Opinión: En Ecuador debemos vencer al caudillismo

Opinión: En Ecuador debemos vencer al caudillismo
Palacio de Corondelet, sede de la presidencia de la república de Ecuador. Foto, Henry G. Kinkead M.

Las elecciones de Ecuador aún no están definidas. Los candidatos que se disputan su pase a la segunda vuelta, que será en abril, acordaron un recuento parcial de los votos.

Las elecciones ecuatorianas aún no están definidas. Los dos candidatos que buscan un lugar en la segunda vuelta, y representan a la derecha y la izquierda, deben ver que en estos comicios se juega más que un enfrentamiento ideológico: lo que está en la línea es el regreso de un proyecto autoritario.

Es una novedad inusual en la política de mi país: dialogar, negociar y conciliar han sido palabras ajenas al diccionario de nuestra democracia por mucho tiempo. Los últimos cuatro años han sido una saga melodramática de disputa entre el presidente Lenín Moreno y su antiguo aliado y jefe, el expresidente Rafael Correa. Y antes, experimentamos los diez años de correísmo, caracterizados por polarización y caudillismo.

Así que cuando, al final del largo escrutinio inicial, Guillermo Lasso —el exbanquero de derecha que busca la presidencia por tercera vez y que terminó con una ventaja de más de 33.000 votos—, accedió a un diálogo con Yaku Pérez —el candidato de la izquierda indígena— y aceptaron un recuento, fue una sorpresa. Una buena señal que no debería esfumarse, especialmente después del cruce de trinos de ambos durante el fin de semana que apunta a desconocer lo acordado. No solo deberían respetar su inusual acuerdo, que es tan buena noticia en Ecuador, sino que deberían saber que una posible alianza los ayudaría a vencer al candidato que impulsa el correísmo.

El recuento es una medida deseable en un país en donde el sistema electoral ha estado en entredicho y la palabra “fraude” ha sido recurrente en los procesos electorales. Hace cuatro años, el propio Lasso puso en duda la transparencia del Consejo Nacional Electoral cuando impugnó los resultados. Ahora, tras las votaciones del 7 de febrero, la palabra fue pronunciada por Pérez, quien parecía que pasaría a la segunda vuelta con Andrés Arauz, el aspirante que apoya Correa.

Los seguidores de Pérez, igual que los partidarios de Lasso hace cuatro años, ya empezaban a pasear su descontento en las calles del país. Pero al final de la semana pasada, ambos candidatos acordaron el recuento del 100 por ciento de los votos en Guayas, la provincia con más inconsistencias, y el 50 por ciento de los votos en 16 de las 24 provincias del Ecuador.

Al final, tanto Lasso como Pérez, igual que muchos ecuatorianos, deben ver que en estas elecciones se juega más que un enfrentamiento entre izquierda y derecha. Lo que se juega es el regreso del correísmo. Aunque Correa no estaba en la papeleta él y su movimiento están cerca del poder otra vez. A Lasso y a Pérez no se les puede pedir que tengan coincidencias ideológicas, pero sí que reconozcan que hay un rival mayor, el hombre fuerte que dominó la vida política ecuatoriana por una década.

Correa llegó al poder en 2007 como el presidente de una izquierda que prometía redistribuir la riqueza. Yo, como muchos ecuatorianos, coincidimos con su lista de prioridades: igualdad, combate a la pobreza y lucha contra la corrupción y las élites. Su mandato fue parte de la marea rosada, la tendencia regional en la que varios mandatarios izquierdistas ganaron elecciones y aprovecharon el auge de los precios de las materias primas para instaurar políticas de enorme gasto público que les aseguraron una amplia base popular.

Correa no aprovechó los tiempos de bonanza para generar cambios estructurales que disminuyeran la pobreza a largo plazo; limitó la independencia de las instituciones democráticas ecuatorianas, asedió a la prensa independiente y limitó la autonomía de la justicia. Su larga estadía en el poder le permitió afianzar su poder y lograr que buena parte de la vida política dependiera de él.

El movimiento con espíritu caudillista que lideró Correa desconoció muchas de las banderas que enarbolan los dos candidatos que ahora pelean por un lugar en el balotaje: la defensa del medioambiente, la lucha de las mujeres por la igualdad, el sentir de las comunidades indígenas acosadas por el extractivismo, los reclamos de las cámaras de producción, el papel de las entidades bancarias. Lo ideal sería que quien llegue a la segunda vuelta (Lasso o Pérez), encuentre la manera de sumar a su plataforma algunas de las promesas de su contrincante.

