Qué significa Estados Unidos para mí en 2021

Qué significa Estados Unidos para mí en 2021
La Estatua de la Libertad en Nueva York, el 29 de octubre de 2019. Foto, Damon Winter/The New York Times.

La pérdida de estatus puede hacer que las personas se replieguen a sus categorías tribales, se refugien en las glorias perdidas del pasado, se inflen de resentimiento hacia sus rivales y arremetan con una violencia espantosa.

Una nación es una comunidad de personas que, en el mejor de los casos, se mantiene unida por una historia común. De niño, me contaron una historia triunfalista sobre Estados Unidos, cargada de palabras como “superpotencia” y “más grande”.

Esa historia triunfalista suena hueca en 2021 y, al parecer, ha sido rechazada por muchos de las generaciones más jóvenes. A medida que esa historia se ha desgastado, nuestro país se ha fracturado, sin una narrativa nacional coherente. Así que buscamos formas más realistas e inclusivas de volver a contar nuestra historia.

El miércoles por la noche tuve la oportunidad de pasear por el bajo Manhattan, donde mis antepasados emigraron y construyeron nuevas vidas, y de hablar con algunos inmigrantes que llegaron hace poco, cuyas experiencias fueron similares a las de mi familia, aunque separadas por décadas y orígenes.

Pensé en el lugar tan importante que ha tenido la humillación en la historia de Estados Unidos: los pogromos y el Holocausto que aterrorizaron a los judíos y los hicieron huir. La pobreza degradante de la hambruna irlandesa. La persecución religiosa de los puritanos. El horror de los barcos de esclavos y el sometimiento. El trato inhumano de los solicitantes de asilo en la frontera sur. Dame tu “desamparado desecho”, escribió Emma Lazarus. Muy pocos grandes llegaron aquí rebozados de adoración.

Se nos da muy bien humillarnos los unos a los otros, incluso después de haber estado aquí durante años. La continua humillación del racismo diario. La condescendencia hacia la clase trabajadora de América Central. La intolerancia que obliga a los homosexuales a meterse en el clóset. Las burdas caricaturas de los cristianos evangélicos.

La característica brutal de la humillación es que se te mete bajo la piel. La imagen que algunas personas tienen de sí mismas refleja el desprecio que han experimentado, porque es muy difícil que no te afecte lo que la gente dice de ti.

“La humillación permanece en la mente, el corazón, las venas y las arterias para siempre”, escribe Vivian Gornick en Harper’s Magazine. “Permite a la gente cavilar durante décadas y con frecuencia deforma su vida interior”.

La pérdida de estatus puede hacer que las personas se replieguen a sus categorías tribales, se refugien en las glorias perdidas del pasado, se inflen de resentimiento hacia sus rivales y arremetan con una violencia espantosa.

La mentalidad puede ser apocalíptica. “Si se le permite ganar a otra tribu, su victoria no solo nos hará descender en la jerarquía, sino que la destruirá por completo”, ha señalado Will Storr. “Nuestra pérdida de estatus será completa e irreversible”.

Una característica destacada de Estados Unidos es que muchos de los despreciados que llegaron aquí no reaccionaron de esa manera. Respondieron a la humillación con acciones creativas. Desdeñados en casa, voltearon a ver el futuro.

Se convirtieron en minorías creativas siguiendo las pautas prescritas por el profeta Jeremías: mantened vuestra cultura y vuestras costumbres, pero estableceros en esta nueva tierra, construid casas y jardines, dad a vuestros hijos e hijas en matrimonio, buscad la paz y la prosperidad de este nuevo lugar.

Ser una minoría creativa es un papel orgulloso para cualquier grupo. Significa convertir el desprecio en un semillero de cultura, de innovación y de cultura. En su libro “The Omni-Americans”, Albert Murray escribe que los músicos negros que tocan el blues no están “oscureciendo o negando la existencia de las feas dimensiones de la naturaleza, las circunstancias y la conducta humana”, sino que, al expresar una conciencia ineludible de ellas, logran “una respuesta afirmativa y, por tanto, ejemplar y heroica”.

Gran parte del impulso y el dinamismo de la vida estadounidense proviene de personas humilladas que dicen: “Les mostraremos quiénes somos”.

La respuesta de los homosexuales y las lesbianas a la humillación ha sido uno de los grandes actos de la historia reciente de Estados Unidos: tener el valor de mostrarse en su plena humanidad; comprometerse con el servicio militar, el matrimonio y otras grandes instituciones de la vida estadounidense; marchar con orgullo. Caray, la misma palabra “orgullo” está ahora asociada de manera permanente a la vida LGBTQ.

Afirmo con amor que la comunidad evangélica blanca no ha respondido tan bien a medida que la corriente principal se ha alejado de ella. Con demasiada frecuencia, los evangélicos blancos han buscado salvadores políticos fuertes para recuperar su lugar dominante. Con demasiada frecuencia se han marginado a sí mismos en su propia subcultura y luego se han quejado de haber perdido su estatus. Tengo algunos amigos que se han manifestado sobre los abusos sexuales en sus iglesias y por ello se les acusa de “acomodación cultural disfrazada de religión del convencimiento”. Si creen que cualquiera que diga la verdad es culpable de colaborar con las élites culturales, entonces están viendo el mundo a través de una lente con el filtro del resentimiento.

La actitud beligerante es a menudo alucinante, ya que gran parte de la Biblia habla precisamente de vencer el desprecio con el amor santificado.

Algunos días la política estadounidense parece ser un inútil choque de resentimientos. Pero me gusta pensar que a lo largo de la historia de Estados Unidos se repite el relato de personas que vencen la humillación mediante la acción creativa. Me gusta pensar que, de manera paradójica, el desprecio ha sido una fuerza propulsora en la vida estadounidense porque la gente encuentra fuentes de poder en lugares a los que el desprecio no puede llegar.

 

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