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Por qué la rebelión de los indios pueblo de Nuevo México en 1680 resuena en las protestas de 2020

Por qué la rebelión de los indios pueblo de Nuevo México en 1680 resuena en las protestas de 2020
Preparación de alimentos para personas sin hogar, como parte de una iniciativa conjunta entre las organizaciones Pueblo Action Alliance y Seeding Sovereignty en Albuquerque, Nuevo México, el 17 de septiembre de 2020. Foto: Adria Malcolm/The New York Times

ALBUQUERQUE, Nuevo México — Mientras las protestas por la violencia policial contra afroestadounidenses se extendían de ciudad en ciudad tras el asesinato de George Floyd en mayo, la frase garabateada con pintura roja en el Museo de Historia de Nuevo México se remontaba mucho más atrás en el tiempo: “1680 Tierras Recuperadas”.

El grafiti invocaba otra coyuntura rebelde en lo que hoy es Estados Unidos: la revuelta de 1680, cuando los indios pueblo le propinaron a España una de las derrotas más sangrientas de todo su vasto imperio colonial. Desde las protestas a fines de la primavera contra monumentos de los conquistadores de Nuevo México, hasta las frases que adornaban las paredes de Santa Fe y Taos el mes pasado celebrando la revuelta de los indios pueblo, la rebelión meticulosamente orquestada que estalló hace 340 años está resonando de nuevo.

El activismo cada vez más enérgico en Nuevo México demuestra cómo las protestas en todo el país por la injusticia racial y el trato de la policía a los afroestadounidenses han alimentado un cuestionamiento aún más amplio sobre el racismo y la desigualdad que persisten en esta parte de Occidente.

Los grupos indígenas están usando como referencia la revuelta de los indios pueblo al organizar campañas sobre temas como las tierras robadas, el despliegue de agentes federales en Albuquerque por parte del Departamento de Justicia y el manejo del gobierno de Donald Trump de la pandemia del coronavirus, la cual ha afectado a los pueblos indígenas de un modo especialmente fuerte.

“La rebelión de los pueblo fue la revolución indígena más exitosa en lo que hoy se conoce como Estados Unidos”, afirmó Porter Swentzell, historiador del Pueblo de Santa Clara, una de las 23 naciones tribales de Nuevo México. “El 2020 está dinamizando este aumento del activismo inspirado por la revuelta que se estuvo organizando durante años”.

En las últimas décadas, las celebraciones de lo ocurrido en 1680 en Nuevo México y Arizona ya desafiaban el enfoque tradicional de la primitiva historia estadounidense en las colonias inglesas de Plymouth o Jamestown. En la actualidad, la representante Deb Haaland, miembro de los laguna (tribu perteneciente a la cultura pueblo) de Nuevo México, quien es una de las primeras mujeres nativas estadounidenses elegidas al Congreso, es una de las figuras destacadas que está dando a conocer la revuelta de los pueblo.

Aunque, en su mayoría es desconocida fuera del suroeste, los detalles básicos de cómo se cristalizó la sangrienta insurrección —y que al final produjo ganancias duraderas en la soberanía de los pueblo— han fascinado a los académicos desde hace mucho tiempo.

La rebelión de los indios pueblo logró ahuyentar a una potencia europea de una gran parte de América del Norte durante un periodo considerable, a diferencia de otras rebeliones indígenas de la misma época, como la guerra del rey Felipe en Nueva Inglaterra.

Pero incluso después de que España reafirmara su control sobre Nuevo México, los pueblo lograron asegurar concesiones permanentes. Los españoles les permitieron permanecer en sus tierras, cedieron a algunas exigencias de autonomía y proporcionaron el modo para que los miembros de la tribu presentaran quejas legales sobre el maltrato por parte de los funcionarios coloniales.

Las semillas de la rebelión se plantaron mucho antes de 1680, cuando los colonos españoles y los frailes franciscanos, tras conquistar Nuevo México, les impusieron el trabajo forzoso, el evangelismo y los tributos obligatorios a los pueblos indígenas de la provincia fronteriza durante gran parte del siglo XVII.

Los indios pueblo organizaron una rebelión tras otra, al igual que los pueblos indígenas en otras partes de las tierras ocupadas por los españoles. Sin embargo, se necesitó de un líder visionario llamado Popé para orquestar la madre de todas las revueltas.

Popé, originario de la nación Ohkay Owingeh —de habla tewa— que en la actualidad sigue viva en el norte de Nuevo México, logró la rebelión al unir en secreto una red de alianzas entre las diversas comunidades pueblo con lenguas tan variadas como hopi, keres y zuñi.

El meticuloso plan de Popé se desarrolló en medio de una catástrofe casi inimaginable. Si bien las estimaciones varían, se cree que la conquista española provocó un declive dramático de la población pueblo de alrededor de 80.000 integrantes a principios del siglo XVII a cerca de unos 17.000 justo antes de la rebelión. El hambre y las epidemias en los años previos a 1680 aumentaron el número de muertos.


Mesa negra o Tunyo, donde hasta 2000 personas se refugiaron en la década de 1690 para enfrentarse a los españoles durante un asedio que duró un mes, en el Pueblo de San Ildefonso, Nuevo México, el 20 de septiembre de 2020. Foto: Adria Malcolm/The New York Times

“Popé es una especie de personaje mítico de Mad Max en un mundo posapocalíptico en el que podía ver a todas las aldeas ancestrales desoladas en el panorama”, dijo Matthew Liebmann, un arqueólogo de la Universidad de Harvard que ha trabajado extensamente en el Pueblo de Jémez.

