Hacer ejercicio durante la pandemia ha sido un reto para muchos de nosotros. Los gimnasios están cerrados o tienen una ocupación limitada, al igual que los parques, piscinas, caminos y otras instalaciones recreativas. Si los senderos están abiertos, a menudo están atascados, lo que dificulta el distanciamiento social cuando caminamos, paseamos, cabalgamos, trotamos o hacemos ejercicio.
Las recomendaciones y requisitos en torno a las mascarillas han creado complicaciones adicionales. Pocas personas que hacen ejercicio, incluyéndome, se ponen los cubrebocas con entusiasmo cuando se trata de entrenamientos vigorosos, convencidos de que harán que nos sude la cara, que la respiración sea difícil y que los entrenamientos sean más agotadores. Reorganizamos el tiempo y los lugares de nuestros trotes y paseos para poder ejercitarnos cuando hay poca gente cerca y dejarnos el rostro descubierto. O simplemente no entrenamos.
Pero para aquellos de nosotros convencidos de que usar un cubrebocas hará que el ejercicio sea más difícil o más desagradable, dos nuevos estudios ofrecen un contrapunto estimulante. Ambos encuentran que las mascarillas no afectan negativamente a los entrenamientos vigorosos, ya sean de tela, quirúrgicas o del tipo N95. Los hallazgos pueden sorprender pero también animar a cualquiera que espere permanecer seguro y activo en las próximas semanas y meses, a medida que los casos de coronavirus aumentan en Estados Unidos y otros lugares.
La mayoría de nuestras expectativas sobre las mascarillas y el ejercicio se basan en anécdotas e ideas preconcebidas. Poca ciencia del pasado ha examinado si y cómo los cubrebocas afectan a los entrenamientos serios. Los pocos experimentos anteriores relevantes se centraron principalmente en los trabajadores de la salud que llevaban mascarilla al caminar, para ver si el estar activo mientras se las usaba afectaba su pensamiento u otras capacidades. (No sucedió, según muestran los estudios).
Pero caminar suavemente no es correr, andar en bicicleta u otras rutinas más vigorosas, y no hemos tenido evidencia científica sobre cómo el uso de una mascarilla podría alterar esos entrenamientos. Así que, recientemente, dos grupos de científicos decidieron, por separado, investigar el tema.
El primero de los grupos en publicar sus hallazgos, en septiembre en el Scandinavian Journal of Medicine & Science in Sports, se concentró en las mascarillas quirúrgicas y respiratorias N95 durante el ejercicio. Los investigadores, la mayoría de ellos afiliados al Campus de Atención Médica de Rambam en Haifa, Israel, invitaron a 16 hombres adultos sanos y activos al laboratorio, donde comprobaron los ritmos cardíacos, la presión arterial, la saturación de oxígeno, los ritmos respiratorios y los niveles actuales de dióxido de carbono. Luego les colocaron tubos nasales delgados que recogían sus respiraciones para su análisis y, en tres visitas separadas al laboratorio, les pidieron que montaran una bicicleta estacionaria.
En cada visita, los hombres, de hecho, completaron una prueba de pedaleo hasta el agotamiento, durante la cual los investigadores aumentaron gradualmente la resistencia en la bicicleta estacionaria, como en una larga e implacable subida de colina, hasta que los hombres apenas podían girar los pedales. Durante todo el proceso, los investigadores monitorearon el ritmo cardiaco, la respiración y otras medidas fisiológicas de los ciclistas y les preguntaron repetidamente qué tan difícil se sentía el ejercicio.
Durante una sesión de pedaleo, los rostros de los hombres estuvieron descubiertos. Pero en las otras dos sesiones, se pusieron una mascarilla quirúrgica de papel desechable o un respirador N95 ajustado.
Después, los científicos compararon las respuestas fisiológicas y subjetivas de los ciclistas durante cada sesión y encontraron pocas variaciones. Usar mascarilla no había hecho que el ciclismo se sintiera o fuera más agotador y no había cansado a los ciclistas antes de tiempo. El único efecto sustancial fue el de las mascarillas N95, que aumentaron ligeramente los niveles de dióxido de carbono en la respiración de los ciclistas, probablemente porque las mascarillas estaban muy ajustadas. Pero ninguno de ellos se quejó de opresión en el pecho, dolores de cabeza u otros problemas respiratorios.
La mayoría expresó cierta sorpresa, en cambio, de que las mascarillas no les hubieran molestado, dice Danny Epstein, médico del departamento de medicina interna del Campus de Atención Médica de Rambam, quien dirigió el nuevo estudio. Ellos “habían creído que su desempeño se reduciría con el uso de cubrebocas”, dice.
De manera similar, los investigadores del segundo estudio sobre el uso de mascarillas, que fue publicado este mes en el International Journal of Environmental Research and Public Health, formularon la hipótesis de que usar cubrebocas haría que las personas que hacen ejercicio se sintieran incómodas y cansadas. Para confirmarlo, dirigieron a un grupo de 14 hombres y mujeres sanos y activos a realizar las mismas sesiones de ejercicio “hasta el agotamiento” que en el estudio israelí, mientras que los voluntarios alternativamente o no llevaban mascarilla o usaban un paño de tres capas o una cobertura facial quirúrgica. Los investigadores vigilaron los niveles de oxígeno en la sangre y los músculos de los ciclistas, los ritmos cardíacos, otras medidas fisiológicas y la sensación de los ciclistas de cuán duro era el ejercicio.
Después, contrariamente a su hipótesis, no encontraron diferencias en la experiencia de los ciclistas, tanto si habían usado una mascarilla como si no.
“A partir de los resultados de nuestro estudio, no creo que los cubrebocas puedan hacer que los entrenamientos se sientan peor”, dice Philip Chilibeck, profesor de kinesiología de la Universidad de Saskatchewan en Canadá, que supervisó el estudio.
Por supuesto, los dos nuevos estudios reclutaron a adultos sanos y activos. No sabemos si los resultados serían los mismos en personas mayores, más jóvenes, en peor estado físico o con problemas respiratorios preexistentes. Los estudios también incluyeron el ciclismo. Los resultados probablemente serían similares en el atletismo, el entrenamiento con pesas y otras actividades vigorosas, dicen tanto Epstein como Chilibeck, pero eso, por ahora, sigue siendo una presunción. Y, obviamente, los estudios observaron cómo los cubrebocas afectan al portador, no si y hasta qué punto las diferentes cubiertas faciales previenen la propagación de las gotículas respiratorias durante el ejercicio.
Aún así, los hallazgos sugieren que cualquiera que dude en usar una mascarilla durante el ejercicio debería probar una, aunque mejor no la mascarilla N95, dice Epstein, ya que las de este tipo aumentaron ligeramente los niveles de dióxido de carbono de los ciclistas y, de todos modos, deberían reservarse para los trabajadores de la salud.
“La COVID-19 cambia todos los aspectos de nuestra vida y hace que las cosas simples sean más complicadas”, dice Epstein. “Pero podemos aprender a seguir haciendo las cosas esenciales, como el ejercicio. Aprendí a pasar largas horas con equipo de protección personal” —lo que significa cubrir toda la cara y llevar otras ropas protectoras— en el hospital. Así que creo que podemos acostumbrarnos a ir al gimnasio”, y a los caminos y aceras y senderos concurridos, “con un cubrebocas”.