Mami se va a ir por un tiempo

Mami se va a ir por un tiempo
La antiheroína del momento, en películas como “La hija perdida” y novelas como “I Love You but I’ve Chosen Darkness”, comete el peor pecado de una madre: abandonar a sus hijos. Foto, Liana Finck/The New York Times.

La madre que abandona a sus hijos atormenta las narrativas familiares. Se convierte en una figura espeluznante, como salida de un diario sensacionalista, una excepción exótica a la figura común del padre desobligado.

Hay tantas maneras de fracasar en la maternidad, o eso es lo que le dicen a una madre. Puede ser autoritaria o distante. Puede sofocar o descuidar. Puede equivocarse en la maternidad de una manera tan específica que se le asigne un arquetipo de mala mamá: la madre de escenario, la madre refrigerador, la mamá permisiva. Puede estar siempre pendiente, como una madre helicóptero, o llegar a la intimidación, como una madre sobreprotectora. Pero lo que no puede hacer, eso que es tan tabú que rivaliza con asesinar a su descendencia, es irse.

La madre que abandona a sus hijos atormenta las narrativas familiares. Se convierte en una figura espeluznante, como salida de un diario sensacionalista, una excepción exótica a la figura común del padre desobligado, o es un esbozo en el fondo de una trama en la que su ausencia le da al protagonista una historia de origen que lo impulsa. Esta figura suscita burlas (piensa en la chiflada presidenta estadounidense interpretada por Meryl Streep en “No miren arriba” que se olvida de salvar a su hijo mientras huye del apocalipsis) o lástima (véase “Madres paralelas”, en la que una actriz abandona a su hija por pésimos roles en programas de televisión). Pero últimamente la madre que desaparece provoca una nueva respuesta: el respeto.

En la película de Maggie Gyllenhaal “La hija oscura”, la madre que abandona es Leda (interpretada, a lo largo de dos décadas, por Jessie Buckley y Olivia Colman), una traductora prometedora que abandona a sus hijas pequeñas varios años para seguir su carrera (y para tener un romance con un experto en la obra de Auden). En “Secretos de un matrimonio” de HBO, una nueva versión en la que se invierten los roles de género de la miniserie de 1973 de Ingmar Bergman, la madre es Mira (Jessica Chastain), una ejecutiva de tecnología de Boston que vuela a Tel Aviv, Israel, para tener una aventura disfrazada de proyecto de trabajo. Y en la autobiografía ficticia de Claire Vaye Watkins, “I Love You But I’ve Chosen Darkness”, la madre es Claire Vaye Watkins, una novelista que deja a su bebé para fumar bastante marihuana, dormir con un tipo que vive en una camioneta y confrontar su propia crianza problemática.

En todos estos casos, los hijos no son abandonados por completo; quedan al cuidado de los papás y otros parientes. Cuando un hombre se va de esta manera, no es algo excepcional. Cuando una mujer lo hace, se convierte en un monstruo o tal vez en la antiheroína de una oscura fantasía maternal. El feminismo ha dado opciones a las mujeres, pero una elección también representa una exclusión, y las mujeres, como personas que son, no siempre saben lo que quieren. A medida que estas protagonistas lidian con sus propias decisiones, también chocan con los límites de esa libertad, lo que revela cómo las elecciones de las mujeres rara vez cuentan con el apoyo social, pero siempre son juzgadas con severidad.

Una madre que pierde a sus hijos es una pesadilla. El título de “La hija oscura” hace referencia en parte a un incidente de este tipo, cuando una niña desaparece en la playa. Pero una madre que abandona a sus hijos es un sueño diurno, una vida alternativa imaginada pero reprimida. En “And Just Like That…”, la continuación de la serie de televisión “Sexo en la ciudad”, Miranda, que ahora es madre de un adolescente, aconseja a una profesora que está considerando tener hijos.

“Hay tantas noches en las que me encantaría ser juez y llegar a una casa vacía”, dice.