Antes de la revuelta, los españoles habían prohibido que los indios en Nuevo México montaran a caballo. Por lo tanto, Popé envió corredores de larga distancia a cientos de kilómetros a comunidades pueblo alrededor de la provincia con cuerdas anudadas de lo que se cree que era yuca o quizás tiras de piel de venado.

A los insurgentes se les dio la instrucción de desatar un nudo todos los días hasta el último, cuando todas las comunidades pueblo se levantarían en armas al mismo tiempo. Cuando los españoles se enteraron de la conspiración, ya era demasiado tarde.

El 10 de agosto de 1680, los pueblo iniciaron su rebelión. Saquearon haciendas, incendiaron iglesias y confiscaron caballos y arcabuces. Mataron a 21 sacerdotes franciscanos y 401 colonos, incluyendo algunas familias enteras. Luego de que los guerreros pueblo sitiaron Santa Fe, los sobrevivientes españoles huyeron a El Paso.

A España le costaría más de una década reconquistar Nuevo México de manera violenta, ubicando la revuelta de los pueblo entre las principales rebeliones indígenas de las Américas, como la de Tupác Amaru en los Andes en la década de 1780, que también resonó e inspiró los nombres de grupos guerrilleros en Uruguay y Perú e incluso al rapero estadounidense Túpac Amaru Shakur.

Los nuevos intentos de reivindicación de la revuelta de los pueblo han generado reacciones complejas en el suroeste. Algunas personas de ascendencia hispana que alaban su propia ascendencia indígena también ven la insurrección como una fuente de orgullo, mientras que otras se han sentido atacadas por el activismo.

Richard Barela, el vicepresidente de la Unión Protectiva de Santa Fe, un grupo hispano de ayuda mutua, dijo que se oponía a glorificar la rebelión de los pueblo. Argumentó que hacerlo reflejaba los esfuerzos no solo de activistas indígenas, sino de angloestadounidenses con considerable poder económico y político en Nuevo México para “borrar” siglos de cultura hispana que mezcló tradiciones y linajes europeos e indígenas.

“Popé exigió que se destruyera todo lo europeo, y eso incluyó la masacre de hombres, mujeres y niños”, afirmó Barela.

Sin embargo, las nuevas generaciones de indios pueblo dicen estar redescubriendo una parte del pasado que parece tener especial relevancia en este momento en el que la ciudadanía del país está llena de preguntas sobre la injusticia racial histórica, como los efectos permanentes de la esclavitud y la limpieza étnica.

Reyes DeVore, una mujer del Pueblo de Jémez que pasó parte de su infancia en California, dijo que no conocía la historia de la rebelión hasta que se mudó a Nuevo México cuando era una adolescente, donde vio a los corredores de Jémez celebrar la revuelta cada agosto.

DeVore, de 32 años, dijo que luego había leído el trabajo de Joe Sando, un historiador de los pueblo quien escribió extensamente sobre la rebelión, antes de unirse a Pueblo Action Alliance, un grupo activista creado a raíz de las protestas de Standing Rock contra el oleoducto Dakota Access en Dakota del Norte.

Citando las polémicas demoras en la distribución de ayuda federal a las naciones tribales durante algunas de las fases más mortales de la pandemia actual, DeVore dijo que la conmoción de este 2020 había demostrado cómo el gobierno seguía tratando con desprecio a las tribus.

“Nos dejaron para que nos las arregláramos por nuestra cuenta, porque al gobierno de Estados Unidos le importa un demonio los pueblos indígenas”, dijo DeVore, cuyo grupo culminó hace poco un mes de actividades en torno a la rebelión de los indios pueblo.

Acatando las medidas de distanciamiento social que limitaban el activismo en persona, Pueblo Action Alliance organizó una campaña en las redes sociales que describió cómo se había realizado la rebelión de los indios pueblo, promovió la carrera para honrar a los mensajeros de la revuelta y propuso remplazar estatuas de conquistadores españoles con esculturas de Popé.

El fortalecimiento de un movimiento indígena americano en un momento de tumulto político no carece de precedentes. El Movimiento Indígena Americano se creó en Minneapolis en 1968 en respuesta a la brutalidad policial contra los nativos americanos en las Ciudades Gemelas.

Otra activista de los indios pueblo, Justine Teba, dijo que las protestas por los monumentos conquistadores en Nuevo México de este año también se habían inspirado en el ejemplo del exitoso esfuerzo emprendido durante la última década para eliminar la celebración anual en Santa Fe de la reconquista española de Nuevo México en 1692.

Teba, que prefiere utilizar el nombre tewa de ‘Ogap’oge para referirse a Santa Fe, dijo que la consolidación de unidad entre docenas de comunidades pueblo de Nuevo México en 1680, y el apoyo de otros pueblos nativos como los apaches, ofrecieron un modelo para la organización contemporánea.

“Fueron capaces de expulsar a nuestros colonizadores a través de la unión, y eso es básicamente lo que está sucediendo hoy”, dijo Teba, de 27 años, miembro del grupo de liberación indígena Red Nation. “Tenemos varias tribus que se están uniendo para deshacerse de las estatuas que celebran nuestro genocidio”.

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