En el mes de septiembre, Kevin Foehrkolb atendía la barra un sábado cualquiera por la noche en el pub irlandés Kent House de Towson, Maryland cuando oyó un bullicio en el cubículo de la esquina, donde un grupo de clientes habituales jugaba al juego de cartas Magic: The Gathering.
Eran de los que beben cerveza, no de los que hacen alboroto ni toman caballitos de alcohol”, explicó Foehrkolb.
Cuando se acercó, vio que la cara de un hombre se había puesto amarilla y tenía los ojos en blanco. Tenía una sobredosis.
Desde detrás de la barra, Foehrkolb tomó el medicamento Narcan (una versión en aerosol nasal de la naloxona, un fármaco que revierte la sobredosis de opiáceos), inclinó la cabeza del hombre hacia atrás y presionó el émbolo para liberar la dosis. El cliente se despertó y fue trasladado al hospital. Foehrkolb, aún conmocionado por la experiencia, volvió a su turno.
Pensé que sería algo que pasaría en el club de al lado”, dijo. “No tanto en un lugar tranquilo donde la gente solo juega en un rincón y bebe despreocupadamente”.
A medida que la crisis de opioides en Estados Unidos sigue empeorando (las muertes por este tipo de drogas aumentaron más del doble, hasta 105,000 de enero de 2015 a enero de 2023, según datos federales), las sobredosis se producen ahora con regularidad en espacios sociales como restaurantes y bares, o en sus alrededores. Funcionarios municipales y organizaciones sin fines de lucro están trabajando para hacer llegar el Narcan, que empezó a venderse sin receta en marzo, a esos negocios donde puede ser de utilidad inmediata.
Entre las tareas de los trabajadores de servicios como Foehrkolb ahora se incluye la de revertir una sobredosis.
Según Jed Thompson, director general de Mean Eyed Cat, un bar de Austin, Texas, para una parte del sector, tener Narcan a mano parece una medida obvia, como almacenar cualquier otro material de primeros auxilios, pero muchos otros se sienten intimidados por integrarse a la primera línea de una nueva crisis sanitaria, después de una pandemia en la que se dedicaron a verificar certificados de vacunación y a imponer el uso de cubrebocas.
La responsabilidad no debería recaer en estos cantineros que no ganan dinero por hacerlo”, afirmó Ryan Purdy, quien trabaja en una cervecería de Filadelfia que tiene Narcan disponible. “Debería recaer en alguien capacitado para hacerlo y de quien se espera que salve vidas”.
Gran parte del aumento de los fallecimientos por sobredosis se debe al fentanilo, un opioide sintético que puede combinarse fácilmente con drogas recreativas como la cocaína sin que el consumidor se dé cuenta. Incluso en cantidades mínimas, esta sustancia puede ser mortal. En Nueva York, el fentanilo estuvo presente en el 80 por ciento de las muertes por sobredosis en 2021, según el departamento de salud de la ciudad. En Maryland, donde trabaja Foehrkolb, el Centro de Mando Operativo de Opioides del estado informó que la droga mató a 2310 personas entre marzo de 2022 y marzo de 2023, unas 16 veces más que la heroína.
Los resultados ya son evidentes en el sector hotelero. El año pasado, cuando Shreeta Waldon, directora ejecutiva de la coalición sin fines de lucro Kentucky Harm Reduction Coalition, analizó los códigos postales de Louisville en los que se produjeron llamadas a los servicios de emergencia por sobredosis, casi todos estaban en vecindarios llenos de bares, comentó.
Waldon visita restaurantes y bares con regularidad para repartir Narcan y capacitar al personal en su uso, asegurándoles que, si alguien no sufre una sobredosis, el aerosol no le causará ningún daño.
Además, señaló que los propietarios se resisten con frecuencia a tener disponible el medicamento Narcan, pues piensan que incitará el consumo de drogas. Al mismo tiempo, los trabajadores a los que está formando se le acercan con frecuencia y le piden una dosis para ellos mismos, ya sea para tratar a alguien o en caso de sobredosis. (Históricamente, el sector restaurantero ha tenido índices altos de consumo de drogas).
Nuestro objetivo es normalizarlo y hacer que forme parte de nuestra vida normal en la medida de lo posible”, explicó Waldon.
Los restaurantes pueden desempeñar un papel importante en esa normalización, afirmó Michael L. Barnett, profesor adjunto de la Escuela de Salud Pública T.H. Chan de la Universidad de Harvard.