El candidato que, finalmente, enfrente a Arauz también tiene que encontrar la manera de incluir a las personas que esta vez asistieron a las urnas para buscar el regreso de Correa. No se trata de ecuatorianos desmemoriados, como han dicho algunos. Al contrario, tienen mucha memoria de lo que recibieron durante los diez años del correísmo, como esos aproximadamente 1,9 millones de ecuatorianos que salieron de la pobreza porque recibieron transferencias monetarias durante los años de su gobierno.

Los candidatos y nosotros debemos entender que tenemos la oportunidad de romper con ese pasado autoritario que desmanteló la institucionalidad democrática del país.

Digo esto porque yo misma he estado ausente de las últimas elecciones. La última vez que voté fue para validar la Constitución de Correa en 2008, que fue una cosa en el papel y otra en la práctica. Fue ese cambio constitucional el que amparó a Correa para extender los límites presidenciales y desde entonces comenzó a hacer más claro que pretendía limitar los pocos contrapesos que existían al poder del ejecutivo.

De ahí en adelante, solo la “traición” de uno de los suyos pudo pararlo. Moreno, quien ganó las elecciones presidenciales hace cuatro años bajo la sombra de Correa, de quien fue vicepresidente y aliado cercano, se distanció de su mentor y permitió la apertura de procesos judiciales en contra del expresidente, actualmente acusado de corrupción y autoexiliado en Bélgica.

Puerto Lago, provincia de Imbabura, se encuentra a orillas del lago San Pablo. Foto, Henry G. Kinkead M.

Con la caída de los precios del petróleo, a Moreno le resultó difícil mantener las políticas populistas de su antecesor. Sus éxitos como presidente han sido pírricos y quizás más retóricos que tangibles (como su promesa de “Casas para todos”: prometió entregar más de 300.000 viviendas y, según un escueto informe de la página web oficial, se han construido solo 1397 casas). En cambio, se acercó a la clase empresarial e impuso una política de austeridad económica que lo acerca más a un conservador que a un izquierdista.

Entre Correa y Moreno ya suman un periodo de 14 años y no nos ha ido bien ni con la izquierda populista de Correa ni con la moderación de centroderecha que trajo Moreno. Así que ahora, con el candidato de correísmo como favorito, los aspirantes que pelean por estar en el balotaje tienen una alternativa a favor de Ecuador.

A Pérez y Lasso no se les pide que dejen de responder a sus bases, pero sí que piensen que hay un país que necesita rehacerse alejado de un movimiento con señas hegemónicas. Todos debemos empezar a usar palabras como concesión, diálogo y acuerdo, incluso con candidatos que no representan lo que queremos, pero que prometen más democracia.

Y en democracia todos debemos escucharnos. Hay propuestas de Pérez que en el papel aún no tienen sustento y que podrían hallarlo al cruzarlas con las ideas de Lasso. Un ejemplo es la necesidad de financiamiento de proyectos de reactivación agrícola que plantea el candidato indígena que bien se pueden unir a los créditos agropecuarios que ofrece Lasso al 1 por ciento de interés y a 30 años plazo. También hay coincidencias en temas de ética y educación. Somos los votantes los que tememos cruzar ciertas líneas.

A buena parte de los simpatizantes de Pérez —1.795.046 personas en el primer conteo— les costará votar por el hombre que representa el capital financiero. Igualmente a muchos de los votantes de Lasso —1.828.383— les costará votar por un indígena. Pero ya va siendo hora de pensar en un solo país y recordar que tenemos herramientas para fiscalizar a los que hemos votado. Entre los dos sumaron más votos que Arauz y haciendo concesiones podrían unir a dos sectores muy distintos, pero ambos abandonados o atacados por el correísmo.

Ya habrá tiempo de pedir que los derechos ganados se mantengan y de reclamar los que hacen falta (como el aborto). Pero ahora necesitamos que el recuento de votos termine y los candidatos que se disputan esos votos asuman el resultado final y lleguen a acuerdos para enfrentar al enemigo mayor.

Soraya Constante es periodista ecuatoriana independiente; ha publicado en Univisión Noticias, Vice News y El País.

La ciudad de Quito, en la provincia de Pichincha, es la capital de Ecuador. Foto, Henry G. Kinkead M.

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