Para él y otros jugadores retirados de la NFL, los golpes en la cabeza —o las “abolladuras”–, tan solo eran una inconveniencia durante sus días en el campo de juego. No obstante, la acumulación ha infligido una verdad brutal: daño cerebral.
CINCINNATI — Tim Krumrie entró al restaurante con una gorra negra de los Bengalíes y una camiseta adornada con el logotipo del Supertazón que no logró terminar. Su pierna izquierda —la que se fracturó en tres partes y tal vez fue la lesión más espeluznante en la historia de los Supertazones— ha sanado por completo. Por supuesto. Han pasado 33 años.
Sus extremidades más notorias son las manos. Krumrie no da la mano para saludar con tanta frecuencia, más bien las envuelve como una abrazadera. Levantaban yunques de 34 kilos en el salón de pesas de los Bengalíes. Luchaban con linieros ofensivos que le hacían doble equipo. En el invierno de 1989, empujaron un quitanieve a través de la aguanieve de Wisconsin, unas pocas semanas después de que los cirujanos le implantaron el clavo estabilizador de 38 centímetros al interior de la tibia.
La semana pasada, del otro lado de la mesa de una cabina en medio círculo, Krumrie extendió esas mismas manos. Una envolvía su iPhone; la otra se deslizó por varias fotos hasta que encontró las imágenes de su cerebro, tomadas en agosto de 2015. Manchas azules, manchas verdes.
Esos colores, revelados por medio de imagenología nuclear que muestra cómo la sangre atraviesa los tejidos, indicaban falta de flujo sanguíneo en áreas afectadas del cerebro. El doctor de Krumrie, con solo ver el escaneo, le preguntó si había tenido cambios de humor y problemas de equilibrio, dificultades para dormir y pérdida de memoria: síntomas comunes entre los jugadores que golpearon, y fueron golpeados, con tanta frecuencia como Krumrie durante sus doce años en la NFL.
Sí, respondió Krumrie.
Para él y otros jugadores retirados de la NFL, los golpes en la cabeza —o las “abolladuras”, el eufemismo preferido de Krumrie— tan solo eran una inconveniencia durante sus días en el campo de juego. No obstante, la acumulación ha infligido una verdad brutal: daño cerebral. Krumrie ha reconocido las consecuencias de su extraordinaria carrera y las ha aceptado. También ha decidido quitarle el estigma a hablar sobre las lesiones cerebrales.
“Es una experiencia aleccionadora decir: ‘Mira, tengo un problema’”, comentó Krumrie, un tackle nariz que fue elegido dos veces como el mejor de la liga en su posición. “Se supone que eres fuerte. Esa es la realidad. Mi realidad es verlo, reconocerlo y enfrentarlo. Al igual que con mi pierna, me ocupé de ello. Y gané”.
Krumrie no se arrepiente para nada del papel que el fútbol americano desempeñó en su salud. Dijo que se rompería la otra pierna con tal de jugar otro Supertazón… ni siquiera para vengar la derrota de Cincinnati contra San Francisco al final de la temporada de 1988. Todos esos juegos, ganaba o perdía. Tacleaba al corredor o no lo hacía. Eran proposiciones binarias. Cuando el cerebro está dañado, no sana por completo. Por lo tanto, Krumrie (que se pronuncia [KROM-rai]) ha manejado sus síntomas apegándose a rutinas.
Dejó de beber soda dietética y alcohol. Lee todos los días: libros sobre Jerry Rice, Vince Lombardi y Brett Favre, quien, según hizo notar Krumrie, pudo iniciar con Green Bay en 1992 a causa de la lesión en el tobillo del mariscal de campo de los Empacadores, Don Majkowsk, que le produjo una captura del mismo Krumrie.
Antes de ir al supermercado, toma fotografías de lo que debe comprar. Escribe recordatorios en notas adhesivas. Para mantenimiento, Krumrie también sigue usando un dispositivo que comparó con un casco de fútbol americano sin máscara. Le transmite luz infrarroja al cráneo para mejorar el flujo sanguíneo.
Según Krumrie, después de los primeros 30 tratamientos, su mente recuperó nombres y recuerdos. Con esas manos cambió a otro grupo de imágenes, tomadas la última vez que se realizó la imagenología nuclear, llamada tomografía computarizada por emisión de fotón único (SPECT, por su sigla en inglés), en diciembre de 2015. Mucho mejor. Había más gris en la pantalla. Las manchas, aunque seguían presentes, se habían desvanecido un poco.
“Hay quienes no pueden hablar del tema”, comentó Krumrie. “¿Soy un tipo duro? Súbeme a un cuadrilátero con cualquiera… hoy. Sigo teniendo la misma mentalidad. ¿Puedo hacerlo? No. Pero mi mente dice que puedo”.
En diciembre de 2017, The Cincinnati Enquirer detalló esta fase de su vida, unos meses antes de que él y su esposa, Cheryl Krumrie, se fueran de Steamboat Springs, Colorado, donde les encantaba esquiar, caminar en la nieve con raquetas y andar en bicicleta, para establecerse en la zona de Cincinnati y reunirse con viejas amistades. De vuelta a lo conocido.
El giro de 180 grados que dieron los Bengalíes, de una marca de 4-11-1 a ser campeones de la AFC, ha animado a Krumrie, aunque sigue olvidando cosas, como le pasó de camino al complejo del estadio Arrowhead antes del juego de campeonato de la AFC este año. Cuando él y su esposa pasaron por el centro de entrenamiento de Kansas City, ella le preguntó si lo recordaba, pues había entrenado ahí durante cuatro años. No, respondió.
Sin embargo, otros días, recuerda anécdotas, nombres y palabras que pensaba que se habían perdido para siempre.
“Se ha mantenido bastante estable”, mencionó Cheryl Krumrie. “Eso me alegra, porque no mejorará. No se puede recrear y corregir el cerebro. Solo quiero seguir en el mismo lugar. Me basta con mantener el statu quo”.
Cuando el gol de campo de Evan McPherson durante los tiempos extras propulsó a los Bengalíes al título de la AFC, los Krumrie, invitados del comisionado de la NFL, Roger Goodell, se regocijaron. En un momento de silencio en la suite, su hijo, Dexter, le dijo a Cheryl Krumrie que, con una victoria de los Bengalíes sobre los Carneros de Los Ángeles en el Supertazón, su padre iba a poder cambiar de página.
Cuando su esposa le comentó eso, Tim Krumrie respondió que iba a llorar: no lo había pensado de esa manera. Tan solo quería explorar en qué lugar de la liga estaban los jugadores de los Carneros según su posición para ver si los Bengalíes daban la talla. Estaba seguro de que iban a vencer a Kansas City, pero sabía que no podía controlar el resultado.
“Vivo un día a la vez”, comentó Krumrie. “Despierto cada mañana; sale el sol; es un buen día”.