En Instagram, el retocado espejismo de la maternidad está siendo desafiado por muestras de cruda desesperación. El grupo Not Safe for Mom, que divulga confesiones de madres anónimas, palpita con amenazas vacías de rechazo al rol materno como: “¡Quiero estar sola! ¡¡No quiero preparar tu almuerzo!!”.

Estar sola es el sueño razonable y funcionalmente imposible de la madre. Sobre todo en tiempos recientes, cuando las vías de escape han sido selladas: escuelas y oficinas cerradas, guarderías suspendidas, trabajos perdidos o abandonados en crisis. Ahora la casa nunca está vacía, y tampoco puedes irte. Durante una pandemia, una chica de clase media intrépida aún puede “tenerlo todo”, siempre y cuando pueda manejar el trabajo y los hijos al mismo tiempo, desde una sala de estar sin leyes ni normas que se respeten.

Cada madre ausente tiene sus razones. El académico casado con Leda ha priorizado su carrera en detrimento de la de ella, y esto hace que sus decisiones sean entendibles e incluso provoquen empatía. Pero en “I Love You but I’ve Chosen Darkness”, Watkins no le da a su doble malvado en la ficción circunstancias exculpatorias. Claire tiene una doula, guardería, un extractor de leche gracias a Obamacare, un empleo fijo prácticamente asegurado de por vida, varios terapeutas y el esposo más comprensivo del mundo. Cuando empieza a dormir en una hamaca en el campus, su esposo le dice: “Creo que es genial que estés siguiendo lo que dicta tu… corazón, o… lo que sea… que esté pasando”. Nada obvio le impide ser una madre capaz, pero, al igual que Bartleby, la dadora de vida en realidad preferiría no hacerlo.

Al dotar de privilegios a Claire, Watkins sugiere que hay cargas de la maternidad que no pueden resolverse con dinero, ni ser aligeradas con la ayuda del otro progenitor, ni ser curadas por un profesional de la salud mental. El problema es la maternidad en sí y su ideal de total devoción desinteresada. La maternidad había convertido a Claire en un “espacio en blanco”, una figura que “no parecía pensar mucho” y que “tenía dificultades para completar sus oraciones”.

Como descubren estas mujeres, su menú de opciones de vida no es tan extenso después de todo. Anhelan que les ofrezcan un puesto diferente: el de papá. Claire quiere “comportarse como un hombre un poco malo”. Cuando Mira se va de manera abrupta, le asegura a su esposo: “Los hombres lo hacen todo el tiempo”.

Estas mujeres pueden irse, pero no se salen con la suya por completo. Al final, Mira pierde tanto el trabajo como al novio y ruega que le devuelvan su antigua vida. El abandono de Leda se vuelve un oscuro secreto en un thriller con un desenlace violento. Claire es la única que es curiosamente inmune a las consecuencias. Sigue sus impulsos egoístas hasta el desierto, donde pasa los días llorando y masturbándose sola en una tienda de campaña. Luego llama a su marido, que sale volando por ella, con todo y bebé feliz; al final, Claire reclama una vida en la que pueda “leer y escribir, dormir la siesta, dar clases, relajarse en una bañera y fumar”, y ver a su hija en los descansos. Al no imponer un castigo cósmico a Claire, Watkins se niega a facilitar el juicio del lector. Pero también hace que sea más difícil que nos importe.

Cuando estaba embarazada, yo también tenía una fantasía. En ella, estaba soltera, sin hijos, todavía era muy joven y vivía una vida alternativa en una camioneta en Wyoming. Leer “I Love You but I’ve Chosen Darkness” rompió el hechizo. Mientras Claire fumaba marihuana en pipas de agua y tenía nuevas parejas sexuales, no me pareció un monstruo ni una heroína, sino algo quizá peor: era aburrida. A pesar de que estas historias intentan revelar las complejas verdades emocionales de la maternidad, se entregan a su propia ficción: esa en la que una madre solo se vuelve interesante cuando deja de serlo.

 

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