En medio de la pandemia, científicos reevalúan los servicios médicos de rutina

En medio de la pandemia, científicos reevalúan los servicios médicos de rutina
Shelton Mack, entrenador auxiliar de lucha en la Universidad de Columbia, en Hoboken, Nueva Jersey, el viernes, 25 de septiembre de 2020. (Bryan Anselm/The New York Times)

Los investigadores de salud lamentaron durante años lo que veían como servicios médicos excesivos en Estados Unidos. Decían que es innecesario o incluso dañino hacer demasiados tratamientos y estudios de laboratorio, además de que aumentan el enorme costo de la atención sanitaria en este país.

El coronavirus les ha dado la oportunidad de valorar si tenían razón.

“Si podemos separar la señal del ruido, quizá descubramos que hay muchas cosas que no tenemos que hacer”, dijo Scott Ramsey, codirector del Instituto Hutchinson para la Investigación de Resultados de Cáncer en Seattle. “Tal vez los pacientes estarán mejor”.

El riesgo es muy alto, tanto para la salud como para la economía. Antes de la pandemia, un estimado de 50 millones de pacientes estadounidenses eran sometidos, en una o más ocasiones al año, a servicios médicos excesivos, generando un costo de 106.000 millones de dólares, según un análisis reciente publicado en la revista Health Affairs.

“Vemos una oportunidad metodológica única de evaluar los daños de los cuidados médicos de poco valor”, escribió Allison H. Oakes, investigadora de servicios de salud en la Universidad de Pensilvania, y Jodi B. Segal, profesora de medicina en la Universidad Johns Hopkins.

Cuando el brote de la pandemia empeoró, las operaciones electivas fueron canceladas y el equipo de radiología quedó abandonado, ya que pacientes y médicos evitaron las tomografías, las resonancias magnéticas, las mastografías y las colonoscopias. Hasta se desplomaron las ventas de antibióticos recetados.

“Estamos en medio de un experimento natural sin precedentes que nos da una oportunidad para determinar el efecto de una disminución significativa en el uso de servicios médicos”, comentó H. Gilbert Welch, investigador sénior del Centro para Cirugía y Salud Pública en el Hospital Brigham para la Mujer en Boston.

Ningún investigador niega los efectos perjudiciales de la atención médica postergada. Muchos pacientes que sufrieron paros cardiacos o apoplejías este año, por ejemplo, murieron o padecieron consecuencias que cambiaron su vida porque sintieron miedo de ir a una sala de emergencias.

En marzo y abril, las visitas a consultorios médicos se desplomaron un 70 u 80 por ciento en comparación con los niveles previos a la pandemia, según IQVIA, una empresa de análisis de datos sanitarios. Las pruebas de laboratorio realizadas durante las visitas a las salas de emergencia y a consultorios médicos disminuyeron un 90 por ciento. Las mastografías se redujeron un 87 por ciento, las colonoscopías un 90 por ciento y las pruebas de papanicoláu un 87 por ciento. Las pruebas de antígenos para el cáncer de próstata se redujeron un 60 por ciento.

¿Pero fue negativo todo esto? ¿O tuvo sus beneficios? Las respuestas a esas preguntas no se sabrán hasta dentro de un tiempo. Aun así, los científicos están esbozando planes para descifrar qué es necesario hacer en el consultorio médico y qué no.

Una de las prioridades será examinar qué ha pasado con las señales posteriores a servicios médicos innecesarios. Oakes y Segal describieron el fenómeno, muy familiar para muchos pacientes estadounidenses, como “una cascada de más pruebas, tratamientos, consultas médicas, hospitalizaciones, y nuevos diagnósticos”.

Si los servicios posteriores disminuyen durante la pandemia sin un efecto considerable en los índices de hospitalización y mortalidad, entonces los investigadores tendrán evidencia contundente de que esos procedimientos no valen la pena y deberían limitarse.

