A pesar del desgaste sufrido por la pandemia y el conflicto permanente que alimentó durante su gestión, en la primera vuelta de las elecciones, 2 de octubre, recibió 51 millones de votos, un 43,2 %, fuerza muy superior de lo que pronosticaban los sondeos.
Jair Bolsonaro se juega la Presidencia de Brasil el próximo domingo, pero sea cual sea el resultado de las urnas, el capitán en la reserva del Ejército permanecerá en la historia de Brasil como el hombre que resucitó a la derecha.
Sus cuatro años en el poder sacaron a los militares del silencio de los cuarteles, elevaron a los pastores de los púlpitos a los despachos de los palacios donde se toman las decisiones y aglutinaron a todos los sectores que defienden la ley del más fuerte.
“No había derecha en Brasil. No tuvo vergüenza en aparecer y vino para quedarse. Ese es el legado que voy a dejar”, resumió Bolsonaro en una reciente entrevista.
DIOS, PATRIA, FAMILIA Y LIBERTAD
Evangélicos, militares, empresarios neoliberales, latifundistas sin escrúpulos, madereros ilegales, defensores de las armas y los que comulgan con los valores conservadores se han unido bajo su lema de campaña, “Dios, patria, familia y libertad”.
Un lema calcado al que usaban los “camisas verdes”, fascistas que trataban de emular en el Brasil de la década de 1930 las doctrinas de Benito Mussolini.
A su vez, Bolsonaro busca inspiración en Donald Trump y trata de entroncar con otros líderes de la ultraderecha, como la italiana Giorgia Meloni, el húngaro Viktor Orbán, el chileno José Antonio Kast o el español Santiago Abascal.
En común, su odio visceral al “comunismo” que identifica en todo lo que se le opone, y su lucha sin cuartel contra las agendas del feminismo, del colectivo LGBTI, de la protección de las minorías raciales o de la defensa del medioambiente.
También, el liberalismo económico a ultranza, que Bolsonaro solo abrazó en los últimos años y que no ha dudado en relativizar para aumentar el gasto público más allá del techo legal en los meses previos a las elecciones.
NOSTÁLGICO DE LA DICTADURA
La gran diferencia con la ultraderecha europea es el fuerte nexo de Bolsonaro con el Ejército, al que sirvió en su juventud y que ahora ha revitalizado, con generales en puestos clave del Gobierno y repartiendo generosas pensiones y otras dádivas a militares y policías.
Nostálgico de la dictadura (1964-1985), aplaude y sonríe a sus seguidores cuando lo jalean para que cierre el Parlamento y el Tribunal Supremo, unas manifestaciones que, lejos de censurar, ampara en la libertad de expresión.
La oposición lo acusa de ser autoritario, por vivir en eterno conflicto con el Congreso y el Poder Judicial y por sus denodados esfuerzos por desligitimar el sistema electoral, lo que ha suscitado un rechazo generalizado tanto en Brasil como en el exterior.
GROSERÍAS MARCA BOLSONARO
Un rechazo similar al que causan sus salidas de tono, su lenguaje soez, las groserías con las que se expresa y que él atribuye a su estilo directo y espontáneo.
Un ejemplo: en un acto de campaña, para regocijo de sus acólitos, se refirió a sí mismo como “imbroxável”, una palabra vulgar para calificar al hombre que consigue mantener una erección.
Hace pocos días generó un revuelo mayúsculo por decir que “pintó un clima” (atracción sexual) con unas niñas de 14 y 15 años que, según dijo, se estaban prostituyendo. En plena campaña, tuvo que pedir disculpas.
En una propaganda electoral, dijo estar arrepentido de las expresiones polémicas que usó durante la pandemia, cuando entre risas llegó a imitar a una persona asfixiándose y quitó yerro a la gravedad de la situación, diciendo que él no es enterrador.
RECHAZO POR LAS NUBES
Todo para tratar de reducir la alta tasa de rechazo que lastra su candidatura, que sobrepasa el 50 % y es incluso más alta entre mujeres, pobres, negros y todas las minorías que, en una u otra ocasión, ha vejado con su incontinencia verbal.
Hace cuatro años, se alzó a la Presidencia al catalizar el sentimiento anticorrupción y arrogarse la bandera antisistema, pese a haber pasado tres décadas en la política, en su mayoría ocupando un escaño de diputado.
A pesar del desgaste sufrido por la pandemia y por el conflicto permanente que alimentó durante su gestión, en la primera vuelta de las elecciones, el pasado 2 de octubre recibió 51 millones de votos, un 43,2 %, una fuerza muy superior de lo que pronosticaban los sondeos.
Para la segunda vuelta tiene la difícil tarea de remontar los 6 millones de votos que le aventaja su rival, Luiz Inácio Lula da Silva.
Si pierde, como auguran los sondeos, Bolsonaro adelanta que se retirará a pescar en Angra dos Reis, en el litoral de Río de Janeiro.
No obstante, advierte que en su barco habrá un teléfono para seguir en contacto con sus sucesores, que pretenden mantener vivo el bolsonarismo tras Bolsonaro, sea desde el próximo enero, sea a partir de 2027.