El hielo adormece la zona afectada, con lo que atenúa el dolor, y mantiene a raya la hinchazón y la inflamación, lo que muchos atletas creen que ayuda a que sus maltrechos músculos se curen con mayor rapidez.
Después de un entrenamiento muy intenso o de una lesión deportiva, muchos de nosotros recurrimos a las bolsas de hielo para reducir el dolor y la hinchazón de nuestros músculos adoloridos. Sin embargo, un nuevo estudio en animales revela que la aplicación de hielo altera el entorno molecular del interior de los músculos lesionados de forma perjudicial y retrasa su sanación. El estudio se realizó con ratones, no con personas, pero se suma a las crecientes pruebas de que la aplicación de hielo a los músculos después del ejercicio extenuante no solo es ineficaz, sino que podría ser contraproducente.
En la mayoría de los gimnasios, vestidores o cocinas de los deportistas, se pueden encontrar bolsas de hielo en el congelador o el refrigerador. Casi tan comunes como las botellas de agua, suelen colocarse en las extremidades adoloridas después del ejercicio agotador o de posibles lesiones. El razonamiento para enfriar la zona es obvio. El hielo adormece la zona afectada, con lo que atenúa el dolor, y mantiene a raya la hinchazón y la inflamación, lo que muchos atletas creen que ayuda a que sus maltrechos músculos se curen con mayor rapidez.
Sin embargo, en los últimos años, los científicos del ejercicio han empezado a templar los supuestos beneficios del hielo. Por ejemplo, en un estudio de 2011, las personas que aplicaron hielo a un músculo desgarrado de la pantorrilla después sintieron tanto dolor en la pierna como las que no lo hicieron y no pudieron volver al trabajo o hacer otras actividades con mayor rapidez. Del mismo modo, una reseña científica de 2012 concluyó que los atletas que aplicaban hielo a los músculos adoloridos después del ejercicio extenuante —o para los masoquistas que se sumergían en baños de hielo— recuperaban la fuerza y la potencia muscular con mayor lentitud que sus compañeros que no usaban hielo. Y un aleccionador estudio de 2015 sobre el entrenamiento con pesas descubrió que los hombres que se aplicaban bolsas de hielo de manera habitual después de los entrenamientos desarrollaban menos fuerza, tamaño y resistencia muscular que los que se recuperaban sin hielo.
No obstante, poco se sabe sobre el verdadero efecto del hielo en los músculos adoloridos y afectados a nivel microscópico. ¿Qué ocurre en lo más profundo de esos tejidos cuando los enfriamos y de qué manera afectan, y tal vez impiden, la recuperación de los músculos estos cambios moleculares?
Con esto en mente, para el nuevo estudio, publicado en marzo en la revista Journal of Applied Physiology, los investigadores de la Universidad de Kobe, en Japón y otras instituciones, interesados desde hace tiempo en la fisiología muscular, reunieron a 40 ratones machos, jóvenes y sanos. A continuación, usaron la estimulación eléctrica de la parte inferior de las patas de los animales para contraer repetidamente los músculos de las pantorrillas y así simular, en la práctica, una jornada prolongada, agotadora y, en última instancia, desgarradora en el gimnasio.
Los músculos de los roedores, como los nuestros, están formados por fibras que se estiran y contraen con cualquier movimiento. Si se sobrecargan esas fibras durante actividades desconocidas o en particular extenuantes, se dañan. Tras la curación, los músculos afectados y sus fibras deberían fortalecerse y soportar mejor esas mismas fuerzas la próxima vez que se ejerciten.
Pero lo que interesaba a los investigadores ahora era el proceso de curación en sí mismo y si la aplicación de hielo lo cambiaría. Así que tomaron muestras de músculo de algunos animales inmediatamente después de sus esfuerzos simulados y, a continuación, colocaron pequeñas bolsas de hielo en las patas de más o menos la mitad de los ratones, sin hacer nada al resto de los animales. Los científicos siguieron recabando muestras musculares de los miembros de ambos grupos de ratones con unas horas de diferencia y luego días después de su supuesto entrenamiento, durante las dos semanas siguientes.
Después, examinaron bajo el microscopio todos los tejidos, centrándose en especial en lo que pudiera estar ocurriendo con las células inflamatorias. Como la mayoría de nosotros sabemos, la inflamación es la primera respuesta del cuerpo a cualquier infección o lesión, con la cual las células inmunitarias proinflamatorias se dirigen a la zona afectada, donde luchan contra los gérmenes invasores o recogen los trozos de tejido dañado y los residuos celulares. Luego, entran en acción las células antiinflamatorias, que calman la reacción inflamatoria y favorecen la formación de nuevos tejidos sanos. Sin embargo, la inflamación suele ir acompañada de dolor e hinchazón, algo que, comprensiblemente, a muchas personas les desagrada y quieren amortiguar con ayuda del hielo.
Al observar los músculos de las patas de los ratones, los investigadores vieron evidencias claras de daños en muchas de las fibras de los músculos. En el tejido que no se había enfriado también observaron una rápida concentración de células proinflamatorias. Al cabo de unas horas, estas células empezaron a eliminar los restos celulares hasta que, al tercer día tras las contracciones, la mayoría de las fibras dañadas se habían eliminado. En ese momento, aparecieron células antiinflamatorias, junto con células musculares especializadas que reconstruyen el tejido, y al cabo de dos semanas estos músculos parecían estar completamente sanos.
No sucedió así en los músculos a los que se aplicó hielo, en los que la recuperación parecía retrasarse de manera evidente. Estos tejidos tardaron siete días en alcanzar los mismos niveles de células proinflamatorias que aparecieron al tercer día en el músculo que no se enfrió y tanto la eliminación de residuos como la llegada de células antiinflamatorias tuvieron un retraso similar. Incluso después de dos semanas, los músculos enfriados mostraban signos moleculares persistentes de daño en los tejidos y curación incompleta.
El resultado de estos datos es que “en nuestra situación experimental, el hielo retrasa las respuestas inflamatorias saludables”, afirmó Takamitsu Arakawa, profesor de Medicina de la Escuela de Posgrado de Ciencias de la Salud, de la Universidad de Kobe, quien supervisó el nuevo estudio.
Sin embargo, como Arakawa señaló, el modelo experimental simulaba un daño muscular grave, como una distensión o un desgarro, y no un simple dolor o fatiga. Además, este estudio se hizo con ratones, que no son personas, aunque nuestros músculos compartan una composición similar. En futuros estudios, Arakawa y sus colegas planean estudiar daños musculares más leves en animales y personas.
Pero por ahora, según Arakawa, los resultados de su estudio sugieren que los músculos dañados y adoloridos saben cómo curarse a sí mismos y que nuestra mejor respuesta es relajarnos y dejar las bolsas de hielo en el congelador.