En septiembre, un TikTok de diez segundos desencadenó semanas de debate. Una cámara tambaleante apuntaba hacia el pasillo central de un avión. Aparecía una breve historia, superpuesta en texto blanco: “Estaba sentada junto a una madre que tenía un bebé en el regazo y un niño pequeño a su lado.
Era mucho. Ofrecí cambiar de asiento con el padre, que estaba unas filas más atrás, para que pudiera estar con su familia. Me dice: ‘Estupendo, gracias’, Y MANDA A OTRO NIÑO PEQUEÑO A SENTARSE CON LA MADRE. Disfrutó de un vuelo sin niños”.
El video iba acompañado de una nota — “Furia dominical”— y una banda sonora de mujeres gritando. Tiene 6,6 millones de vistas.
La anécdota, publicada por Kristine Sostar McLellan, cofundadora de la empresa de cuidados posparto One Tough Mother, parecía un episodio de un programa de telerrealidad de larga duración en internet: un programa sobre gente que se porta mal en aviones, al menos según los usuarios de las redes sociales que los vigilan. Los videos de TikTok y los hilos de Reddit siempre me invitan a sentarme en un asiento estrecho, pidiéndome que examine a viajeros que me encuentre de manera azarosa y resuelva sus disputas. Ya no vuelo mucho, pero pienso en volar todo el tiempo.
En 2023, el avión se ha convertido en escenario de comedias virales costumbristas
En los últimos meses, he visto a una mujer extender ambos brazos para impedir que el asiento de enfrente se recline. He leído sobre un tipo que exigió el aterrizaje de un avión porque no le dieron la comida que había elegido. Vi a un hombre adulto enloquecer por los gritos de un bebé, y devolver el grito.
Hay algo en el avión que hace que incluso una disputa menor parezca un gran problema. Los tabloides publican de manera periódica hilos anónimos de Reddit sobre las peculiaridades de cambiar de asiento, reclinarse, agarrarse al respaldo, los animales de servicio o la coreografía del desembarque.
El New York Post extrae una disputa directamente de Reddit y le da un titular al estilo de un ensayo personal, como: “Dejé a mi mujer en el aeropuerto y no me arrepiento: necesita aprender a gestionar el tiempo” (¡Y yo lo leo!). El video de McLellan se ha colado en decenas de sitios de noticias en línea, alimentando historias sobre el “padre despreciable” que esquivó sus deberes en pleno vuelo, la “madre tiktokera” que lo desenmascaró y el debate que suscitó sobre la división del trabajo entre madres y padres.
Las imágenes dramáticas de las peleas pueden ser noticia en los tabloides
Pero los pasajeros infractores suelen ser inidentificables. Aparecen como imágenes malditas: una cortina de cabello que roza la bandeja de atrás; una mano que se cuela por la rendija de un asiento para levantar la persiana de otro; un pie desnudo apoyado en un reposabrazos. Antes, un incidente durante el vuelo requería la participación de Alec Baldwin para causar sensación. Ahora solo se necesita el avión como protagonista.
Sin importar la frecuencia con que se vuele, la geografía social del avión resulta angustiosamente familiar. En un avión, las diferencias de clase y estatus se hacen explícitas. Y en clase turista, cada fila presenta otra jerarquía, con los pasajeros más afortunados que ocupan los asientos de ventanilla y pasillo, y los perdedores apretujados en medio. Las aerolíneas también nos aprietan a nosotros, pues acortan el espacio para las piernas e inventan nuevos estratos en la cabina, aunque lo que aumente sean los retrasos.
Muchos escenarios virales en los aviones implican litigar sobre las circunstancias en que los pasajeros deben ceder sus asientos para que las familias se sienten juntas, un debate que se ha visto atizado por las nuevas tarifas de selección de asiento. Una vez que las aerolíneas han vaciado nuestros bolsillos, es fácil repetirnos que no nos debemos nada.
Algunos dicen que desde 2020, la gente ha olvidado cómo actuar en público
Pero creo que esas historias apuntan a cuestiones más profundas. Hace unos años, los videos virales de aviones a menudo mostraban cubrebocas y a las personas que se negaban a usarlos. Despotricaban y se agitaban mientras agentes de policía y miembros de la tripulación los retiraban de sus asientos. Esos videos escenificaban una tensión más amplia entre el derecho personal y el bien común.
La orden de usar cubrebocas se levantó, pero la pregunta persiste: ¿vivimos en una sociedad o en un mercado? Muchas disputas a bordo son batallas por poderes sobre el privilegio blanco, el derecho masculino y la consideración hacia madres e hijos. Se trata, literalmente, de nuestro lugar en la sociedad.
A medida que los viajes se vuelven cada vez más incómodos, es lógico que cada vez más pasajeros se sientan presionados al límite. Algunos gritan. Otros postean. Cuando la gente está a merced de las aerolíneas, se aferra a las pequeñas cosas que sienten bajo su control: la asignación del asiento, el reposabrazos y sus teléfonos, donde pueden conjurar un salón virtual que ofrece comodidad y afirmación. La vigilancia a través de TikTok es una estrategia pasivoagresiva para vencer al que está en el asiento de al lado. Pero también puede ser una forma de recuperar el respeto personal, salir de la jerarquía artificial del avión y apelar a una autoridad moral superior.
En un vuelo, todo mundo compite por recursos cada vez más escasos y, sin embargo, sus destinos están conectados. Cuando un bebé llora, todos lo oyen. Cuando un pasajero se porta mal, nadie despega. En marzo, Desmond Howard, exjugador de fútbol americano y personalidad de ESPN, publicó un video en Twitter sobre su compañero de asiento, de raza blanca, quien acusó a Howard de estar “enfermo” y pidió a una azafata que lo sacara del avión.
El hombre blanco, según Howard, había intentado apelar a su estatus superior en American Airlines para salirse con la suya. En pleno vuelo, Howard sacó su teléfono y relató la historia en un video que publicó en Twitter. Luego dirigió la cámara hacia el hombre que había intentado echarlo. Allí estaba él, el viajero de élite, atrapado en su asiento como todos los demás.