Así es la vida en la agonía de la depresión posparto

Así es la vida en la agonía de la depresión posparto
Foto: Sophie Park/The New York Times. Carrie Keefe descansa mientras alimenta con biberón a su hija de cinco meses, Lily Thibodeau, en su estudio de trabajo en Turners Falls, Massachusetts.

Si das a luz en Estados Unidos en 2023, es probable que sepas algo acerca de la depresión posparto; quizá lo escuches de tu doctor o partera, o tal vez de una celebridad o en las redes sociales.

Como sea, a muchas mujeres la depresión posparto les causa un espantoso aislamiento, una mezcla de tristeza, desesperanza y agobio que no se debe solo al alboroto hormonal del embarazo y el periodo posparto, sino a muchos otros factores generadores de estrés, como no tener derecho a una licencia con goce de sueldo, servicios de guardería insuficientes y la impactante responsabilidad de cuidar a un nuevo ser humano que depende por completo de ti.

El padecimiento, que puede aparecer en cualquier momento durante el primer año posparto, se distingue de la “tristeza posparto”, de duración relativamente breve, que la mayoría de las mujeres experimentan poco después del parto y que ahora se reconoce como una de las complicaciones más comunes del alumbramiento. Afecta a una de cada ocho nuevas madres y los problemas de salud mental son una de las principales causas de muerte relacionada con el embarazo en Estados Unidos, principalmente por suicidio y sobredosis de drogas.

En la actualidad hay más opciones de tratamiento para la depresión posparto que nunca, incluso existe el primer medicamento diseñado de manera específica para su tratamiento. Por desgracia, debido a factores como el estigma y las revisiones inadecuadas, muchas madres no reciben ayuda. Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades calculan que a alrededor del 20 por ciento de las mujeres no se les hicieron preguntas relacionadas con la depresión durante sus consultas prenatales y más de la mitad de las mujeres que sufren depresión posparto siguen sin recibir tratamiento.

Esta primavera, The New York Times pasó tiempo con cuatro madres que en ese momento sufrían depresión posparto y compartieron un vistazo crudo e íntimo a sus experiencias, en sus propias palabras.

Las conversaciones se editaron y condensaron con fines de claridad.

 

Foto: Travis Dove/The New York Times. Allie Strickland jugando con su hijo de 9 meses, August, en su casa en Goose Creek, Carolina del Sur.

La historia de Allie

Mi fecha probable de parto era a finales de septiembre, pero a finales de agosto comencé a tener contracciones. Creo que me sumí en una total negación y me decía que no, que no podía venir tan pronto. El nacimiento en sí no fue una buena experiencia. Lo colocaron en mi pecho y apenas tuve tiempo de tocar su espalda y hacer conciencia de lo que había ocurrido: “¡Ah! Ese es mi bebé”. Y entonces desapareció. Estaba tan perdida que no paraba de preguntar: “¿Dónde está? ¿Qué pasa?”. Mi cuerpo se sentía lleno de pánico. Pero sí lo trajeron de nuevo y pudimos tener contacto piel con piel.

Al segundo día en el hospital, me dio tristeza posparto. Si contemplaba al bebé mucho tiempo, comenzaba a llorar. Si tenía que pasarle el bebé a mi esposo para poder ir al baño, empezaba a llorar. Al llegar a casa, puse el moisés del bebé lo más cerca posible de nuestra cama y, aun así, me quedaba en vigilia, solo contemplándolo. La noche era lo peor. En cuanto se ocultaba el sol, tenía una sensación intensa de pesimismo: ¿Cuánto dormiremos esta noche? ¿Qué tal si nos dormimos y algo pasa? Teníamos el calcetín monitor Owlet y el monitor de video Nanit y, aun así, me recostaba y ponía atención a su respiración. No podía quitarle la mirada de encima.

Empecé a trabajar con un terapeuta antes de embarazarme, así que sabía que corría un riesgo elevado de problemas mentales posparto porque tenía antecedentes de ansiedad y depresión. Tres semanas después del parto, ajustaron mis medicamentos. Ayudó un poco, pero siempre había algo que me tenía atemorizada. ¿Estará recibiendo suficiente leche? ¿Qué tal si algo pasa mientras andamos fuera?.

En la consulta del primer mes de nacido con el pediatra, llené uno de esos cuestionarios que exploran problemas de salud mental posparto y estaba segura de que mis respuestas causarían alarma. Como, vaya, definitivamente necesitamos hablar con esta mujer. Pero nunca nadie me dijo nada.

Hace dos meses, encontré una nueva terapeuta que trabaja específicamente con mamás en etapa posparto. La veo dos veces al mes y su consultorio está adaptado para recibir a los bebés, así que puedo traerlo conmigo. No ha sido una solución a todos los problemas ni nada así, pero al menos me ha dado algunas herramientas para ayudarme a controlar mi ansiedad. Una de esas herramientas es una lista de preguntas que me puedo hacer a mí misma para intentar identificar: ¿Este pensamiento tiene fundamento lógico? ¿Se origina en mis emociones? ¿Cuán probable es que esto en realidad suceda?

