de Trump sobre la legitimidad de unos resultados electorales libres y justos.
Biden ha dicho que su primera prioridad será controlar el virus, además de trabajar para invertir en infraestructura y promover el crecimiento económico. Ha publicado una serie de planes de políticas en torno a todos esos temas y dejó en claro que la emergencia nacional exige una acción urgente y ambiciosa.
Pero el presidente electo, un veterano que pasó 36 años en el Senado y nunca respaldó las propuestas progresistas de mayor alcance, también es muy consciente de que la composición partidista de Washington puede plantear limitaciones al alcance de su agenda. Es poco probable que presione por un cambio rápido y transformador de instituciones como la Corte Suprema o que acepte las propuestas más audaces del Nuevo Acuerdo Verde.
Sin embargo, a pesar de todos sus instintos para la construcción de consenso, se enfrentará a presiones enormes y conflictivas cuando regrese a Washington.
Los progresistas que disimularon sus diferencias con Biden para derrotar al presidente Trump, rápidamente comenzarán a luchar por sus prioridades, que no siempre se alinean con los objetivos o el cronograma de Biden.
“La energía progresista se enojará si vemos que Biden no se compromete realmente con los principios básicos”, advirtió la representante Pramila Jayapal de Washington, copresidenta del Caucus Progresista del Congreso.
Incluso sus aliados más cercanos creen que hay elementos de su larga carrera que deberían ser reconsiderados desde la Casa Blanca, incluido el legado de los proyectos de ley contra el crimen aprobados durante su mandato en el Senado. Biden actuó durante años como un demócrata de mano dura contra el crimen, y a veces ha tenido problemas para explicar su liderazgo en el proyecto de ley sobre el crimen de 1994, que muchos expertos ahora asocian con el encarcelamiento masivo.
“Necesita armar una comisión o un comité para estudiar los proyectos de ley sobre delitos de 1986 y 1994”, dijo James E. Clyburn, representante por Carolina del Sur, el funcionario negro de más alto rango en el Congreso, describiendo el encarcelamiento masivo como una consecuencia involuntaria. “Tenemos que rectificar”.
Y es poco probable que Mitch McConnell, senador por Kentucky y poderoso líder republicano, se deje convencer por los elogios al bipartidismo y la civilidad.
“Joe es un pacificador; siempre ha tratado de llevarse bien con los republicanos”, dijo Harry Reid, un demócrata de Nevada y exlíder de la mayoría del Senado.
Pero se mostró escéptico ante la posibilidad de que los líderes republicanos en el Congreso piensen lo mismo sobre la necesidad de frenar la división en Washington.
“Solo espero que Joe tenga razón y que yo esté equivocado”, dijo, “pero no veo que eso llegue a su fin”.
‘No hacía locuras’
Biden fue un estudiante mediocre con grandes ambiciones, un joven y sociable jugador de fútbol de una familia católica irlandesa que superó su tartamudeo y soñaba con postularse a la presidencia.
Mientras tanto, se conformó con la política escolar, desempeñándose como presidente de la clase en su escuela secundaria católica y adoptando una personalidad accesible que, décadas más tarde, usaría en las campañas electorales.
“La broma era que si Joe se paraba junto a un poste de luz, le entablaría conversación”, dijo Bob Markel, un amigo de la infancia de Biden. “Si hablabas 20 segundos con él, extendía su mano y decía: ‘Joe Biden’”.
Por parte de su madre, Biden proviene de un linaje de católicos irlandeses políticamente comprometidos de Pensilvania y uno de sus bisabuelos se desempeñó como senador estatal. Su padre era un hombre digno que luchó para superarse económicamente, “un estudiante de historia con un sentido inquebrantable de la justicia”, dijo Biden en su elogio fúnebre. Joseph R. Biden Sr., quien trasladó a la familia de Scranton, Pensilvania, a Delaware cuando Biden tenía 10 años, moldeó la brújula moral de su hijo y le inculcó un fuerte sentido de identidad; su historia ocupa un lugar preponderante en los esfuerzos de Biden para conectarse con la clase trabajadora estadounidense.
Biden se matriculó en la Universidad de Delaware, donde se dedicó a la política como presidente de la clase de primer año. Participaba en travesuras ocasionales aunque, incluso en ese entonces, era bastante conservador.
“Es el mismo estilo que hemos visto desde que era un chico”, dijo Markel. “Esa moderación se podía ver cuando era chico. Era un tipo amante de la diversión, ciertamente extrovertido, pero no hacía locuras”.