La ortopedia es otra área propicia para revisión tras la pandemia, dijo Vinay Prasad, profesor adjunto de medicina en la Universidad de California, campus San Francisco. Desde hace tiempo ha habido dudas en torno a las inyecciones de esteroides para el dolor de espalda y las operaciones comunes para reforzar la columna y las rodillas adoloridas.

La pregunta ahora es: ¿acaso los pacientes que no tuvieron acceso a estos tratamientos durante la pandemia se recuperaron por su cuenta? ¿Con cuánta frecuencia?

En febrero, Shelton Mack, un entrenador auxiliar de lucha de 28 años en la Universidad de Columbia, se recargó en su pie mientras entrenaba para las pruebas olímpicas de lucha. Escuchó que tronó y sintió un dolor abrasador.

“Sentí que la planta de mi pie se había aplanado casi por completo”, narró. Justin Greisberg, un ortopedista de la Universidad de Columbia, le diagnosticó una fractura de Lisfranc: huesos rotos al centro de su pie.

El tratamiento habitual es una intervención quirúrgica, pero luego vino el coronavirus. “Todo empezó a cerrar”, comentó Mack.

Ya que no pudo someterse a una operación, él sanó por su cuenta y ahora está entrenando de nuevo. Si lo hubieran operado, Mack no habría podido luchar durante casi un año. “Si no fuera por la COVID, habría perdido mi condición completamente”, afirmó.

La pandemia también proporciona una oportunidad única para reexaminar las pruebas de detección de cáncer. Algunos tipos de cáncer, como el renal y el tiroideo, suelen diagnosticarse de manera incidental: un paciente se hace un escáner por algún otro motivo y los médicos encuentran una masa que resulta ser un tumor.

No se sabe si a los pacientes cuyo cáncer se diagnostica de manera incidental les va mejor que a aquellos cuyo cáncer se detecta hasta después, cuando el paciente tiene síntomas, dijo John Gore, profesor de Urología en la Universidad de Washington, campus Seattle. Sin embargo, Los cánceres que se detectan incidentalmente quizá son más fáciles de tratar, en cuyo caso estas pruebas de detección tal vez están justificadas.

La mastografía desde hace mucho ha sido un área de especial preocupación. Algunos investigadores calculan que hasta uno de cada tres cánceres diagnosticados por mamografías podrían no haberse detectado ni tratado sin riesgo alguno.

Ahora el Consorcio para la Vigilancia del Cáncer de Mama, un grupo de investigación financiado por el Estado, está recolectando datos de forma prospectiva durante la pandemia de más de 800.000 mujeres y casi 100 centros de mastografía de todo el país.

Las clínicas tuvieron que frenar el ritmo con el que realizaban mamografías debido a los requisitos de precaución por la COVID-19, como el distanciamiento físico y la limpieza del equipo entre cada estudio. Pero están compensando los retrasos con horarios extendidos y disponibilidad durante los fines de semana.

La situación quizá sea diferente para las mujeres que tienen hallazgos preocupantes, como un bulto o algo sospechoso en una mastografía. La espera para los estudios y las biopsias de diagnóstico puede ser larga, pues llega a tardar semanas o meses, mencionó Christoph Lee, profesor de Radiología e investigador de servicios de salud en la Universidad de Washington.

Los médicos prevén que muchas de las mujeres que no pudieron acudir a su mamografía programada para la primavera no regresarán ahora que pueden realizársela de nuevo, algunas porque perdieron el hábito, pero otras no lo harán debido a los efectos sociales y económicos de la pandemia. Las mujeres tal vez tienen que quedarse en casa a cuidar a sus hijos o quizá perdieron su trabajo y su seguro médico.

Dentro de seis meses, el consorcio del cáncer de mama deberá tener los primeros resultados de los efectos de la suspensión de pruebas de diagnóstico en la salud de los pacientes, según Lee.

“Jamás hemos podido argumentar a favor de suspender las pruebas de detección durante un periodo, ya que el estándar de atención médica es realizar evaluaciones de detección con regularidad”, dijo Lee. “Estamos intentando averiguar si hacer menos pruebas provoca más o menos daño”.

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