Me ha servido mucho saber que es normal, que otras mamás también experimentan pensamientos invasivos, como miedo a caerse y dejar caer al bebé cuando se detienen frente a las escaleras, o de que algo vaya a pasar mientras conducen. Pero mi terapeuta me ha ayudado a comprender que, solo porque algunas emociones son comunes, no quiere decir que sean “normales”.

 

Foto: Sophie Park/The New York Times. Carrie Keefe caminando con su hija de cinco meses, Lily Thibodeau, en Turners Falls, Massachusetts.

La historia de Carrie

Batallamos unos cinco años para embarazarnos de Lily. Sufrí varios abortos espontáneos y más embarazos químicos de los que puedo contar. Estoy convencida de que la infertilidad secundaria causó una especie de trauma. Desde el principio de este embarazo, me sentía muy agradecida porque hubiera pasado. Pensaba: ”Tengo que disfrutar cada segundo”. Y el primer mes después de su nacimiento, me sentía eufórica. Pero después, y no me gusta admitirlo, sentí como si la magia se hubiera desvanecido. Comencé a experimentar una terrible pesadumbre.

Empecé a ver a un terapeuta especializado en pérdida e infertilidad a los cuatro o cinco meses del embarazo. Las citas eran en línea, a través de BetterHelp. Nuestro seguro no las cubría, pero conseguí el código de un cupón para tener cierto porcentaje de descuento en siete sesiones. En retrospectiva, debería haber insistido en continuar, pero recuerdo haberle preguntado a mi esposo: “¿Podemos costear 350 dólares al mes?”. Era como tener que hacer un pago adicional del auto.

Tengo un negocio de gorros para bebés y en realidad nunca dejé de trabajar. Tomé tres semanas de descanso después de que nació la bebé… si no trabajo, mi esposo y yo no podríamos pagar la hipoteca. Mi idea era llevar a la bebé al trabajo conmigo, pero no pensé que después del trabajo, regreso a casa y tengo dos niños muy activos que también me necesitan.

Me siento exhausta, como que no merezco esta vida que antes me encantaba. En el trabajo, siento que hago lo mínimo indispensable. Es como si hubiera perdido por completo la pasión por hacer esto que me encanta. En casa, me siento como un zombi. A mi hijo de 7 años le encanta trabajar conmigo en proyectos de manualidades, algo que de verdad me gustaba hacer durante el embarazo. Pero con la depresión posparto, se sienten más como tareas de la casa. El hecho de que siento que no puedo estar al 100 por ciento presente para mi familia ni el trabajo que amo solo agrava en cierta forma la depresión, además del aspecto hormonal.

Hace unas semanas, de verdad estaba divagando, pensaba: “Oye, tengo esta bebé que dificulta trabajar, y si pudiera trabajar, podría ganar más dinero”. Mis pensamientos solo fueron acrecentando mi frustración y coraje. Llamé a mi esposo y le dije: “Necesito que salgas del trabajo y vengas a casa ahora mismo”. Dejó todo y vino. Yo estaba gritando y llorando, así que se llevó a la bebé para darme espacio. Me quedé dormida como cinco horas. Después de eso, hablé con mi mamá y me dijo que creía que necesitaba hablar con alguien.

Visité a mi ginecólogo y me recetó Zoloft, además de ponerme en contacto con una trabajadora social que dijo que va a enviarme con un terapeuta, pero va a tardar entre cuatro y seis semanas. No lo podía creer, pero también como que sentí que tal vez no merecía en realidad esta ayuda. Si va a tardar seis semanas, por lógica, hay otras personas que lo necesitan más que yo.

Para mí, la depresión se siente como un peso físico, como que quisiera poder quitármelo de encima. Si tan solo pudiera abrir el pecho y sacarlo de ahí…

 

Foto: Natalie Keyssar/The New York Times. Janelle Jones sostiene a su hija de ocho meses, Eva, en Queens, Nueva York. Jones es enfermera y madre de dos niños que vive en Brooklyn, actualmente lucha contra la depresión posparto.

La historia de Janelle

Sufrí cierta depresión cuando me convertí en madre por primera vez. Recibí tratamiento, pero siento como que se me quedó, y con el segundo embarazo regresó con todo. No creo haber estado consciente de que sentía esa depresión de nuevo sino hasta las seis semanas después del parto, o algo así. En realidad, mi pareja se percató antes que yo porque me dijo: “Janelle, creo que te está pasando de nuevo”.

Entonces también empecé a hacer conciencia de que tendría que regresar al trabajo pronto. Soy enfermera y siempre había relacionado mi profesión con mi identidad, pero comencé a sentir que ya no quería ser enfermera. Pensé en olvidarme de mi licencia.

No podía concentrarme. Estaba demasiado estimulada e irritable, no solo con mi pareja, sino con toda la familia. Mi sensación era como: Es demasiado. ¿De verdad esto es lo que quería? Me sentía abrumada. Solo quería sentarme en el sofá a ver Netflix. Intentaba levantarme para hacer algo, pero sentía como que estaba atorada.

