Como era uno de los mejores estudiantes en su bachillerato en Filadelfia en 1968, Granderson Hale sabía que tenía una oportunidad razonable de ingresar a una de las universidades históricamente negras que solían enviar reclutadores a la escuela, donde casi todos los 2,700 alumnos eran negros.
Había puesto sus esperanzas en Lincoln, Morgan o Cheney. La Universidad Howard ya era soñar en grande.
Así que cuando su orientador vocacional lo llamó porque “alguien de Brown está en camino”, Hale recuerda que se sintió desconcertado porque no conocía esa universidad de la Ivy League.
Hale recuerda haber pensado: “¿Brown? ¿Brown qué? ¿Charlie Brown?”
Hale, quien al final aceptó una beca académica completa a la Universidad Wesleyan en Connecticut, no podía haber sabido en ese momento que sería parte del primer gran grupo de graduados de bachillerato en ser moldeados por admisiones con conciencia de raza (o que esa práctica se convertiría en blanco de debates que se prolongarían durante décadas sobre justicia racial, meritocracia e inequidades educativas).
La Universidad Brown no fue la única ese otoño en reclutar por primera vez en escuelas con concentraciones grandes de estudiantes negros.
En la primavera de 1969, un año después del asesinato de Martin Luther King Jr., Yale matriculó a 96 alumnos negros, una cifra récord, según el historiador Henry Louis Gates Jr., quien fue uno de ellos.
La expectativa de que la Corte Suprema de Estados Unidos pronto pondrá fin o limitará las admisiones con conciencia de raza en los casos contra las universidades de Harvard y de Carolina del Norte ha provocado una serie de reacciones partidistas: consternación de parte de algunos liberales que afirman que eso representaría un retroceso para el país; esperanza de otros de que las admisiones con conciencia de clase podrían compensar la pérdida al tiempo que aliviarían las tensiones raciales; y alivio de parte de los conservadores, quienes creen que las admisiones con conciencia racial son inconstitucionales.
No obstante, para muchos de los negros, latinos y nativos americanos cuyas vidas se vieron moldeadas por la acción afirmativa, este momento ha provocado una evaluación más personal sobre su complicado legado. En más de dos decenas de entrevistas con The New York Times, aquellos que estudiaron en escuelas de élite, donde su raza pudo o no haberles dado una ventaja, expresaron un torbellino de emociones.
Unos cuantos concluyeron que las desventajas de las admisiones con conciencia de raza superaban los beneficios. Algunos hablaron sobre cargar con una capa extra del síndrome del impostor. Muchos más lamentaron el cierre de un camino que condujo a carreras gratificantes y a la construcción de un patrimonio.
Su experiencia puede ser aleccionadora para el presente, mientras los estadounidenses siguen debatiendo sobre cómo definir (y alinear) los principios de lo justo y el mérito, así como abordar disparidades raciales persistentes sin hacer más profundas las divisiones raciales. Al menos en el futuro inmediato, se espera que la matriculación de alumnos negros y latinos se desplome.
Hale, de 71 años, puede empatizar con aquellos que desean el fin de las admisiones con conciencia de raza. Reconoce que Wesleyan lo puso en el camino hacia una maestría en Administración de Empresas de la Escuela de Negocios Wharton y a una vida más cómoda. Sin embargo, preferiría ver inversión en educación temprana para estudiantes negros y latinos, quienes a menudo asisten a planteles de bajo desempeño entre el inicio del kínder y la conclusión de la primaria.
Relató que ha visto suficiente de cómo los profesionistas negros eran vistos por sus colegas blancos para sentir que las admisiones con conciencia de raza no habían funcionado para su beneficio en general. Hale aseguró: “La gente no te respeta si te tienen que dejar entrar”.
Ese punto de vista no lo comparten muchos adultos negros con un grado de licenciatura, quienes respaldaron la consideración de la raza y el origen étnico en las admisiones por un margen superior a dos a uno en una encuesta reciente realizada por el Centro de Investigaciones Pew.
Andrew Brennen, de 27 años, ingresará a la Facultad de Derecho de la Universidad de Columbia en otoño, tal vez la última generación moldeada por las admisiones con conciencia de raza. Brennen no duda que dados los resultados de su examen y sus calificaciones, ser negro desempeñó un papel en su admisión (algo de lo que no se siente culpable). Al igual que Hale, considera la educación entre el kínder y el término de la primaria como una clave para la justicia racial y ha aceptado una beca del Fondo Educativo y de Defensa Legal de la NAACP que lo compromete a ocho años de ejercer derecho en materia de derechos civiles en el sur después de graduarse.
Brennen señaló: “Como alguien que está buscando crear el mayor cambio posible para los estudiantes negros en Kentucky. Busqué obtener la mejor educación”.
Externó que cualquier tipo de inseguridad que él y otros como él sienten en los campus de las universidades de élite se debe a una sensación de aislamiento, falta de apoyo institucional y muestras rutinarias de racismo, no “a que nuestros puntajes en el examen SAT no sean tan altos como los de nuestros compañeros blancos”.
