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En un antiguo bastión talibán, mujeres rebeldes van al gimnasio

En un antiguo bastión talibán, mujeres rebeldes van al gimnasio
Gimnasio. Foto: Ilustrativa.

KANDAHAR, Afganistán — Homa Yusafzai se sentía muy mal. Tenía sobrepeso, padece diabetes e hipertensión; con tan solo 27 años, se sentía letárgica y deprimida

Después se enteró de que el primer club de salud para mujeres de Kandahar acababa de inaugurarse, el milagro que había estado esperando, pensó. Al principio, su marido se negó a dejarla inscribirse. Kandahar es una ciudad profundamente conservadora, una antigua sede de los talibanes donde los hombres todavía dictan los detalles más prosaicos de la vida de las mujeres.

Sin embargo, al final cedió y Yusafzai ahora se ejercita seis días a la semana, se esfuerza con repeticiones de peso de mano y en la caminadora. En seis meses, dijo, ha perdido casi 23 kilogramos, bajó su presión arterial y tiene su diabetes bajo control.

“Me siento muy saludable y tengo más energía. Estoy muy contenta”, dijo mientras descansaba entre rutinas.

El club de salud fue inaugurado a finales del año pasado por Maryam Durani, de 36 años, una indomable defensora de los derechos de la mujer que ha sobrevivido a dos atentados suicidas, un intento de asesinato e innumerables amenazas de muerte, por no mencionar la dura condena pública por la apertura del club.

El gimnasio ha sobrevivido, escondido en un sótano sin ventanas dentro de un recinto cerrado, protegido de las miradas indiscretas. Es la última incorporación a la Asociación de Mujeres de Khadija Kubra, dirigida por Durani con la ayuda de su padre desde 2004. Incluye una emisora de radio, clases de Inglés y alfabetización para mujeres, una escuela islámica y un centro de costura que vende ropa hecha por mujeres.

Es poco común que las mujeres afganas hagan ejercicio, aunque en Kabul, la capital, se han abierto varios clubes de salud para mujeres e incluso dos piscinas para mujeres. No obstante, en bastiones conservadores como Kandahar, muchos hombres desaprueban que las mujeres traten de tomar el control de sus propios cuerpos.

“Kandahar es un entorno muy difícil para las mujeres”, dijo Durani. “Tenemos que ser cuidadosas y discretas”.

“El club es tanto para la salud mental de las mujeres como para su salud física. Casi todas las mujeres que vienen aquí están deprimidas”, añadió.

Aproximadamente el 40 por ciento de las integrantes del club hacen ejercicio en secreto y ocultan sus entrenamientos de sus familias, dijo Durani. La membresía ha bajado de 60 en la primavera a 30 en la actualidad, debido al confinamiento de tres meses a causa del coronavirus y porque algunas mujeres temen que sus familias descubran sus entrenamientos secretos.

“Mi padre y mis hermanos dijeron que me matarían si iba a un club de salud”, dijo una integrante del gimnasio, que pidió ser identificada solo por su apodo, Tamana.

Tamana, de 33 años, vestía una túnica blanca que tradicionalmente usaba para estudiar el Corán en una madrasa, la excusa que da a su familia para salir de casa y hacer ejercicio en el club dos horas al día, seis días a la semana. Se pone la ropa de entrenamiento en el gimnasio, se ejercita en la caminadora, la bicicleta fija y las pesas de mano.

“No estoy haciendo nada malo o vergonzoso”, dijo Tamana. “De hecho, es algo que me ha hecho una persona más feliz y sana”.

Sin embargo, el gimnasio está constantemente en peligro. Poco después de su apertura, fue inundado con mensajes profanos en las redes sociales de residentes indignados. Lo describieron como una casa de prostitución donde las trabajadoras sexuales se ejercitaban para ser más atractivas para los hombres. Tras recibir burlas y difamaciones, a Durani le dijeron que cerrara el club y enviara a las mujeres a casa de sus maridos.

“Me sorprendió que llamaran a mi hija prostituta, que dijeran que ningún hombre con dignidad permitiría tal cosa”, dijo el padre de Durani, Haji Mohammad Essa, de 82 años, un enjuto exprofesor de barba blanca que es dueño del complejo donde se encuentra el gimnasio.

Las integrantes del club dicen que han sido acosadas por hombres de fuera del club, quienes también les han hecho propuestas indecorosas. Algunas han sido golpeadas con piedras que lanzan hombres en motocicletas que amenazan con matarlas si seguían visitando el club, dijo Durani.

El club emplea a una entrenadora que dirige los ejercicios y enseña nutrición y dietas. Yusafzai dijo que abandonó la carne, el arroz y el pan y ahora da prioridad a las verduras y la fruta. Ya no come azúcar ni chocolate, y come carne y arroz solo una vez a la semana, comentó.

Mumtaz Faizi, de 32 años, dijo que su marido la había animado a unirse al gimnasio. Después de usar dos meses la caminadora y la bicicleta fija, además de hacer abdominales y ejercicios de peso manual, había perdido 5 kilogramos y estaba decidida a perder 14 más, comentó.

Faizi dijo que se sentía relajada y libre dentro del gimnasio, un lugar que le parece un santuario. Aún así, dijo que no se sentía completamente libre de estrés y preocupaciones.

“En esta sociedad, los hombres crean todos los problemas”, dijo. “Es nuestra cultura, no solo la de los talibanes. Se fueron desde hace mucho tiempo, pero los hombres todavía lo controlan todo”.

Varios vecinos dijeron que aprobaban el club siempre y cuando las mujeres estuvieran protegidas de la vista del público. Dijeron que Kandahar no tenía espacios seguros para que las mujeres hicieran ejercicio.

“Las mujeres necesitan más ejercicio que los hombres porque se quedan en casa y engordan, lo cual causa enfermedades”, dijo Abdul Wali Wafa, de 30 años.

Sardar Mohammad, de 40 años, dijo que la mayoría de los hombres mayores desaprueban vehementemente el club, pero los hombres más jóvenes tienen pocas objeciones. “Si el ambiente es seguro y protege a las mujeres, está bien”, señaló.

Essa, que dirige la emisora de radio, dijo que, para él, el gimnasio es un pequeño paso para que Afganistán vuelva a lo que él considera sus años de gloria: la década de 1960 y principios de 1970, cuando, según recuerda, había un gobierno progresista y libertades para las mujeres.

“Ahora somos un país extremista”, dijo. “Sacrificaría mi vida si Afganistán pudiera volver a esa época”.

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