“Esta guerra tiene que terminar”, afirmó Biden el jueves en el Departamento de Estado durante su primer discurso importante sobre política exterior desde que asumió el cargo.
El jueves, el presidente Joe Biden dio la orden de poner fin a la venta de armas y a otras ayudas proporcionadas a Arabia Saudita para una guerra en Yemen que calificó como “una catástrofe estratégica y humanitaria”, y declaró que Estados Unidos ya no “aceptaba las intervenciones agresivas de Rusia”.
Este anuncio fue la señal más clara que ha dado Biden de su intención de cambiar la manera en que el expresidente Donald Trump manejó dos de los asuntos más difíciles de la política exterior de Estados Unidos.
Trump rechazó de manera sistemática la petición de que controlara a los sauditas con respecto al bombardeo indiscriminado que llevaban a cabo en su intervención en la guerra civil de Yemen, así como en lo referente al asesinato de un periodista disidente, Jamal Khashoggi, con el argumento de que la venta de armas de Estados Unidos a Arabia Saudita “genera cientos de miles de empleos” en Estados Unidos. También rechazó una y otra vez las pruebas sobre la intromisión del presidente de Rusia, Vladimir Putin, en las elecciones estadounidenses y el papel de Rusia en un ataque cibernético muy sofisticado al gobierno de Estados Unidos.
Los dirigentes sauditas sabían que esta medida estaba cerca. Durante la campaña presidencial, Biden había prometido detener la venta de armas a Arabia Saudita y esto va seguido del anuncio del gobierno el mes pasado de que suspendería la venta de municiones guiadas de precisión por un valor de 478 millones de dólares a Arabia Saudita, un cambio que el Departamento de Estado aprobó en diciembre con fuertes objeciones en el Congreso. El gobierno también ha anunciado reconsiderar las principales ventas de armas de Estados Unidos a los Emiratos Árabes Unidos.
No obstante, la orden de Biden del jueves llegó más lejos y, al parecer, también dejaría de proporcionarles a los sauditas apoyo logístico e información sobre los objetivos.
No solo fue un repudio a la política del gobierno de Trump, sino la suspensión del respaldo de Estados Unidos a las actividades sauditas que se remontan al gobierno de Obama, y que Biden y su secretario de Estado recién designado, Antony Blinken, ayudaron a formular. Poco después de que las fuerzas hutíes aliadas con Irán tomaron el control de la capital de Yemen, Saná, en el otoño de 2014, los sauditas y sus aliados del golfo iniciaron ataques aéreos y luego le compraron a Estados Unidos armamento por miles de millones de dólares, con el objetivo de expulsar a los hutíes rebeldes del norte de Yemen.
El presidente Barack Obama le dio su aprobación con reservas a la guerra, en parte con el fin de mitigar el enojo de los sauditas por el acuerdo nuclear de Irán en 2015.
Dos años después, Trump aumentó la ayuda y respaldó al príncipe heredero saudita, Mohamed bin Salmán, pese a las crecientes pruebas de que las huellas dactilares de Estados Unidos —y las municiones hechas en Estados Unidos— se encontraban en todos los civiles muertos en la brutal guerra civil que coadyuvó a generar la crisis humanitaria más grande del mundo y una hambruna que está sepultando al país.
Ahora, Biden ya no está argumentando que el apoyo de Estados Unidos estaba ayudando a finalizar la guerra, lo cual detendría las muertes de civiles. Su objetivo es obligar a los sauditas a llegar a una solución diplomática, y para eso nombró a un antiguo diplomático de carrera, Timothy Lenderking, como enviado especial para negociar un acuerdo.
“Esta guerra tiene que terminar”, afirmó Biden el jueves en el Departamento de Estado durante su primer discurso importante sobre política exterior desde que asumió el cargo. Mencionó que el discurso tenía la intención de “enviarle un mensaje muy claro al mundo: Estados Unidos ha regresado”.
Sin embargo, Biden también dejó en claro que, a pesar de querer obligar a los sauditas a rendir cuentas por la enorme cantidad de víctimas humanas como resultado de su intervención en Yemen, no los dejaría solos frente a un Irán hostil. Afirmó que seguiría vendiendo armas defensivas a Arabia Saudita, diseñadas para protegerse de los misiles, los drones y los ataques cibernéticos de Irán.
“Vamos a seguir ayudando a Arabia Saudita a defender su soberanía y su integridad territorial, así como a su pueblo”, señaló el presidente. No dijo nada sobre las posibilidades de imponer sanciones al príncipe heredero por su participación en el asesinato de Khashoggi, pese a que la directora de inteligencia nacional de Biden, Avril Haines, ha dicho que planea desclasificar los trabajos de inteligencia sobre el asesinato.
En otra suspensión de las políticas de la era de Trump, Biden también anunció que iba a “detener cualquier retiro programado de tropas de Alemania”, lo cual anula la orden de Trump de reubicar a 12.000 soldados apostados en Alemania.
Los especialistas en seguridad nacional de ambos partidos habían considerado que esa orden era poco inteligente y habían dicho que se basaba en la antipatía de Trump por la canciller Angela Merkel y en su determinación de obligar a los países de la OTAN a pagar más por sus propias defensas, sin importar los costos estratégicos que tuviera para Estados Unidos.
No obstante, en términos estratégicos, la advertencia de Biden a Moscú es lo que quizás, a largo plazo, sea una señal más clara sobre el cambio de rumbo de la política exterior estadounidense que la decisión de limitar la capacidad de Arabia Saudita para continuar una guerra a nivel regional. Es el primer presidente desde la caída de la Unión Soviética en decidir no buscar un “reinicio” con Rusia y anunciar, en cambio, lo que representa una nueva estrategia de disuasión, si no es que de contención.
Biden confirmó su promesa de responder a los intentos de Rusia de desestabilizar la democracia estadounidense y al ataque cibernético de SolarWinds, que fue una enorme intromisión en el gobierno estadounidense y en redes privadas, cuyas dimensiones siguen siendo un misterio. Mencionó que en una llamada telefónica con Putin la semana pasada, le dijo al dirigente ruso “de una manera muy diferente a la de mi predecesor, que ya terminaron los días en que Estados Unidos aceptaba las intervenciones agresivas de Rusia, la intromisión en nuestras elecciones, los ataques cibernéticos y el envenenamiento de sus ciudadanos”.
Biden hizo un llamado a Moscú a que liberara al disidente Alexei Navalny. “No dudaremos en pasarle la factura a Rusia”. Pero no especificó cómo lo haría, y tal vez sus opciones sean limitadas. Aunque el presidente insinuó que habría una respuesta “en especie” al ataque cibernético, eso podría desencadenar una serie de recrudecimientos que han preocupado a muchos funcionarios de Estados Unidos.
El anuncio de Biden llegó un día después de que Estados Unidos y Rusia aprobaron de manera formal la ampliación por cinco años de New START, el único tratado de armas nucleares vigente entre ambos países. Trump había insistido en realizar enmiendas, pero Biden concluyó que era más sensato eliminar una posible carrera armamentista nuclear en un momento de una competencia exacerbada en otros ámbitos.
Biden señaló que las alianzas sólidas eran primordiales para disuadir a Moscú, junto con “la ambición cada vez más grande de China de competir con Estados Unidos”. Y los colaboradores de Biden reconocen que lo que plantea una amenaza a más largo plazo es una China poderosa, en ascenso y sofisticada en materia de tecnología, no una Rusia en deterioro y molesta. Pero el mandatario le dedicó poco tiempo a China en su discurso, lo que significa la aceptación de que su gobierno pasará meses tratando de replantear su postura ante Pekín.