Fidel y los duendes

Fidel y los duendes
Las narraciones son parte de nuestras memorias. Entre estas, las vivencias que contó Fidel sobre las criaturas blancas y brillantes que descendían de un árbol de mango hacia el río, a las que llamó duendes. Foto, Belkis Hidalgo Hoyos.

Hay quienes han escuchado testimonios y quienes aseguran haberlos podido ver, y dicen que algunas personas tienen tendencia a experiencias misteriosas con ellos.  Lo cierto es que hasta forman parte de los cuentos de niños.

Son muchas las historias sobre duendes que se escuchan, no solo en nuestro país, sino en diferentes culturas. Estos seres son descritos por algunas personas como pequeñas criaturas imaginarias y otras dicen que son reales.

Hay quienes han escuchado testimonios y quienes aseguran haberlos podido ver, y dicen que algunas personas tienen tendencia a experiencias misteriosas con ellos.  Lo cierto es que hasta forman parte de los cuentos de niños.

De acuerdo al diccionario de la Real Academia Española (RAE), los duendes son “espíritus que toman la figura de niños o ancianos y provocan diversos trastornos en los lugares donde habitan”.

Algunos escritos señalan que son traviesos y juguetones, pero también malhumorados y malvados, y se manifiestan de diferentes maneras. En todo caso, no afirmamos ni negamos su existencia, sino compartimos historias de nuestro país y su gente, que están presentes en el folclor.

Fidel nació en Panamá, pero vivió gran parte de su vida en el interior. Es un hombre trabajador; risueño, pues siempre está sonriente; y se caracteriza por tomar todo con calma, en un trabajo ajetreado y de mucha presión. Tiene muchos recuerdos de sus raíces y experiencias que valora, las cuales comparte siempre con orgullo y agrado.

Nos dijo que cuando era pequeño vivía en una casa elaborada con materiales naturales, “de barro y ventanas de palucos de penca”, describió, aquellas que identifican las ricas tradiciones de la vida de campo y pujanza del hombre interiorano.

Refirió que su mamá le contó, que cuando tenía un año de edad, un día de Semana Santa, las paredes de la vivienda sencilla, pero encantadora, retumbaban de los golpes. Explicó que aquellos extraños ruidos y revuelo que ocurría en el ambiente que antes estaba lleno de paz tenían una sola razón: “¡Los duendes querían llevarme!”, afirmó.

Explicó que, los duendes, igual que las brujas, buscan llevarse a los niños pequeños sin bautizarse, y él aún no lo estaba.

De acuerdo a una leyenda, esos seres entregan a los pequeños vulnerables a las sombras del mal, a cambio de poder permanecer más tiempo en la tierra.

Fidel continuó su relato: “Mi mamá, muy asustada, buscó a mi hermana y le dijo que apresuradamente orinara en un tambucho y lo tirara en los alrededores donde se habían escuchado a los duendes, y así se fueron”.  Según dicen, no les gusta la suciedad, el olor a orina, ni a materia fecal.

Siguió, “al pasar los años, ya cuando estaba adulto, una vez los vi”, afirmó. “Son blanquitos y brillan”, dijo.

Fue una vez en que se encontraba en el interior y fue caminando a la casa de su papá.  Era Viernes Santo, a la 1:00 de la mañana. Recordó que a los lados del camino había muchos árboles y que sentía mucho frío.

De repente, escuchó un sonido raro y un pájaro negro se tiró encima de él. Trató de espantarlo y quitárselo, pero no podía, el ave insistía, así que también se ayudó con piedras, pero tampoco resultó. Afortunadamente salió un perro ladrando y el pájaro se fue. “Nada más falta que ahora el perro me muerda”, dijo, pero no ocurrió. Continuó su camino normalmente y en ningún momento pensó que podía ser algo del mal agüero.

Cuando llegó a la casa de su papá, estaba cansado, por lo que se detuvo un momento cerca de un árbol de mango que estaba en el terreno.  Le llamó la atención que el árbol estaba raro, blancuzco y con algunos reflejos de luz.  Se puso a pensar, “¿Por qué este árbol se ve ahora así?”   Se quedó allí, y al rato, vio bajar de sus ramas rápidamente a un niño “blanquito” que cogió camino al río que estaba cerca.

Avanzó Fidel hacia la parte de atrás de la casa, del lado opuesto al río, y no vio a nadie por allí. Regresó al árbol de mango, y de repente, otro niño también blanco como el primero, bajó del árbol y velozmente también se dirigió al río.

Le habló a su tía de lo acontecido, quien le indicó que decían en el poblado que, “en el río había una cueva y que allí habitaban duendes”. 

En ese mismo lugar había un árbol que no florea, solo un momento el Viernes Santo, y al día siguiente estas desaparecen. Son flores pequeñas, delicadas y moradas. Quien las ve, dicen que tendrá buena suerte.  Y es conocido que Fidel estuvo entre quienes han logrado verlas.

“Sí, las vi”, confirmó. No sabe el nombre del árbol, pero recuerda que produce frutillas diminutas de las cuales se alimentan los murciélagos que se refugian allí.

Fidel desde pequeño fue un niño sano, muy alegre e inquieto, quien hacía “diabluras” a cada rato, como expresó; y agregó, “por eso me daban cueras”.  A lo mejor era como su tío, quien falleció, y era muy conocido por ver “muchas cosas”.

Todo esto sucedió en el Pajonal, un corregimiento del distrito de Penonomé, en la provincia de Coclé.  Ese nombre lo eligieron sus primeros pobladores porque en sus cerros había mucha paja, es decir, hierbas altas.

El lugar tiene atractivos ríos y sus caminos son muy bonitos. Una de sus principales actividades es la agricultura, como el cultivo de tomate, melón, sandía y arroz.

Las narraciones mantienen la identidad de los pueblos y gracias a quienes las conservan en sus recuerdos y las cuentan, haciéndonos partícipes de tales vivencias, podemos contribuir a que prevalezcan.

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