No obstante, como todos nosotros, los tecnólogos tienen puntos débiles y prejuicios. Pueden juzgar mal u opinar sobre temas que realmente no entienden. Además, los humanos no siempre son buenos para entender a los humanos.
La gente que trabaja en el sector tecnológico a menudo es increíblemente inteligente. Sin embargo, no por eso va a pronosticar con precisión el comportamiento humano y social.
La semana pasada, el director ejecutivo de Airbnb dijo que pensaba que una mayor cantidad de personas saltaría de casa en casa tras el fin de la pandemia. Mark Zuckerberg, de Facebook, habló sobre su visión de la gente que usará gafas para leer la mente. Un cofundador de Stripe, la empresa emergente de finanzas digitales, tocó varios temas, entre ellos las métricas de productividad de los trabajadores y la necesidad de una mejor tecnología médica.
Estas ideas dieron qué pensar, y los ejecutivos del sector tecnológico ya han tenido la razón muchísimas veces.
Sin embargo, les pido un poco más de humildad a los tecnólogos y un poco más de escepticismo al resto de nosotros. Los ejecutivos del sector tecnológico no son oráculos por ser muy inteligentes y monitorear los productos que usan millones de personas (esto es verdad incluso para la empresa tecnológica llamada Oracle).
A medida que la tecnología se ha enredado más en nuestras vidas y la economía —y los fundadores del sector se han convertido en celebridades dignas de alfombras rojas—, la gente quiere saber la opinión de los tecnólogos sobre… todo: el futuro de las ciudades, la educación, la atención médica, los empleos y el medioambiente. Tiene sentido. Yo también quiero saber qué opinan.
Ya que ven la actividad de millones o miles de millones de personas y negocios, las empresas tecnológicas tienen información que muy otros pocos tienen. Queremos que los líderes corporativos poderosos sean considerados con el mundo. Y los tecnólogos pueden convertir sus creencias en nuestra realidad.
No obstante, como todos nosotros, los tecnólogos tienen puntos débiles y prejuicios. Pueden juzgar mal u opinar sobre temas que realmente no entienden. Además, los humanos no siempre son buenos para entender a los humanos.
Me temo que el problema es que con demasiada frecuencia asociamos la labor de dirigir una empresa innovadora con una capacidad para predecir el futuro. Y esto puede tener consecuencias reales si basamos las políticas y nuestras vidas en torno a lo que estas figuras dicen.
Uno de los ejemplos más evidentes fueron las proclamaciones que hizo Uber en relación con la ayuda que iba a brindar para aliviar el tráfico y la contaminación en las principales zonas metropolitanas y reducir la cantidad de autos en Estados Unidos. En 2015, el cofundador de Uber, Travis Kalanick, describió el futuro de su empresa: “Menos autos, menos congestionamientos, menos estacionamientos, menos contaminación y la creación de miles de empleos”.
Ahora, varias investigaciones demuestran que Uber y otros servicios de transporte privado bajo demanda en esencia hicieron lo opuesto. Empeoraron el tráfico en muchas ciudades, contribuyeron a un aumento en los kilómetros manejados en Estados Unidos e hicieron que la gente optara por desplazarse sola en un auto en lugar de compartir el transporte público.
Quizá no fue la intención de Kalanick y otros que respaldaron la visión que tuvo Uber de un país menos dependiente de los autos. Tal vez, solo querían que Uber sonara virtuoso.
No obstante, lo más probable es que la lección haya sido que los tecnólogos a menudo no pueden predecir cómo responderá la gente frente a sus creaciones.
Zuckerberg ahora dice que no previó que Facebook fuera a empoderar a los autoritarios y crear incentivos para las voces más radicales.
Algunas de las mismas promesas que Uber estaba haciendo hace unos años ahora están volviendo, pero de parte de empresas que trabajan en autos con computadoras al volante, trenes veloces y otras innovaciones en el transporte. Me entusiasman estas ideas, pero también estoy consciente de qué sucedió con lo que se esperaba originalmente de los servicios de transporte privado.
Ese antecedente no exige cinismo, sino escepticismo saludable y autocrítica. Necesitamos que se planteen más preguntas, tanto por parte de las empresas tecnológicas como por el resto de nosotros. Podríamos empezar con: ¿Qué te hace pensar eso? ¿Y si estás equivocado? ¿Qué podrías estar pasando por alto?
También podría ayudar que los tecnólogos respondieran: “No sé”, cuando alguien les pida su opinión sobre el producto interno bruto de China.
Geopolítica bajo el mar
En el boletín informativo del miércoles, escribí sobre la línea difusa entre el deseo que tienen los países por independizarse de la tecnología y el proteccionismo. Ahora, quiero hacer la conexión con los cables submarinos (como lo saben los lectores regulares de On Tech, me encanta la tecnología aburrida).
La mayoría de nosotros nunca verá los cables que corren debajo de los océanos y mares, pero unos pocos cientos de esas conexiones trasladan casi todo el internet y el tráfico telefónico por todo el mundo.
Esto convierte a la gente y a las empresas que controlan los cables submarinos en los amos del internet. Hacen uso de cuellos de botella de los cuales se podría abusar para espiar lo que está pasando en línea o desconectar a un país de grandes sectores del internet.
Con ese tipo de poder, esos aburridos racimos de fibras de vidrio son una gran preocupación para los gobiernos.
Esto se puede ver en la lucha por un nuevo cable de internet submarino llamado Peace que se extiende desde China hasta Pakistán y luego por debajo del agua alrededor de África hasta Francia.
Las entidades responsables de la construcción de este cable son empresas chinas, y a las autoridades estadounidense de seguridad les preocupa que el gobierno de China pueda usar Peace para fines de sabotaje o vigilancia. Según Francia, el enlace submarino ayudará a la economía francesa y está atrapado en medio de sus aliados estadounidenses y China.
El miércoles, The Wall Street Journal también informó que un grupo, encabezado por Facebook, abandonó sus planes de crear un nuevo cable de internet entre California y Hong Kong después de meses de presión ejercida por las autoridades de seguridad nacional de Estados Unidos. De nueva cuenta, la preocupación de las autoridades es que el vínculo físico con Hong Kong —y el mayor reclamo de China sobre el control de la isla— pueda ser un riesgo para la seguridad.
Las riñas por los cables submarinos generan una pregunta complicada sobre la tecnología en un mundo fracturado: ¿hay manera de conectar a la gente sin sentar las bases de amenazas para la seguridad? La infraestructura compartida del internet ha sido esencial para conectar el mundo, pero no funciona si no hay confianza entre los países.