Antes de convertirse en víctima de la pandemia, Valerie Louie salvó a nuestro querido Tío Mort de una vida de maltratos. Familias con miembros de cuatro patas por todo San Francisco y el Área de la Bahía están llorando su muerte.
Louie pasó dos décadas rescatando perros como Tío Mort de los refugios y encontrándoles hogares como el nuestro, ansiosos por tener un nuevo compañero fiel. Su especialidad era rescatar al cachorro abandonado y deprimido, al maltratado, al ciego, al sordo y al entrado en años.
El día que nos trajo al perro mestizo de ojos tristes que yo había escogido en uno de sus eventos de adopciones, el pequeñín depositó de inmediato una caca en la alfombra de nuestro comedor.
“Está chiquita”, dijo Louie. Tenía una sonrisa generosa y la paciencia de un miembro del clero.
Louie, quien murió de COVID-19 el 25 de noviembre tras estar dos semanas en una unidad de cuidados intensivos, no solo salvó la vida de perros rescatados. También salvó a personas. Era enfermera y trabajó durante 32 años en el Hospital Highland en Oakland, California, donde comenzó en el departamento de urgencias. Su último cargo fue coordinadora de soporte vital avanzado.
Louie era madre soltera. Deja un hijo, Andrew Louie, de 21 años, quien vivía con ella y también se contagió de coronavirus a finales de octubre. Ya se ha recuperado.
Louie murió en el campus Mission-Bernal del Centro Médico California Pacific en San Francisco, la ciudad donde nació y creció. Tenía 60 años. Su legado sigue vivo.
“No puedo imaginar cuántos perros salvó, probablemente miles”, dijo su hijo, repitiendo una cifra estimada por otros compañeros voluntarios. Entregaba los canes a familias adoptivas tras sacarlos de todo tipo de refugios, incluidos los llamados “refugios de la muerte” en el centro de California, donde muchos perros son criados, adoptados y abandonados.
Sus amigos dijeron que tenía una habilidad especial para emparejar perros con familias. Llevaba un registro mental de las personas que buscaban perros rescatados y cuando llegaba la opción ideal, los llamaba para darles la buena noticia.
Louie se quedaba con algunos perros, como Ida, una hembra de bulldog francés encontrada en las montañas de China en 2012. La persona que la encontró, abandonada y ciega tras haber sido usada para obtener crías, descubrió a Louie en internet a través de una organización llamada Rocket Dog Rescue, con la que trabajaba en ese momento. Su hijo comentó que Louie hizo los arreglos para que la perra llegara en avión a San Francisco.
“Louie tenía una energía inagotable”, dijo Meg McAdam, una amiga cercana que también rescata perros y trabaja en Oakland Animal Services, “y era una institución en San Francisco”.
Según McAdam, durante la pandemia Louie rescató a unos 80 perros que estaban en refugios y los llevó a nuevos hogares.
Los tributos a Louie se han convertido en donativos en una página de GoFundMe que McAdam creó para ayudar económicamente a su hijo.
Yo también puedo dar fe. Vi por primera vez a Tío Mort, una pequeña alma torturada, en la parte trasera del Toyota RAV4 de Louie a principios de 2018. Era solo otro sábado para Valerie, llevando perros a un evento de adopción en un centro comercial en el extremo sur de San Francisco.
Había estado al acecho en el evento los dos fines de semanas anteriores, con un sentimiento de “debo tener un perro” creciendo dentro de mí. Mi esposa, Meredith, que durante mucho tiempo se había mostrado renuente debido a un sentimiento de “mi esposo no se ocupará del perro”, parecía estar cediendo ante la idea.
La criatura acurrucada tenía un poco de perro mestizo chihuahua de pelo largo y otro poco de depresión. Tenía 3 años y Louie me dijo que la mayor parte de su vida la había pasado afuera, a la intemperie, porque al hombre de la casa no le gustaba su vibra.
Le dije que quería darle una oportunidad al perro, pero que tenía una labor de convencimiento pendiente en casa. Lo entendió de inmediato. Lo había hecho cientos de veces: el periodo de prueba real para la familia que está indecisa acerca de darle la bienvenida a un nuevo miembro con pelaje y un pasado difícil.
Firmé los papeles y, unos días después, Louie pasó por la casa para dejarlo y evaluar la compatibilidad. Miró a su alrededor con aprobación mientras el perro depositaba su primera jugada en nuestra alfombra. Su nombre era Franco. Eso no encajaba.
Franco sonaba a dictador español. El alma curtida de la casa, aunque solo tenía 3 años, parecía más un vetusto miembro del Parlamento británico. Lo bautizamos Tío Mort. Ese era el nombre de un personaje de una tira cómica que había escrito durante una década; el perro y el personaje de la historieta tenían un enorme parecido.
El nuevo nombre encajó aún más cuando fuimos testigos de su comportamiento inicial, que consistía en verse nervioso cuando estaba despierto, pero principalmente dormir con un ronquido descomunal que sonaba como tu tío abuelo después de la cena de Acción de Gracias, prácticamente desmayado en el sofá.
Llamamos a un adiestrador de perros para ver si Mort podía aprender a amar y ser amado. El entrenador tuvo sus dudas. “Será un buen perro, pero no se hagan ilusiones de que será el perro familiar que imaginaron. Ha tenido una vida dura”.
Nos ilusionamos y fuimos recompensados.
Tío Mort se ha convertido en la criatura más cariñosa y querida de nuestra casa, y algunos días incluso supera a los niños en ambos aspectos. Mi esposa es su “persona” y, cuando regresa a casa tras alguna ausencia, por breve que haya sido, se vuelve loco como si acabara de descubrir el océano.
Ahora Meredith llama al Tío Mort su “cachorro eterno”. El estado de relajación de Mort estos días es tal que a menudo se acuesta en variadas posiciones de una geometría y vulnerabilidad aparentemente imposibles, con las cuatro patas al aire para que lo podamos acariciar alrededor del pecho, cuello y orejas del modo en que lo tenemos acostumbrado.
Tío Mort —o simplemente “buen chico”— se convirtió en el clásico perro al que le gusta estar asomado en la ventana que siempre soñamos tener en casa, por lo que en verdad nos afectó cuando supimos que Louie estaba en la unidad de cuidados intensivos.
La suya es una tragedia típica de COVID-19. No está claro cómo contrajo la enfermedad, pero la llevó a una montaña rusa fatal.
El 29 de octubre, le envió un mensaje de texto a McAdam, su amiga cercana, que decía: “Nunca había estado tan enferma. No logro bajarme la fiebre”.
El 2 de noviembre, escribió: “Estoy durmiendo días enteros. Estoy perdiendo un montón de tiempo”.
El 11 de noviembre, un amigo fue a la casa de Louie para ver cómo estaba y la encontró en una situación desesperada. La llevaron al hospital y la intubaron de inmediato.
En el Hospital Highland, donde trabajaba, su pérdida también se sintió profundamente. Michelle Hepburn, directora de los servicios de urgencias y traumatología de Alameda Health System, al cual pertenece el Hospital Highland, adoptó a Bella, una cachorra de pitbull, con la ayuda de Louie.
“Su pasión por cuidar tanto a las personas como a los bebés peludos fue notoria en cada segundo de su vida”, comentó Hepburn.