La fuerte sequía que azota la Amazonia brasileña ha aislado a aldeas enteras que dependen de los ríos para subsistir de forma sostenible y ahora observan con preocupación como las aguas desaparecen bajo sus pies: “Está pasando una cosa anormal”.
La comunidad de Tumbira está a unos 75 kilómetros de Manaos, capital del estado de Amazonas, y en ella viven una treintena de familias cuyos ingresos proceden mayoritariamente del turismo.
El modo de vida de este poblado, que cambió la extracción ilegal de madera por la llegada de turistas, está en jaque ante el alarmante descenso del caudal de los ríos, única ruta de acceso. Un ejemplo de sostenibilidad hoy en riesgo.
El principal de la región es el río Negro, que en septiembre pasado alcanzó su nivel más bajo para el mes desde que se tienen registros, según estimaciones oficiales.
Problemas logísticos
No sin dificultades, el río Negro aún es navegable, pero el afluente que lleva hasta Tumbira está prácticamente seco. El camino ahora hay que hacerlo a pie.
“Uf, Dios mío, voy a morir aquí”, exclama entre sudores Alberta Pacheco, coordinadora del Núcleo Tumbira de la Fundación Amazonia Sostenible, después de caminar, cargada hasta los topes, desde donde pudo dejarle la lancha hasta la aldea.
Y es que la acuciante falta de lluvias en esta parte del bosque tropical más grande del planeta, donde la mayoría de sus habitantes viven en condiciones precarias, está generando serios problemas de logística para el suministro de alimentos y medicamentos.
En Tumbira, los pozos artesanales aún suministran agua potable. Otros pueblos de la zona no tienen esa suerte. Sin embargo, su mayor problema es que los turistas están cancelando en cascada las reservas y el 70 % de los ingresos de la comunidad depende de ellos.
“Nuestra preocupación es que estamos apenas a principios de octubre y están diciendo que la sequía se va a extender por más tiempo”, alerta a EFE Roberto Mendonça, uno de los líderes comunitarios y administrador de la “Posada de Garrido”.
Comenta que “todo el mundo comenzó a asustarse” cuando entre julio y agosto el río empezó a secarse a una velocidad inusual.
Peor que en 2010
Recuerda que en 2010 ocurrió algo parecido, pero no estás alturas del año.
“Está pasando una cosa anormal. Hubo sequías grandes, pero con ese descenso tan rápido” del nivel de los ríos “nunca había ocurrido”, asegura.
Los efectos de El Niño, unido al cambio climático, están detrás de esta severa sequía en la selva amazónica que ha obligado al Gobierno brasileño a realizar de urgencia obras de dragado para garantizar el transporte fluvial, adelantar el pago de los subsidios sociales y activar termoeléctricas para asegurar el suministro de luz.
La sequía también se ha sentido en los estados de Acre y Rondônia y ha causado una gran mortandad de peces en varios puntos del vasto bioma.
Mendonça resalta que han hecho una plan de crisis para mitigar los efectos de la sequía, pero temen que no sea suficiente.
“Por eso pedimos a la gente que, si tienen ayuda, la manden a las comunidades que la necesiten”, demanda.
Desde la Fundación Amazonia Sostenible ya están recaudando donaciones de alimentos y agua potable para las familias afectadas ante el previsible agravamiento de la situación en los próximos meses.
Según las previsiones meteorológicas, la sequía podría dar una tregua a finales de este año, aunque no lo hará de forma significativa, pues se espera que Brasil esté bajo los efectos de El Niño hasta marzo o abril del próximo año.
Hasta entonces, las comunidades rurales amazónicas que viven del turismo, como Tumbira, intentarán subsistir como puedan.
“Nuestras vidas están aquí. Tenemos la esperanza de que pase esta tempestad para poder seguir con nuestro desarrollo”, expresa Mendonça.