Todo el mundo va a restaurantes o bares, y eso aumenta la concienciación sobre el problema”, señaló Barnett. Comparó el hecho de que los restaurantes tengan Narcan a la mano con las cafeterías que dejaron de utilizar popotes de plástico, lo cual ayudó a cambiar la opinión pública en contra de su uso. “Los efectos de eso pueden ser difíciles de medir durante un tiempo, pero creo que suman algo importante”.
Los restaurantes y bares también son lugares públicos que cualquiera puede visitar, dijo Max Moreland, uno de los propietarios de FBR Management, que gestiona varios bares en Austin que tienen disponibilidad de Narcan. Las sobredosis se producen en otros entornos, dijo, pero “no pueden distribuirlo en las casas de todo el mundo”.
Noël Swain, gerente de Kent House, aseveró que en los bares “hay un sentimiento de comunidad y responsabilidad social”.
La naturaleza accesible de estos espacios tiene una importancia especial para grupos marginados como las personas LGBTQ y las minorías raciales, que se ven afectadas de manera desproporcionada por la propagación del fentanilo y pueden sentirse más cómodas recogiendo un suministro de emergencia de Narcan en un bar, dijo Kochina Rude (cuyo nombre legal es Cary Escovedo), una drag queen que da capacitación sobre el Narcan como parte de un espectáculo drag semanal en el club nocturno Oasis de San Francisco.
Los clubes nocturnos, restaurantes, bares y locales de hostelería son espacios comunitarios que pueden empoderar a las comunidades desfavorecidas que podrían sufrir discriminación médica”, afirmó. “Aunque no hayan solicitado el trabajo para llevar a cabo esa tarea, si trabajan en el sector de la vida nocturna, eso es lo que acaba ocurriendo”.
Rude recibe su suministro de Narcan del Proyecto de Educación y Prevención de Sobredosis de Drogas (DOPE, por su sigla en inglés) de la ciudad, que distribuyó más de 84.000 dosis de naloxona desde julio de 2022 hasta junio de 2023. Otros han recibido Narcan gratis de organizaciones locales sin fines de lucro y departamentos de salud pública de la ciudad, o como parte de acuerdos de liquidación con fabricantes de opioides.
El fármaco no se está quedando almacenado detrás de la barra: se está utilizando. Según los datos del Proyecto DOPE, su naloxona se utilizó en 8765 casos de reversión de sobredosis en San Francisco durante ese mismo periodo.
En Portland, Oregón, donde Mauricio Sánchez es barista, se dan situaciones similares. Hace dos meses, acababa de terminar de servir una bebida en Deadstock Coffee, cuando salió y vio a un hombre desplomado en las inmediaciones, rodeado de personas que decían que el hombre había sufrido una sobredosis.
Sánchez tomó el Narcan que había en los casilleros de Deadstock y le administró dos dosis al hombre, que recobró el conocimiento.
Algunos trabajadores dijeron que su experiencia en el servicio los hacía estar especialmente cualificados para responder a una sobredosis.
A los cantineros y los trabajadores de la hostelería nos encanta estar pendientes de 10 cosas a la vez y asegurarnos de que no se le ha servido a alguien más de la cuenta”, señaló Bridget Murphy, copropietaria de la pizzería Extra Extra, propiedad de los trabajadores, en Búfalo, Nueva York, que guarda el medicamento Narcan junto con sus suministros médicos.
Algunos de los amigos de Murphy en el sector restaurantero le dijeron que no podían entender por qué una pizzería tendría Narcan. “Creo que, así como puedes ir a cualquier sitio y preguntar si tienen ibuprofeno, también deberías tener Narcan en esos espacios”, dijo.
No obstante, el ibuprofeno no tiene el estigma que tiene el Narcan. En el verano de 2021, un hombre sufrió una sobredosis mientras tomaba una copa en Donnybrook, un bar del Lower East Side de Nueva York. Maria Christenson, gerente del local, le roció Narcan por la nariz y lo reanimó.
Sin embargo, incluso desde el incidente de la sobredosis, Meghan Joye, quien dirige el Donnybrook, dijo que dudaba en decirles a los clientes que tenía Narcan. “No quería que me vieran como un lugar seguro para drogarse”, afirmó.
Kasey Anderson, directora de desarrollo y compromiso comunitario del Alano Club, un centro de recuperación de Portland, ha escuchado muchas veces este argumento de los propietarios de bares. “Tienes un extintor a la mano”, dijo. “¿Acaso eso invita a alguien a provocar un incendio?”.