Pocos pero importantes
La educación a menudo es mencionada como la clave para la equidad, pero, de muchas maneras, las cifras no narran una historia de progreso, sino de rezago.
Casi siete décadas después del caso Brown contra el Consejo de Educación, más de la mitad de los estudiantes de kínder y primaria del país están inscritos en distritos donde más del 75 por ciento de los estudiantes son blancos o más del 75 por ciento no son blancos, según un informe reciente de EdBuild, un grupo educativo no partidista.
Los autores descubrieron que los distritos escolares a los que asisten estudiantes en su mayoría blancos reciben 2200 dólares más de recursos gubernamentales por alumno que aquellos a los que acuden en su mayoría estudiantes no blancos.
Además, la Evaluación Nacional del Progreso Educativo, el examen federal por antonomasia, muestra brechas profundas y persistentes por raza.
Para cuando llegan al bachillerato, esas diferencias están bien marcadas: el 58 por ciento de los asiaticoestadounidenses y el 31 por ciento de los estadounidenses blancos que hacen el examen lograron una puntuación de 1200 o superior en el SAT en 2022, según College Board, la organización que administra la prueba. Para los estudiantes latinos y negros, esos números fueron del 12 y el 8 por ciento, respectivamente.
Para quienes la apoyan, las desigualdades persistentes son prueba de que la acción afirmativa con conciencia de raza todavía es necesaria (y la razón por la que esos estudiantes llegan rezagados a las instituciones de élite).
Luis Acosta, quien creció en la zona rural de Carolina del Norte como hijo de migrantes mexicanos, aseveró que pensó en abandonar los estudios en su primer año en la universidad insignia del estado en Chapel Hill.
Recuerda que pensó: “No sé si pueda lograrlo aquí. Tal vez, debería estudiar en otro lado”. El ánimo que le dio su profesor de Química le ayudó a continuar. Ahora, cursa el cuarto año en la facultad de medicina y está en el proceso de residencias en pediatría.
Los expertos señalan que el camino de Acosta coincide con los datos que indican que los estudiantes negros y latinos en escuelas de élite se ven beneficiados por la acción afirmativa. Es más probable que se gradúen de universidades altamente selectivas y ganen más después de graduarse.
Científicos sociales también reconocen el papel que desempeñan las admisiones con conciencia de raza en hacer retroceder parte de la desigualdad cada vez más grave.
Se cree que alrededor de cien universidades muy selectivas realizan admisiones con conciencia de raza y, cada año, otorgan títulos a alrededor de 10.000 a 15.000 estudiantes negros y latinos que de otro modo no habrían aceptado, según una estimación aproximada de Sean Reardon, un sociólogo de la Universidad de Stanford.
Eso representa cerca del uno por ciento de todos los estudiantes en universidades con carreras de cuatro años y alrededor del dos por ciento de todos los alumnos negros, latinos y nativos americanos en universidades con carreras de cuatro años.
Reardon opina que, aunque sean escasos en número, estos estudiantes tienen un gran efecto, debido al “enorme papel que los graduados de las escuelas más selectas desempeñan en la toma de decisiones sociales, económicas y políticas”.
Consideremos el caso de la jueza Sonia Sotomayor, egresada de las universidades de Princeton y Yale y la primera persona latina en convertirse en miembro de la Corte Suprema, quien se ha descrito a sí misma como una “bebé perfecta de la acción afirmativa”.
O el expresidente Barack Obama, egresado de Columbia y de la Facultad de Derecho de Harvard, donde, en 1990, escribió que era “alguien que, sin duda, se ha beneficiado de los programas de acción afirmativa durante su carrera académica”.
No son los únicos beneficiarios que han dejado huella
Para principios de los años noventa, la acción afirmativa ayudó a impulsar el porcentaje de afroestadounidenses en la facultad de medicina en un factor de cuatro, según un estudio del año 2000 realizado por economistas de la Universidad Georgetown y la estatal de Míchigan (lo que produjo médicos que elegían con mayor frecuencia que sus colegas brindar atención a comunidades con concentraciones altas de residentes negros y latinos).
Zachary Bleemer, un economista de Yale, estudió a los candidatos de la Universidad de California antes y después de que el estado prohibiera las admisiones con conciencia de raza en 1996.
Bleemer descubrió que antes de la prohibición, los residentes estatales negros y latinos tenían mayores probabilidades de asistir a las escuelas más selectivas del sistema y, en las décadas después de graduarse, ganar 100.000 dólares o más que aquellos que presentaron su solicitud después de la prohibición.
Anthony Jack, de 38 años, profesor adjunto en la Escuela de Posgrado en Educación de la Universidad de Harvard, mencionó: “Si las instituciones de las que me gradué no hubieran tenido la libertad de decir: ‘Le voy a dar una oportunidad’, de ninguna manera habría sido posible que yo te estuviera hablando como un profesor de Harvard en este momento”.
Jack se graduó de Amherst College, donde la matriculación cuesta una y media veces el salario anual de su madre.
