Los comentarios de Austin, reforzados por las declaraciones del secretario de Estado, Antony Blinken, sobre las diversas formas en que Putin “ya ha perdido” en la lucha por Ucrania, reflejan una decisión que tomó el gobierno de Biden y sus aliados más cercanos.
WASHINGTON — Cuando el secretario de Defensa, Lloyd Austin, declaró el lunes al final de una visita furtiva a Ucrania que el objetivo de Estados Unidos es ver a Rusia tan “debilitada” que ya no tenga el poder de invadir un Estado vecino, estaba reconociendo una transformación del conflicto, de una batalla por el control de Ucrania a una que enfrenta a Washington de manera más directa con Moscú.
El presidente Joe Biden entró en la guerra insistiendo en que no quería convertirla en una contienda entre Estados Unidos y Rusia. Más bien, simplemente estaba ayudando a una pequeña democracia en apuros a defenderse de la invasión de un vecino mucho más poderoso. “La confrontación directa entre la OTAN y Rusia es la tercera guerra mundial, algo que debemos esforzarnos por evitar”, señaló a principios de marzo, apenas dos semanas tras el inicio de la guerra.
Se ha comprometido a mantener a los militares estadounidenses fuera de la lucha y se ha resistido a imponer una zona de exclusión aérea sobre Ucrania que podría poner a las fuerzas estadounidenses y rusas en combate directo. Sin embargo, a medida que las atrocidades de la guerra rusa se han vuelto más evidentes y la necesidad de Ucrania de contar con blindaje pesado ha aumentado, las líneas se han vuelto más borrosas y la retórica más aguda. Al mismo tiempo, de palabra y de hecho, Estados Unidos ha ejercido presión gradualmente con el fin de debilitar al Ejército ruso.
Ha impuesto sanciones diseñadas explícitamente para impedir que los militares rusos desarrollen y fabriquen nuevas armas. Ha trabajado —con éxito desigual— para cortar los ingresos del petróleo y el gas que impulsan su maquinaria bélica.
El ímpetu inmediato de la declaración cuidadosamente orquestada de Austin de que Estados Unidos quiere “debilitar a Rusia hasta el punto de que no pueda hacer cosas como invadir Ucrania”, aseguraron varios funcionarios del gobierno, era poner al presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, en lo que un alto funcionario del Departamento de Estado llamó “la mano más fuerte posible” para lo que esperan que sea algún tipo de negociaciones de alto al fuego en los próximos meses.
Sin embargo, a más largo plazo, la descripción de Austin del objetivo estratégico de Estados Unidos está destinada a reforzar la creencia del presidente ruso, Vladimir Putin, que ha declarado con frecuencia que la guerra en realidad tiene que ver con el deseo de Occidente de sofocar el poder ruso y desestabilizar su gobierno.
Además, al presentar el objetivo estadounidense como un Ejército ruso debilitado, Austin y otros miembros del gobierno de Biden están siendo más explícitos sobre el futuro que ven: años de continua lucha por el poder y la influencia con Moscú que en cierto modo se asemeja a lo que el presidente John F. Kennedy denominó la “larga lucha crepuscular” de la Guerra Fría.
Los comentarios de Austin, reforzados por las declaraciones del secretario de Estado Antony Blinken sobre las diversas formas en que Putin “ya ha perdido” en la lucha por Ucrania, reflejan una decisión que tomó el gobierno de Biden y sus aliados más cercanos, según comentaron varios funcionarios el lunes, de hablar más abiertamente y con optimismo sobre la posibilidad de una victoria ucraniana en los próximos meses a medida que la batalla se desplaza hacia el sur y el este de habla rusa, donde el Ejército de Putin debería, en teoría, tener ventaja.
En un momento en el que los servicios de inteligencia de Estados Unidos informan que Putin cree que está ganando la guerra, la estrategia consiste en hacer ver que la incursión militar rusa será desastrosa y que se trata de un conflicto que Putin no puede permitirse mantener.
Pero es una estrategia que conlleva algunos riesgos.
“Hay una línea muy estrecha aquí”, James Arroyo, un ex alto funcionario de la seguridad nacional británica que ahora se desempeña como director de la Fundación Ditchley, un grupo de expertos que se enfoca en la promoción de la democracia. “El riesgo es que ‘degradar el poder militar ruso’ podría convertirse fácilmente en una degradación de Rusia como potencia en general y que Putin lo utilice para avivar el nacionalismo”.
Hay un segundo riesgo: que si Putin cree que sus fuerzas militares convencionales están siendo estranguladas, recurra a la intensificación de los ciberataques contra las infraestructuras occidentales, a las armas químicas o a su arsenal de armas nucleares tácticas de “campo de batalla”. Es una posibilidad que apenas era concebible hace ocho semanas, pero que hoy se discute de manera habitual.
El viaje de Austin y Blinken estaba preparado para argumentar que, aunque sobre el papel los rusos tienen ventaja, las probabilidades en realidad favorecen a los ucranianos, en gran medida porque tienen la motivación de preservar su patria.
“El primer paso para ganar es creer que se puede ganar”, comentó Philip Breedlove, que fue comandante supremo aliado en Europa, el máximo responsable militar de la OTAN, hasta 2016. Añadió que se alegraba de las palabras de Austin, aunque se arriesgara a provocar a Rusia, porque “los ucranianos tienen que creer que tenemos la intención de darles lo que necesitan, pues eso se requerirá para que ganen”.
Lo que necesitaban era artillería pesada y, a medida que el gobierno de Biden y otros países de la OTAN se han apresurado a hacer llegar ese armamento a manos ucranianas, los rusos han hecho cada vez más eco de sus advertencias de que los envíos son un acto de agresión, y podrían ser objeto de ataques.
La artillería, sin embargo, puede justificarse en gran medida como armamento de defensa: no pueden atacar adentrándose mucho en Rusia. Pero la declaración de Austin sobre impedir que Rusia vuelva a invadir, Ucrania o cualquier otro lugar, articuló una estrategia que se ha insinuado en declaraciones públicas y en el tipo de sanciones que Occidente ha impuesto a Rusia en las últimas ocho semanas.
Funcionarios de gobierno profundamente involucrados en la estrategia de sanciones dicen que fue diseñada para empeorar con el tiempo. A medida que el capital se agote para invertir en nuevas capacidades, a medida que los suministros de chips disminuyan y los ingresos energéticos se reduzcan, la presión se hará más evidente. Con el tiempo, se extenderá a los bienes de consumo, dificultando a los ciudadanos rusos la adquisición de iPhones y Androids que parecen tan omnipresentes en las calles de Moscú como en las de Nueva York.
Los asistentes de Biden dicen que entienden que las sanciones no pueden lograrlo solas: lo que se necesita es una mezcla altamente coordinada de sanciones, presión militar y diplomacia. Esa es una tarea difícil con los Estados más pequeños. Con un país del tamaño de Rusia, armado con armas nucleares, se convierte en una propuesta mucho más arriesgada.