La mayoría de los hombres que se han dado a la fuga en semanas recientes habían recibido el llamado para servir en el Ejército, o querían evitar el reclutamiento, o les preocupaba que Rusia cerrara las fronteras si Putin declaraba la ley marcial.
MOSCÚ — Los viernes por la tarde solían ser ajetreados en la peluquería Chop-Chop ubicada en el centro de Moscú, pero al inicio de un fin de semana reciente, tan solo una de las cuatro sillas estaba ocupada.
“Lo más normal es que estuviésemos llenos en este momento, pero la mitad de nuestros clientes se fue”, comentó la gerente, Olya. Muchos de los clientes —junto con la mitad de los peluqueros también— huyeron de Rusia a fin de evitar la campaña del presidente Vladimir Putin para movilizar a cientos de miles de hombres a la débil campaña militar en Ucrania.
Muchos hombres no salen a la calle por temor a recibir un aviso de reclutamiento. Cuando Olya llegó a trabajar el viernes pasado, fue testigo de que había autoridades en cada una de las cuatro salidas de la estación del metro, revisando documentos.
Su novio, quien era peluquero en el local, también huyó y la separación está pasando factura.
“Todos los días son difíciles”, reconoció Olya, quien, como otras mujeres entrevistadas, no quiso que se usara su apellido por temor a las represalias. “Me cuesta saber qué hacer. Siempre planeábamos en pareja”.
Olya no está sola. Aunque hay bastantes hombres en una ciudad de 12 millones de personas, en toda la capital su presencia ha menguado de manera notable: en restaurantes, la comunidad hípster y reuniones sociales como cenas y fiestas. Esto sucede en especial entre los intelectuales de la ciudad, quienes a menudo tienen un ingreso disponible y pasaportes para viajar al extranjero.
Algunos hombres que sentían repulsión por la invasión a Ucrania se fueron cuando estalló la guerra; otros que en general se oponen al Kremlin huyeron porque temían ser encarcelados o reprimidos. Sin embargo, la mayoría de los hombres que se han dado a la fuga en semanas recientes habían recibido el llamado para servir en el Ejército, o querían evitar el reclutamiento, o les preocupaba que Rusia cerrara las fronteras si Putin declaraba la ley marcial.
Nadie sabe con precisión cuántos hombres se han ido desde que Putin anunció su “movilización parcial”. No obstante, cientos de miles de hombres se fueron. El viernes, Putin declaró que al menos se habían reclutado a 220.000 hombres.
Por lo menos 200.000 hombres llegaron al país vecino de Kazajistán, donde los rusos pueden entrar sin pasaporte, según las autoridades kazajas. Decenas de miles de otros hombres escaparon a Georgia, Armenia, Azerbaiyán, Israel, Argentina y Europa occidental.
“Mis amigas y yo nos juntamos para beber vino, hablar y apoyarnos, para sentir que no estamos solas”, comentó Liza, cuyo marido, un abogado que trabaja para una gran empresa multinacional, recibió un aviso varios días antes de que Putin anunciara la movilización. Renunció a su trabajo y escapó a un país de Europa occidental, pero Liza, de 43 años, se quedó porque su hija está en la escuela y todos sus abuelos están en Rusia.
Las mujeres con maridos reclutados también sufren de soledad, pero la eclipsa el miedo de que sus cónyuges puedan regresar sin vida.
La semana pasada en un “voenkomat” (una oficina militar), al noroeste de Moscú, esposas, madres e hijos se reunieron para despedir a sus seres queridos, quienes iban a ser enviados al combate.
“Estos hombres son como juguetes en manos de niños”, comentó Ekaterina, de 27 años, cuyo marido, Vladimir, de 25 años, estaba adentro recogiendo sus raciones y a unos momentos de ser enviado a un campo de entrenamiento afuera de Moscú.
“Tan solo son carne de cañón”. Ekaterina deseaba que su esposo hubiera evadido los citatorios, pues dijo que habría sido mejor para él estar en la cárcel unos años que regresar muerto a casa.
Si los moscovitas pudieron permitirse un verano hedonista en el que parecía que nada había cambiado de manera drástica desde la invasión a Ucrania, la situación es mucho más distinta a medida que se asienta el invierno y las consecuencias de la guerra, incluidas las sanciones, se vuelven más evidentes.
El lunes, el alcalde de Moscú anunció que la movilización en la capital había terminado de manera oficial. Sin embargo, muchos negocios ya percibían un declive. En las dos semanas posteriores a la leva, la cantidad de pedidos en los restaurantes de Moscú con una cuenta promedio de más de 1500 rublos (unos 25 dólares) disminuyó un 29 por ciento en comparación con el mismo periodo del año pasado. Sberbank, el prestamista más grande de Rusia, cerró 529 sucursales tan solo en septiembre, según el periódico Kommersant.
En el centro, muchos escaparates están vacíos, con letreros de “SE RENTA” en las ventanas. Incluso la oficina de la aerolínea insignia de Rusia, Aeroflot, cerró su sucursal en la calle de moda, Petrovka. Cerca de ahí, los escaparates donde los diseñadores de Occidente no habían parado de cambiar sus maniquís durante el verano por fin fueron tapizados.
“Me recuerda a Atenas en 2008”, comentó Alexei Ermilov, el fundador de Chop-Chop, al comparar a Moscú con la capital griega durante la crisis financiera mundial.
Ermilov mencionó que, de las 70 peluquerías de su franquicia, las de Moscú y San Petersburgo eran las que más sentían la ausencia de los hombres.
“Podemos ver la inmensa ola de reubicación en Moscú y San Petersburgo más que en otras ciudades, en parte porque más gente tiene los medios para irse de ahí”, comentó Ermilov.
Para los hombres que se quedaron, circular por la ciudad se ha vuelto estresante.
“Intento ir en auto a todas partes porque entregan los citatorios para el reclutamiento en la calle y al lado del metro”, comentó Alexander Perepelkin, un director de mercadotecnia y el editor de Blueprint, una publicación de moda y cultura.
Perepelkin se quedó en Rusia porque sintió una obligación hacia sus más de cien empleados de mantener activa la empresa. Sin embargo, ahora sus oficinas le recuerdan a los primeros meses de la pandemia de la COVID-19 debido a toda la gente que falta. Perepelkin y sus socios no saben qué hacer.
“La mercadotecnia es el tipo de negocio que haces en la vida normal”, pero no en tiempos de guerra, comentó desde una lujosa cafetería y un espacio compartido de trabajo. La cafetería estaba casi llena de mujeres, entre ellas un grupo que celebraba un cumpleaños con una clase sobre arreglos florales.
En la peluquería Chop-Chop, Ermilov, el fundador, mencionó algo similar. A finales de septiembre, se fue a Israel y ahora planea abrir un negocio que no tenga presencia física en su país natal y que esté “menos expuesto a riesgos geográficos”.
Dentro de Rusia, los gerentes de las peluquerías debatían la posibilidad de expandir los servicios para atender a clientas.
“Hablamos de reorientar el negocio”, comentó Olya, la gerente. “Pero es imposible planear ahora que el horizonte de planeación ha cambiado a alrededor de una semana”.