En el preludio de las elecciones, el presidente Nayib Bukele llamó farsa a los Acuerdos de Paz, que acabaron con una guerra de 12 años. Sus palabras indignaron, pero sobre todo revelan que busca presentarse como el parteaguas en la historia del país.
El Salvador firmó sus Acuerdos de Paz hace 29 años y desde entonces no ha vivido en paz. Ha vivido sin guerra civil, lo que no ha sido poco ni suficiente. Eso ha quedado claro estos días.
El aniversario de aquel pacto que acabó con 12 años de conflicto armado ocurrió hace un par de semanas y tuvo que haber pasado sin pena ni gloria, pero el presidente Nayib Bukele lo convirtió en todo un evento que terminó con su propia etiqueta en redes sociales.
Lo que Bukele hizo suena pueril de solo pronunciarse: utilizó nuestra guerra y nuestra paz como arma arrojadiza contra sus opositores políticos. “¡La guerra fue una farsa! Fue una farsa como los Acuerdos de Paz. ‘Ay, está mancillando los Acuerdos de Paz’. Sí, los mancillo, porque fueron una farsa, una negociación entre dos cúpulas o ¿qué beneficios le trajo al pueblo salvadoreño?”, dijo Bukele a mediados de diciembre durante un discurso público.
Las palabras de Bukele escandalizaron a muchos, pero también el escenario donde las pronunció. Lo hizo durante un discurso en el caserío El Mozote, donde en 1981, con la guerra recién iniciada, un batallón militar masacró a cerca de 1,000 personas desarmadas.
En la tarima, observando al presidente aquel día, estaba Sofía Romero, una mujer que sobrevivió luego de huir tras ser violada por cinco militares en los meses previos a la masacre. De las cuatro personas que estaban en la tarima, Sofía fue la única que no tuvo turno de palabra. La sobreviviente fue solo espectadora de aquel evento.
Bukele se vende como un mesías, como el parteaguas en la historia de este país y no pretende permitir que le compita ninguna guerra, con todos sus magnicidios y masacres; ni tampoco una paz, con todos sus logros e imperfecciones.
El estilo autoritario, 29 años después de salir de una batalla contra regímenes militares, sigue gustando en El Salvador. La acumulación del poder es el camino, según la gran mayoría. Somos los herederos de una paz fea. Importante, necesaria, pero fea.
Durante décadas en el poder, los partidos que gobernaron la posguerra, la exguerrilla del FMLN y el derechista ARENA, llevaron al país a otras guerras nuevas, donde sus errores en el manejo de la seguridad pública terminaron convirtiéndonos en la nación más homicida del mundo en años recientes. Los hombres a los que esos partidos eligieron para gobernar nuestra paz saquearon este país a manos llenas. Tres expresidentes han pasado de diferentes formas por procesos relacionados con su corrupción: dos de la derecha, uno de la izquierda. Afearon nuestra paz durante años.
Ahora Bukele no pretende deformarla más, sino sacarla de la discusión llamándole farsa.
El repudio a las palabras de Bukele sobrevivió a las fiestas navideñas y perduró hasta la conmemoración del 29 aniversario de la Paz este 16 de enero. Un centenar de académicos publicó una carta abierta exigiendo al presidente honrar la memoria de una guerra que dejó más de 75.000 muertos. Geoff Thale, presidente de la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA), un influyente laboratorio de ideas en aquella capital del poder político, publicó un análisis diciendo que las declaraciones de Bukele eran tristes, pero no sorprendentes.
Estoy de acuerdo: las palabras del presidente fueron ofensivas, violentas incluso, ignorantes, pero también conscientes y previsibles. Reflejan la visión política de Bukele, en la que su autoritarismo y megalomanía son principios rectores y alcanzan nuevas cimas en el transcurso de su mandato. Esta vez, Bukele dejó clara su intención: la memoria de la guerra y de los Acuerdos de Paz no le sirven para sus aspiraciones políticas. Recordar un conflicto y su resolución no funciona porque él no fue el protagonista. Era apenas un niño cuando aquello terminó en 1992.
Pero el intento de anular a los demás sí le ha funcionado en su carrera política y es su declarada intención para las elecciones legislativas y municipales de febrero: ganó la presidencia asegurando que acabaría con “los mismos de siempre”, a pesar de que él proviene de años de función pública como miembro del izquierdista FMLN y algunos de sus candidatos y aliados más visibles sean políticos curtidos en los partidos de la derecha salvadoreña.
Ahora, en estos comicios que son una meta para él, el eslogan de campaña reza que todos esos que no están con él “van para afuera”. Para Bukele, todos los políticos que lo precedieron y ahora no lo aplauden son un lastre, y su estrategia pasa por anularlos en las urnas y en la memoria de los salvadoreños.
Las redes sociales fueron protagonistas de esta conmemoración. Un hashtag en el centro de todo: #ProhibidoOlvidarSV. Decenas de miles de salvadoreños compartimos microhistorias de la guerra desde esa etiqueta, hablamos de nuestras muertes y memorias. Fue inspirador que miles de adultos jóvenes, la generación de los hijos de la guerra, asumieran como una afrenta personal las declaraciones de Bukele y se consideraran, aunque sea a través de un acto simbólico, guardianes de esa memoria. Fue un performance potente que atrajo mucha atención.
Sin embargo, estos días dejaron también un recordatorio ineludible: las flaquezas de nuestra paz siguen ahí. El meteórico ascenso de Bukele es un claro reflejo de ello.
Por más tuits, retuits y me gusta que hayan logrado las microhistorias de la guerra, ese presidente que despreció su legado es el hombre fuerte de la política en El Salvador. Su nota, a más de aún año de gestión y aún en la encuesta donde sale menos favorecido, sigue arriba del 70 por ciento y está camino a unas elecciones legislativas donde todo apunta a que los salvadoreños le darán más poder que a ningún líder de la postguerra. Pronto, Bukele contará con cientos de alcaldes y decenas de diputados sumisos a él.
La paz fue el fin de un conflicto, pero también el inicio de una nueva vida en la que, por ejemplo, ya nadie te tortura por leer un libro de Marx. La paz trajo beneficios y obligaciones, pero muchos políticos de antes y de hoy se han olvidado poco a poco de esto último. La paz es su huérfana.
Es claro que la ciudadanía debe ser la defensora del legado de los Acuerdos de Paz, porque será la que más sufra su detrimento. Es evidente que la vocación democrática de esta ciudadanía no es su principal rasgo. Pero también es cierto que aún es posible cambiar eso, y que ello pasa por despreciar el desprecio de políticos como Bukele y honrar nuestros Acuerdos de Paz como lo que fueron: la promesa de un futuro que no hemos alcanzado y nunca un arma electoral. Y nunca, pregunten a los torturados y los huérfanos, una farsa.
Óscar Martínez es jefe de redacción de El Faro, autor de Los migrantes que no importan y Una historia de violencia y coautor de El Niño de Hollywood, sobre la MS-13.