Por muy escurridizos que sean los fideos, es interesante reflexionar sobre por qué estos (tan sencillos, tan básicos, tan cotidianos), tienen esa capacidad de nutrir, alimentar y, de hecho, reconfortar.
La comida reconfortante es difícil de definir.
Es tan escurridiza como los fideos y cualquier intento de describirla suele ir acompañado de una excepción.
El Diccionario de Cambridge la define como “el tipo de comida que consume la gente cuando está triste o preocupada, a menudo son alimentos dulces o que la gente comía en su infancia”.
Me identifico con la parte de la nostalgia y me encantan las cosas dulces, pero suelo rechazar la idea de que la comida reconfortante debe llenar un hueco provocado por la tristeza o preocupación.
A mi parecer, toda la comida es reconfortante: ¿acaso nos proponemos alguna vez cocinar comida desagradable? Es cierto que el año pasado se centró en la capacidad particular de la comida de proporcionar consuelo en medio de tanta incertidumbre. Por muy escurridizos que sean los fideos, es interesante reflexionar sobre por qué estos (tan sencillos, tan básicos, tan cotidianos), tienen esa capacidad de nutrir, alimentar y, de hecho, reconfortar.
De todas las maneras de definir la comida reconfortante, yo rechazaría la definición del diccionario. ¿Por qué asociamos la comida reconfortante con la tristeza o con algún tipo de carencia o culpa? ¿Por qué consideramos el bote de helado, en el que caemos un viernes por la noche, un sustituto de los abrazos físicos que nos faltan? ¿No puede encantarnos sencillamente porque es delicioso, fácil y está ahí?
No me gusta la champaña (¡lo digo sin culpas!), pero me encanta esta cita de Lily Bollinger, de Bollinger Champagnes: “Bebo champaña cuando estoy feliz y cuando estoy triste”.
“En ocasiones la bebo cuando estoy sola”, afirmó. “Cuando tengo compañía, la considero obligatoria. Le doy probaditas si no tengo hambre y la bebo cuando sí. Si no, no la toco nunca… a no ser que tenga sed”.
¡A mí me pasa lo mismo con la comida! Como cuando estoy feliz y cuando estoy triste. A veces como cuando estoy solo. Cuando tengo compañía, es imprescindible. Botaneo cuando tengo antojo y me doy un festín cuando tengo apetito. Si no, puedo prescindir de la comida… a no ser que tenga hambre.
Soba con caldo de jengibre y jengibre crujiente
Rinde: 4 raciones
Tiempo total de preparación: 45 minutos
Para los aderezos:
6 cucharadas (90 mililitros) de aceite de oliva
1 1/2 cucharaditas de hojuelas de chile rojo
1/2 cucharadita de pimentón dulce
1 trozo de jengibre fresco (5 centímetros, unos 30 gramos), pelado y picado finamente (unas 3 cucharadas)
1 chalota, pelada y picada finamente
1/4 de taza/20 gramos de pan rallado panko
1 cucharada de ajonjolí blanco y negro
Sal kosher
Para el caldo:
2 1/4 tazas (500 mililitros) de caldo de pollo o de verduras
1 trozo de jengibre fresco (de 10 centímetros, unos 65 gramos), pelado y picado en trozos gruesos (alrededor de 1/3 de taza)
1 chalota, pelada y cortada en trozos grandes
1 cabeza de ajo pequeña, cortada a la mitad en diagonal
Para los fideos:
De 200 a 250 gramos de soba seco
2 cucharadas de jugo de limón verde recién exprimido
2 cucharadas de salsa de soya
1/3 de taza (10 gramos) de cilantro fresco picado grueso
1. En primer lugar, prepara los aderezos: Añade 4 cucharadas de aceite a un sartén grande y calienta a fuego medio. Pon las hojuelas de chile rojo y el pimentón en un tazón pequeño a prueba de calor. Una vez que el aceite esté bien caliente pero no humeante, viértelo sobre las especias. Reserva para que se infusionen mientras preparas los trozos de jengibre.
2. Añade las 2 cucharadas de aceite restantes al mismo sartén y calienta a fuego medio-alto. Una vez caliente, baja la flama a fuego medio y añade el jengibre y la chalota. Cuece de 10 a 15 minutos, revolviendo a menudo, hasta que los trozos estén bien dorados y empiecen a estar crujientes. Añade el panko, el ajonjolí y 1/4 de cucharadita de sal, y cuece de 4 a 6 minutos más, removiendo con frecuencia, hasta que esté bien tostado. Pasa a un tazón y reserva.
3. Mientras tanto, prepara el caldo: Agrega todos los ingredientes del caldo más 3/4 de taza (200 mililitros) de agua y 1 cucharadita de sal a una cacerola mediana con tapa, y lleva a hervor a fuego medio-alto. Tapa una vez que haya hervido, baja la flama a fuego bajo y cuece durante 25 minutos. Escurre con un colador colocado sobre un tazón, desecha los sólidos, y devuelve el caldo a la cacerola junto con 1 1/4 tazas (300 mililitros) de agua caliente. Mantén caliente a fuego bajo hasta que esté listo para servir.
4. Prepara los fideos: Hiérvelos en una olla o cacerola según las instrucciones del paquete, o durante 5 minutos en abundante agua hirviendo. Escurre bien y pásalos por agua fría para detener la cocción. Devuelve los fideos escurridos a la olla o cacerola y mézclalos con el jugo de limón, la salsa de soya y el cilantro.
5. Reparte el caldo caliente en cuatro tazones, luego utiliza un tenedor para enredar y juntar los fideos y hacer nidos estéticos en los tazones. Cubre con una cucharada de trozos de jengibre y el aceite de chile rojo, y sirve el resto a los lados.