Julianne Kassidy tenía un ex con el que definitivamente no quería toparse. (Todos tenemos uno, ¿no?).
A finales de octubre, había pasado casi un año desde que Kassidy, de 20 años, una estudiante universitaria de Los Ángeles, había visto a ese exnovio, hasta que entró en una tienda de abarrotes, y allí estaba él. Su corazón se aceleró, se sintió sudorosa y comenzó a entrar en pánico. ¿La seguiría hasta el coche? ¿Tendría que hablar con él?
Pero luego se dio cuenta de que no la reconoció porque, cumpliendo con las normas locales y nacionales, llevaba puesto un cubrebocas.
“Me miró a la cara y pasó de largo”, dijo Kassidy. “Pensé: ‘Gracias a Dios’”.
Salvada por el cubrebocas.
El papel principal de los cubrebocas obviamente es protegerte del coronavirus a ti y a la gente que te rodea. Pero algunas personas han descubierto otro beneficio en su uso: el anonimato. Poder caminar por la calle sin ser reconocido es una posibilidad que muchos aprecian. Para algunos significa el fin de charlas banales indeseadas cuando intentan hacer sus mandados. A otros les permite ser exactamente como quieren ser en público —no hay necesidad de poner una sonrisa falsa o contener las lágrimas— sin importar quién esté cerca.
“¿Sabes cuántos hombres desconocidos solían decirme que sería más bonita si sonriera?”, comentó Kassidy, que también trabaja para una empresa de diseño de iluminación. “No he escuchado eso en nueve meses, y se siente increíble. No les incumbe”.
Por supuesto, que nadie pueda ser reconocido fácilmente plantea sus desventajas. Hay encuentros incómodos cuando los amigos y los miembros de la familia se mezclan (“¡Pensé que eras Sarah!”. “¡¿Me parezco a Sarah?!”). Otros piensan que los cubrebocas cortan la conexión con su comunidad.
Christopher Franklin ha vivido en Norman, Oklahoma, desde 2012. Aunque es una de las ciudades más grandes del estado, tiene un aire de pueblo pequeño.
“Trabajé de mesero durante mucho tiempo, así que conozco a todo el mundo”, dijo. “Me encuentro con gente todo el tiempo.”
Franklin, de 35 años, quien trabaja para una empresa de software farmacéutico, solía temer encontrarse con gente conocida. Le daba ansiedad que le hicieran una serie de preguntas o tener que pensar en qué decir. Incluso ha tenido algunos ataques de pánico.
Desde luego, usar cubrebocas limita esos encuentros. Pero también le facilita charlar con la gente cuando aun así se topa con alguien.
“Supongo que tiene que ver con la vulnerabilidad, o con la regulación de la respiración o con sentir que ‘estamos en esto juntos’”, dijo. “Realmente no tengo una buena respuesta, solo sé que me siento mucho menos ansioso cuando lo tengo puesto en público. Hace que sea un poco más fácil hablar con la gente”. Dijo que incluso cuando la pandemia termine y los cubrebocas ya no sean médicamente necesarios, guardará uno en su bolsillo.
Franklin también tiene a alguien en su vida a quien no quiere volver a ver. “Es un colega, y preferiría no revelar por qué me desagrada”, dijo. “No hay una buena manera de explicarlo, pero todos conocemos a alguien que preferiríamos ver antes de que esa persona nos vea a nosotros, ¿no?”.
Así es.
Franklin estaba en una gasolinera y el hombre en cuestión se acercó al mostrador delante de él. Inmediatamente pensó que podía usar su cubrebocas como escudo.
“Miré hacia otro lado, y me aseguré de que el cubrebocas estaba bien puesto y me cubría la cara”, explicó. “Lo vi mirándome dos veces. Conté las veces. Luego se fue. No pareció reconocerme. Solo fue esa duda de que alguien puede no ser quien crees, y fue suficiente para mantenerlo alejado.”
Cubrebocas con beneficios
¿Y en entornos aún más sociables?
Luke Chileski es un estudiante de segundo año del Allegheny College en Meadville, Pensilvania, donde hay alrededor de 1800 estudiantes y en promedio once personas por clase. “Hay mucha gente cuyos nombres conozco, y hay mucha gente con la que he tenido una o dos conversaciones”, comentó.
