“El ecosilencio cobró fuerza en otoño de 2022 en respuesta a la oleada de escrutinio de los compromisos y divulgaciones de las empresas en materia ambiental, social y de gobernanza”, afirmó Lisa Sachs, directora de Columbia Center on Sustainable Investment.
Hasta hace poco parecía que las empresas ganaban puntos haciendo hincapié en sus objetivos de sustentabilidad. Ahora ese impulso parece haber cambiado y muchas practican el “ecosilencio” (“greenhushing” en inglés).
El término es primo de la ecoimpostura (“greenwashing” en inglés), es decir, la idea de que una organización exagera sus prácticas medioambientales. Ese tipo de críticas de la izquierda, así como las más recientes de la derecha, a las iniciativas ambientales, sociales y de gobernanza han llevado a algunas empresas a guardar silencio incluso sobre objetivos ecológicos válidos.
Un poco de contexto: la primavera pasada, la Comisión de Bolsa y Valores (SEC, por sus sigla en inglés) propuso normas que obligarían a las empresas públicas a revelar y rendir cuentas de su impacto ambiental a lo largo de toda la cadena de suministro.
En respuesta, las autoridades de estados liderados por los republicanos, como Texas y Florida, empezaron a prohibir a los gestores de los fondos de jubilación estatales que tuvieran en cuenta las iniciativas ambientales, sociales y de gobernanza, y el Congreso aprobó un proyecto de ley federal para impedir que los gestores de inversiones tomen en cuenta los factores ambientales, sociales y de gobernanza, el cual fue vetado por el presidente Biden el mes pasado.
“El ecosilencio cobró fuerza en otoño de 2022 en respuesta a la oleada de escrutinio de los compromisos y divulgaciones de las empresas en materia ambiental, social y de gobernanza”, afirmó Lisa Sachs, directora de Columbia Center on Sustainable Investment.
Un análisis de 1200 empresas publicado el otoño pasado por South Pole, una consultora suiza, reveló que una de cada cuatro planeaba ser ecológica, pero sin decirlo, es decir, mantener sus compromisos climáticos fuera del radar.
“Hemos observado esta tendencia en empresas que fijan objetivos de reducción basados en datos científicos y deciden no darlos a conocer; ‘callan’ los posibles avances”, explicó Nadia Kahkonen, una vocera de la empresa.
En realidad, el término ecosilencio se remonta a 2008, pero no cobró fuerza sino hasta que el equipo de South Pole, que desconocía su existencia, lo utilizó en su informe, agregó Kahkonen. De repente, empezó a aparecer en los titulares y a utilizarse en círculos de gobernanza empresarial y de financiamiento climático.
“Nuestro equipo parece haber introducido el término en la corriente dominante”, afirmó.
Hermine Penz, profesora de inglés de la Universidad de Graz, Austria, que estudia el lenguaje del ecologismo, dijo que la aparición del término apuntaba a un giro en el pensamiento empresarial sobre el medioambiente.
“Una sociedad encuentra nuevas palabras solo si hay un nuevo fenómeno que describir: el lenguaje es económico”, afirmó. “¿Será que ahora no se puede ser ecológico? ¿Acaso las empresas tienen que ocultar sus actividades? La gente no sabe cómo hablar de lo que está haciendo”.
Chong Park, socio de Ropes & Gray en Washington, asegura que no todos los ecosilencios son iguales y que las empresas pueden tener sus propios motivos para no revelar sus iniciativas ecológicas.
“Hay clientes que simplemente quieren mantener un perfil bajo”, comentó. “No quieren ser el primer chivo expiatorio de los reguladores, sea cual sea el tema de moda”, añadió.