A pesar de todas sus ambiciones políticas, estaba alejado del activismo contra la guerra que se apoderó de sus compañeros en la década de 1960, y no era de los que protestaban. Después de graduarse de la escuela de Derecho, siguió un camino hacia la política democrática institucional: era un joven abogado, defensor público a tiempo parcial y estrella en ascenso dentro del poder establecido del partido demócrata de Delaware.
A finales de esa década, los veteranos del partido le sugirieron que se postulara a un escaño en el consejo del condado de New Castle.
“Pasé la mayor parte de ese tiempo en lugares fuertemente demócratas”, afirmó Biden, mientras describía su carrera en sus memorias. “Pero también pasé mucho tiempo yendo de puerta en puerta en los vecindarios de clase media como en el que crecí. Eran abrumadoramente republicanos en 1970, pero sabía cómo hablar con ellos”.
Recuperarse de una tragedia
A los 30 años, la carrera de Biden despegaba. Pero personalmente, era un hombre destrozado.
De la noche a la mañana, había pasado de ser un padre casado de tres hijos que obtuvo una sorprendente victoria en la carrera por el Senado en 1972, a ser un viudo con dos niños pequeños en el hospital después de que un accidente de coche matara a su esposa, Neiliay a su hija bebé, Naomi.
Durante meses, luchó por adaptarse a ese trabajo en el Senado que tanto había deseado.
Décadas más tarde, uno de sus hijos sobrevivientes, Beau, moriría de cáncer cerebral. Biden, entonces vicepresidente, sería destrozado de nuevo.
Sin embargo, estas remendamente fuertes pérdidas personales, dicen sus amigos, moldearon la poco común habilidad de Biden para empatizar, tal vez su mayor fortaleza.
Durante la campaña, nunca habló con mayor autoridad que cuando prometió a un votante afligido que un día el recuerdo de su ser querido le traería una sonrisa antes que una lágrima. Su habilidad para conectar con los votantes en duelo, dicen sus aliados, lo preparó de manera única para presentarse a la presidencia en medio de una pandemia que ha matado a más de 236.000 personas en Estados Unidos y ha trastornado las vidas de muchos otros durante el mandato de Trump.
“Él comprendió el trauma emocional que Trump ha infligido en el país de una manera que la mayoría de los demás candidatos no logró”, dijo Shailagh Murray, quien fue una de las principales colaboradoras de Biden como vicepresidente.
Después del accidente de 1972, Biden comenzó lentamente a reconstruir su vida, y más tarde se casó con Jill Jacobs y tuvo una hija, Ashley.
Y con el tiempo, también se asentó en Washington, donde su impulso temprano para el bipartidismo y el trabajo dentro del sistema se vieron reforzados por mentores como Mike Mansfield, el veterano líder de la mayoría del Senado.
Biden ascendió para liderar el Comité de Relaciones Exteriores del Senado y el Comité Judicial del Senado. Avanzó logros de políticas emblemáticas como la Ley de Violencia contra las Mujeres y la prohibición de armas de asalto, y desarrolló relaciones con líderes de todo el mundo. Torpedeó la nominación de Robert H. Bork a la Corte Suprema, un revés por el que algunos republicanos siguen amargados hasta el día de hoy, y defendió la confirmación de la jueza Ruth Bader Ginsburg.
Su mandato en el Senado también se asocia con lo que muchos estadounidenses ven como el maltrato de Anita Hill ante su comité durante las audiencias de confirmación de Clarence Thomas para la Corte Suprema; con su voto a favor de la guerra de Irak y su oposición a que se usara el transporte escolar como un medio de integración de las escuelas públicas; y con su papel principal en el proyecto de ley contra el crimen de 1994 que preocupó a algunos votantes toda la campaña .
Mientras se desenvolvía en el Congreso, Biden estableció relaciones con republicanos de mentalidad similar en lo referente al consenso, como los senadores Bob Dole, Arlen Specter y John McCain.
Pero Biden, quien ha dicho que fue motivado para postularse a un cargo en parte por su creencia en los derechos civiles, también estaba dispuesto a trabajar incluso con los senadores segregacionistas más virulentos. Y quizás el discurso más controvertido que ha pronunciado fue el panegírico fúnebre del senador Strom Thurmond de Carolina del Sur.
“Al menos había algo de cortesía”, dijo Biden en un evento de recaudación de fondos en junio de 2019, al citar a James O. Eastland de Mississippi y Herman E. Talmadge de Georgia. “No estuvimos de acuerdo en mucho de nada. Conseguimos hacer las cosas”.
Cuestionado, Biden finalmente expresó su pesar por la forma en que invocó a antiguos colegas segregacionistas.
No se disculpó por su instinto.
Puntos en común
La estatura que Biden ganó en el Senado no siempre se tradujo en la campaña presidencial.