A Chileski, de 20 años, le gustan las reuniones sociales premeditadas. “Si sé que alguien que conozco va a estar en un lugar determinado, y hablo con esa persona, no me importa. Me prepararé mentalmente para tener esa conversación”, dijo. “Me gusta tener amigos”.
Pero los encuentros espontáneos, no le gustan tanto. “A veces, cuando la gente se me acerca y me molesta con muchas preguntas, me resulta difícil”, dijo. “Me doy la vuelta de inmediato y salgo del comedor si veo a gente que conozco.”
Este año ha sido mucho más relajado que el anterior gracias a un accesorio útil: su cubrebocas, que le permite ver y ser visto solo cuando así lo quiere.
“Los cubrebocas son algo bueno porque me dejan ser yo”, dijo. “Para la gente extrovertida debe ser horrible, pero para mí es fenomenal”.
Sin embargo, a algunas personas no les gusta que se les pase por alto, por lo que llevan cubrebocas “distintivos”, con estampados audaces como de leopardo o de cuadros o, de manera más radical, cambian el color de su cabello.
Kendra Vanderwerf, de 34 años, dirige una peluquería en su casa en Ontario, Canadá. Con su llamativo pelo rojo, y su metro y medio de estatura, los clientes se acercan a ella con frecuencia, incluso cuando lleva cubrebocas.
“La gente me reconoce como esa persona pequeña que anda por ahí con el cabello brillante”, dijo. Su marido, David Vanderwerf, de 40 años, profesor, ofrece otra característica distintiva: camina con bastón.
Sin embargo, ella no goza de las mismas pistas para identificar a los demás. “Me la paso esperando durante la conversación a que revelen una pista de quiénes son”, comentó. “No quiero ser grosera y decir: ‘No puedo reconocerte con el cubrebocas puesto’, aunque sea cierto”. Ocasionalmente ha tenido que hacer preguntas importantes sobre el trabajo y sus familias para obtener más información.
La situación la entristece. “No quiero que la gente sea anónima, porque me sigue gustando hacer esas conexiones con la gente”, dijo. “Cuando nos encontramos con estudiantes, me encanta oírlos decir que mi marido es su profesor favorito. Esa conversación me alegra el día”.
Ya ha discutido el tema con sus clientes, y cada vez más piden peinados diferentes y distintivos. “He tenido un gran aumento de vívidos, es decir, los estilos de cabello en tonos brillantes y alocados”, dijo. “Solía tener cinco al mes. Ahora son más bien veinte”. Recientemente usó “azules y amarillos, y un poco de verde” para un estilo inspirado en “La noche estrellada” de Van Gogh.
’¿Mamá?’
Incluso los lazos más íntimos pueden ser confundidos a causa del cubrebocas. Un chiste sobre traer a casa al marido equivocado está rondando en las redes sociales: “¡Estén atentos, gente!”.
Cheyenne Vance y su novio estaban en el pasillo de los alimentos congelados del supermercado, comprando los nuggets de pollo que le encantan, cuando una mujer con cubrebocas pasó junto a ellos empujando su carrito. Su novio la miró dos veces y reconoció el suéter como un regalo de Navidad que dio el año anterior. Incluso cuando dijo “¿Mamá?” no estaba totalmente seguro de que fuera ella.
No obstante, lo era. Después los tres se rieron y bromearon sobre los alimentos que iban a comprar.
Judah Guber, de 37 años, que trabaja en el sector de las estrategias digitales y vive en Manhattan, tiene uno de esos rostros que la gente cree reconocer.
“El tipo con el que más me confunden estos días es Peter Scanavino de ‘La ley y el orden: UVE’ y a veces Simon Baker”, dijo. “También me confunden con Anderson Cooper todo el tiempo”.
“Los extraños me miran fijamente, y siempre pienso: ‘¿Tengo algo en la cara?’”, añadió riéndose.
Usar cubrebocas solo ha agravado el problema de Guber. Con la mitad del rostro cubierto, la gente no tiene ni idea de si es una celebridad o no.
“Pasé por el Stumble Inn, un bar, el otro día y alguien dijo: ‘Creo que ese es Mark Zuckerberg’”, dijo. “Me di la vuelta y lo oí decirles a sus amigos: ‘¿Realmente es él?’”.
Guber no se sintió halagado. “Desearía ser más anónimo cuando use cubrebocas”, comentó.