Comencé a ver a una terapeuta que trabaja con la clínica de mi ginecólogo. No nos acomodamos, pero me habló de un lugar llamado The Motherhood Center que ofrece servicios más intensivos. Vas días completos, de las diez de la mañana a las tres de la tarde. Sabía que necesitaba ayuda, pero también pensé: “¿De verdad estoy tan mal para necesitar ese tipo de ayuda?”. Fue difícil aceptar que necesitaba ayuda con mi salud mental. Participé en el programa de diciembre a febrero.

Unos meses después del parto, sí tuve la sensación de que ya no quería estar aquí. Era una sensación de total pesimismo, como si algo malo fuera a pasar. Nunca hablé del asunto cuando me pasaba, porque te avergüenza. ¿Cómo puedes decir eso en voz alta? Tienes miedo porque te preguntas: “¿Me van a quitar a mis hijos?”. Hay un tremendo estigma en torno a esto… incluso el hecho de hacer esta entrevista.

Ahora tomo Prozac y sigo con la terapia, y voy mejor, aunque todavía tengo semanas difíciles. Quiero que la gente sepa que la maternidad es de lo más compleja, pero también hermosa. Creo que recibir tratamiento y ser vulnerable es muy importante. Porque cuando reconoces tu vulnerabilidad, puedes avanzar.

 

Foto: Adriana Zehbrauskas/The New York Times.. Shivani Hiralal consuela a su hijo pequeño, Rishav, antes de acostarlo en su casa en Phoenix, Arizona. Hiralal se unió a un grupo de apoyo para el estado de ánimo durante el embarazo y el posparto a través de Postpartum Support International que, según ella, era una fuente de consuelo. conectarla con otras madres.

La historia de Shivani

Batallé mucho en el tema de la fertilidad: tratamos de embarazarnos un año y luego sufrí un aborto. Después, tuve un embarazo ectópico cuyo diagnóstico tardó unos tres meses, y luego tardamos un año más en volver a embarazarnos. Luego, un mes antes de que naciera nuestro hijo, mi esposo desarrolló una neumonía micótica. Tuve que reanimarlo y debió ser hospitalizado e intubado. Creo que todo eso contribuyó a lo que experimenté después del parto.

Tuve mucho dolor después del alumbramiento, tanto que ni siquiera podía incorporarme en la cama; además, me sentía totalmente exhausta. Encima, tenía problemas para amamantar, pues el bebé en realidad no sujetaba el pezón. Cuando llegó el momento de la primera consulta de nuestro hijo con el pediatra, les pedí a mi esposo y a mi mamá que lo llevaran porque no podía moverme, no podía sentarme, todo me resultaba incómodo. Lloré todo el tiempo que estuvieron fuera; sentía que había fallado como madre.

Cada vez que tenía a Rishav al pecho, yo empezaba a llorar. Me daba pavor alimentarlo cada dos horas. Sabía que dependía de mí para alimentarse, pero me lastimaba y no succionaba suficiente, así que me sentía abrumada. Comencé a extraer la leche con una bomba, pero sentía una enorme culpa, dolor y vergüenza con respecto al tema de la lactancia. No sentí esa conexión inmediata e instantánea con él. Sí hubo momentos (no periodos prolongados y tampoco sentí que haría algo concreto al respecto) en que me pregunté si mi hijo estaría mejor sin mí. ¿Sencillamente no era una buena madre? ¿No había nacido para ser una buena madre?

A las cuatro o cinco semanas después del parto, visité a mi terapeuta (ya había recibido terapia antes y había hecho la cita cuando todavía estaba embarazada) y le dije: “Lloro todo el tiempo. No creo que sea tristeza posparto”.

En mi chequeo a las seis semanas después del parto, todavía había algo que no me hacía sentir bien físicamente. Todavía sentía mucha presión y no sabía si eran los puntos u otra cosa. Mi ginecóloga hizo arreglos para que visitara a un fisioterapeuta del suelo pélvico y a un uroginecólogo. Luego, comenzó a prepararse para salir de la habitación, pero le dije: “¡Espere! Antes de que se vaya, hay algo más de lo que quiero hablarle, mi salud mental”. Entonces estallé en llanto. Me agradeció hablar del tema, porque como hay tanto trabajo, ella no siempre puede hacerlo.

Resultó que tenía una infección en vías urinarias, y el diagnóstico del uroginecólogo fue que también tenía prolapso del útero y el recto. Por fortuna, mi esposo tiene un excelente seguro médico, así que pude ver a un fisioterapeuta del suelo pélvico.

Aproximadamente a los nueve meses, empecé a sentirme mucho mejor emocionalmente. Creo que tuvo mucho que ver con el hecho de que por fin mi estado de salud física era mucho mejor. Claro que todavía estoy en proceso de sanación, pero ahora que mi hijo va a cumplir 1 año, cuando recuerdo toda esa experiencia, siento cierto sobrecogimiento. Pienso: “Vaya, he mejorado mucho”. Creo que el mensaje es de esperanza.

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