Los niños, que pueden percibir con facilidad la angustia emocional de sus cuidadores, suelen compartir el dolor. Sin embargo, los expertos dicen que hay un antídoto que podría beneficiarnos a todos. Lo llaman “comportamiento prosocial”, es decir, actuar para ayudar a otras personas.
Pronto llegarán las fiestas. ¿Qué te hará sentir mejor, recibir un regalo o dar uno a alguien que lo necesita? Los estudios demuestran que, como dice el proverbio, es mejor dar que recibir.
“Hacer cosas amables te hace sentir mejor”, afirma Andrew Miles, sociólogo de la Universidad de Toronto. “Satisface una necesidad psicológica básica, como dar a nuestro cuerpo la comida adecuada. Te ayuda a sentir que tu vida es valiosa”.
Miles dirige un amplio estudio controlado que pretende cuantificar las formas en que hacer el bien puede ayudar a contrarrestar la ansiedad y la depresión que ahora mismo minan la salud y el bienestar de muchas personas en todos los ámbitos de la vida.
Y quizá la necesidad de bondad nunca haya sido más grande. El estrés económico, educativo y profesional asociado a la pandemia sigue cobrando factura. Además, los medios de comunicación, el internet e incluso las calles de los barrios suelen estar llenos de amenazas físicas y comentarios de odio dirigidos a grandes segmentos de la población.
Aunque los miembros de los grupos minoritarios, ya sean raciales, étnicos, religiosos o sexuales, están cada vez más dispuestos a denunciar las agresiones verbales y físicas y la discriminación, muchas personas afectadas siguen sufriendo en silencio. No es de extrañar que los índices de ansiedad y depresión continúen elevados.
Los niños, que pueden percibir con facilidad la angustia emocional de sus cuidadores, suelen compartir el dolor. Sin embargo, los expertos dicen que hay un antídoto que podría beneficiarnos a todos. Lo llaman “comportamiento prosocial”, es decir, actuar para ayudar a otras personas.
En su libro publicado, hace poco “Social Justice Parenting”, Traci Baxley, profesora adjunta de Educación, en la Universidad Atlántica de Florida, hace énfasis en las recompensas de enseñar compasión y amabilidad a una nueva generación. Su objetivo de fomentar un mundo más justo para todos es criar a niños “que puedan, en última instancia, defenderse a sí mismos, empatizar con los demás, reconocer la injusticia y ser proactivos para cambiarla”.
Su libro, que no podía dejar de leer, está repleto de excelentes ejemplos y consejos que pueden ayudar a los padres a criar a sus hijos con una imagen saludable de sí mismos y con consideración por el bienestar de los demás. “Es nuestra obligación enseñar a nuestros hijos a levantarse y ser aliados de los grupos marginados y silenciados”, escribió.
Baxley, madre de cinco hijos, me dijo que, al volver a la escuela tras el confinamiento de la pandemia, muchos jóvenes experimentaron un aumento de la depresión y la ansiedad social que puede contrarrestarse con un comportamiento prosocial. “Tan solo ver la compasión y la amabilidad en acción libera sustancias químicas en el cerebro que los ayuda a calmarse”, comentó. “Disminuye el ritmo cardiaco y libera serotonina que contrarresta los síntomas de la depresión”.
El comportamiento prosocial puede resultar natural para algunos. Incluso los niños de 2 o 3 años pueden compartir de manera espontánea una golosina o un juguete con un compañero de juego que no esté contento. Sin embargo, la mayoría de los niños necesitan aprenderlo de las mismas personas que les enseñan a decir “por favor” y “gracias” y, cuanto antes ocurra eso, mejor.
Para empezar, el comportamiento prosocial requiere compasión y empatía, la capacidad de reconocer y preocuparse por las necesidades y el bienestar de los demás. Sin embargo, la compasión sin un seguimiento constructivo no beneficia a nadie. El segundo paso es la amabilidad, es decir, la compasión en acción. Puedes sentirte angustiado al ver a una persona mayor a la que le cuesta trabajo cargar paquetes pesados; sin embargo, a menos que te ofrezcas a ayudar o expreses tu deseo de ayudar, pero expliques por qué no puedes, tu compasión se desperdicia.
Uno de mis momentos de mayor orgullo como abuela fue enterarme de que un nieto, que entonces estaba en primer grado, consoló a un compañero de clase que se había mareado en un viaje en autobús escolar. Mientras los demás niños del autobús se alejaban disgustados, mi nieto puso su brazo sobre el niño enfermo y le preguntó si se sentía mejor.
A medida que mis cuatro nietos crecían, me di cuenta de que todos tenían demasiadas “cosas”, y que yo había sido negligente al aumentar la acumulación con mis regalos navideños de juguetes y ropa. A partir de entonces, les dije que les daría dinero para que lo donaran a cualquier grupo sin fines de lucro que eligieran y que trabajara para mejorar la vida de los demás o del mundo. Uno de los chicos eligió un programa de tutoría para niños necesitados; otro eligió un programa deportivo extraescolar; otro, muy interesado en el medioambiente, envió su regalo a American Forests; y el más joven, de 10 años, lo donó a un banco de alimentos local.
Baxley relata episodios similares en “Social Justice Parenting”. Cuenta que un hijo se emocionó al encontrar un billete de 20 dólares y poco después se lo dio a una familia de inmigrantes que sostenía un cartel que decía: “¿Puede ayudarnos con la renta?”.
Con demasiada frecuencia, afirmó Baxley, los padres dan más valor a sacar buenas calificaciones o a ganar en los deportes que a ayudar a las personas que lo necesitan. Agregó que también es importante fomentar el bienestar emocional de un niño aceptando y cuidando al que tienes, no tratando de crear a la fuerza al que quieres. Un niño que carece de capacidad atlética y rechaza los deportes no debe ser obligado a participar en uno porque los padres lo valoran y podría ayudar al niño a entrar en la universidad, señaló.
Como madre de niños birraciales y educadora, Baxley reconoce los retos a los que se enfrentan los padres cuando tratan temas delicados como la raza, la discapacidad, la inconformidad de género y la falta de hogar. No obstante, insta a los padres a no dejar que el miedo se interponga en el camino de las conversaciones productivas. Sostiene que, incluso, los temas más difíciles, como el racismo, el acoso escolar, el sexismo y la muerte, pueden discutirse con sensibilidad y sinceridad en términos apropiados según la edad.