Su candidatura de 1988 terminó en humillación en medio de una controversia de plagio.
En 2008, Biden luchó por sobresalir en un campo talentoso y concurrido que incluía a Barack Obama y Hillary Clinton. Se retiró después de Iowa, después de cimentar su reputación de deslices verbales al referirse a Obama como “elocuente y brillante y limpio”.
Pero como vicepresidente de Obama, Biden estaba en muchos sentidos de vuelta en su elemento.
“Cada vez que tuvimos un problema en el gobierno, ¿quién fue enviado al Capitolio para resolverlo? Yo”, dijo Biden en esa recaudación de fondos de junio. “Porque les demuestro respeto”.
A veces, ese enfoque le dio resultados, obtuvo tres votos republicanos para el proyecto de ley de estímulo económico en 2009, por ejemplo.
En otras ocasiones —incluyendo un gran esfuerzo por el control de armas después del tiroteo en la escuela de Newtown, Connecticut— finalmente no lo hizo.
Biden, como muchos de sus compañeros demócratas, estaba furioso por la presidencia de Trump y temía los efectos corrosivos de cuatro años más de división extraordinaria.
Pero también estaba muy en sintonía con el electorado primario negro moderado de edad madura, y estuvo muy pendiente de los demócratas que ganaron en los distritos más difíciles en las elecciones de mitad de período de 2018. Mientras Biden meditaba sobre una tercera candidatura presidencial, se mostró escéptico sobre la posibilidad de dar un giro a la izquierda en respuesta a Trump y sus aliados republicanos. Y estaba convencido, basado en sus propias experiencias, de que podía ayudar a encontrar puntos en común.
“A través de períodos muy difíciles en la historia del país, él cree que ha podido unir a la gente”, dijo Mike Donilon, el principal estratega de Biden, al citar el proyecto de ley de estímulo de 2009 y sus esfuerzos en una medida de salud general a finales de 2016. “Más allá de la política, también hay juicios fundamentales sobre cómo tratar a las personas, cómo hablar con ellas”.
A lo largo de su campaña, Biden ha defendido ese enfoque, a veces con un toque de actitud defensiva performativa.
“Necesitamos revivir el espíritu del bipartidismo en este país”, dijo Biden en un discurso en Gettysburg, Pensilvania, el mes pasado. “Me acusan de ser ingenuo. Me dicen: ‘Tal vez así es como solían funcionar las cosas, Joe, pero ya no pueden funcionar de esa manera’”.
“Pueden y deben hacerlo si queremos que se haga algo”, dijo.
‘Conozco este país’
Biden, por supuesto, también tiene una agenda política, una que ha abordado a menudo en los últimos meses.
Se ha presentado con una plataforma de expansión del acceso a la atención médica a través de una opción pública, y de promoción de la clase media. Prometió abordar el cambio climático y combatir la injusticia racial, reconociendo que Estados Unidos “nunca ha cumplido” la promesa de que todos los estadounidenses son creados iguales. Después de la llegada de la pandemia, se abrió cada vez más a propuestas sociales y económicas más ambiciosas.
Pero más que nada, se postuló como él mismo, con todas las convicciones y los defectos que ha mostrado durante medio siglo en la vida pública.
Hubo exageraciones y desatinos verbales y arranques de mal genio. Perdió las tres primeras contiendas y su campaña estaba prácticamente moribunda cuando los votantes negros de Carolina del Sur, que veían en Biden una figura compasiva y tranquilizadora en tiempos difíciles, la rescataron.
“Conocemos a Joe”, dijo Clyburn al apoyar a Biden. “Pero lo más importante es que Joe nos conoce”.
Y a través de esos altibajos, Biden labró un mensaje consistente: que la agitación de la era Trump era una amenaza existencial para el carácter del país, y que estaba equipado de manera única para rebajar las tensiones de la nación y tratar de unir al país.
“¿Se ha convertido el corazón de esta nación en piedra?”, preguntó Biden la semana pasada, al hablar en Warm Springs, Georgia. “Me niego a creerlo. Conozco a este país. Conozco a nuestra gente. Y sé que podemos unirnos y sanar a esta nación”.
De alguna manera, es una promesa que se ha preparado para hacer toda su carrera.
Esta vez, la mayoría de los estadounidenses decidió creerle.
Katie Glueck es reportera de política nacional en The New York Times, donde cubre la campaña presidencial de 2020. Anteriormente cubrió la política para la oficina de McClatchy en Washington y para Politico. @katieglueck
Thomas Kaplan es un reportero político con sede en Washington. Anteriormente cubrió el Congreso, la campaña presidencial de 2016 y el gobierno del estado de Nueva York. @thomaskaplan