Carl Phillips ingresó a Harvard en 1977 con lo que él llama “puntajes respetables del SAT pero no los más altos” y las dudas de los estudiantes blancos en su bachillerato público en Cabo Cod, Massachusetts, quienes especularon que fue aceptado porque era negro.
En el trabajo que realizaba mientras estudiaba, que consistía en limpiar los baños de los dormitorios, las divisiones de clase y raza eran palpables. Recordó que le decían: “Estás caminando por la explanada de Harvard con un balde de agua y hay personas que usan chaquetas de ‘tweed’ y disfrutan de su tiempo libre”.
Phillips relató: “Por un lado, estaba agradecido de haber sido aceptado; por el otro, sentí que tenía que demostrar que era digno de que me dejaran ingresar”.
Pero se sintió en particular satisfecho cuando pasó a ser profesor de Latín a nivel bachillerato. Manifestó: “No hay muchas personas negras que hagan eso”. Y luego, cuando enseñó a nivel universitario, vio que podía inspirar confianza en los estudiantes negros y homosexuales, quienes a menudo le decían que “nunca habían tenido un profesor que luciera como” yo. Este año, ganó el premio Pulitzer de poesía.
Phillips, ahora un profesor en la Universidad de Washington en San Luis, expresó: “Tal vez, es difícil medir las formas exactas en que la acción afirmativa ayuda, pero puedes ver esta cadena. Se le da acceso a una persona; esa persona luego pasa a tener una posición en la que puede dejar entrar a otras personas”.
Estigma e inseguridad
En 2012, cuando corrió la noticia en la oficina de Patsy Zeigler de que su hija menor había sido aceptada en la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill, una colega blanca le preguntó: “¿Cómo sucedió eso?”.
Había un niño en su iglesia, le explicó la colega (un niño blanco, quiso decir), que no logró entrar. Y ese estudiante, agregó la colega, era “muy inteligente”.
Zeigler sintió que se le ponían los pelos de punta. ¿Debía mencionar que su hija, Star Wingate-Bey, obtuvo un puntaje casi perfecto en la parte verbal de su examen SAT? ¿Debía citar el liderazgo de Star en la sociedad de honor? ¿Las ofertas que recibió de otras universidades prestigiosas?
Recuerda haber pensado: “¿Muy inteligente? ¿Qué está diciendo sobre Star?”.
Esta no es una experiencia poco común para los estudiantes negros y sus familiares en las escuelas de élite.
Ese estigma colectivo, según han explicado los críticos de la acción afirmativa, socava los logros de los negros en Estados Unidos.
Sobre los estudiantes negros, Ward Connerly, un empresario negro en California que se opone a la acción afirmativa desde hace mucho tiempo, ha dicho: “¿Sabes qué refuerza la idea de que son inferiores? Que les digan que necesitan una preferencia para tener éxito”.
Pero prácticamente ninguna universidad de élite toma decisiones de admisión basadas únicamente en los puntajes de las pruebas o las calificaciones. La lista de alumnos con preferencia es larga: deportistas reclutados; hijos de exalumnos, donadores y profesores; y, en Harvard, una “lista del decano” de personas destacadas. Alrededor del 43 por ciento de los estudiantes blancos admitidos en la universidad caía en esas categorías, según los datos de admisión que se dieron a conocer durante la demanda.
Richard Sims, de 75 años, médico graduado de la Facultad de Medicina de Harvard, señaló que algunos de sus compañeros de clase eran hijos de exalumnos y “no eran estudiantes destacados de ninguna manera”.
Agregó: “Utilizaron eso para ingresar a Harvard, entonces, ¿por qué debería sentirme incómodo por tener una acción afirmativa que contribuya a mi admisión?”.
Un vistazo al futuro
En el otoño de 2018, un estudiante de Berkeley le dijo a Kyra Abrams que seguramente había sido aceptada porque era negra.
A Abrams no le pareció divertida la broma. Después de todo, las admisiones con conciencia de raza habían estado prohibidas en las universidades públicas de California desde hacía más de dos décadas.
No obstante, Berkeley tiene sus propios desafíos. Abrams mencionó que los estudiantes negros se referían a sí mismos como “el 1,9 por ciento”, su proporción en la población estudiantil, un descenso de los ya bajos dos dígitos en los años previos a la prohibición.
Pensó que su rareza explicaba por qué los estudiantes que distribuían volantes en el centro de actividad estudiantil del campus, Sproul Plaza, la ignoraban, pues asumían que no era una estudiante real, una experiencia conocida como “Sprouling while Black” (o ser ignorado en Sproul por ser negro).
Después de graduarse la primavera pasada, Abrams se inscribió en un programa de doctorado en Informática en la Universidad de Illinois Urbana-Champaign. Se cuestionó si la decisión inminente de la Corte Suprema podría significar que la vida de los estudiantes negros y latinos en otras escuelas de élite ahora podría parecerse a su experiencia en Berkeley.
Si es así, quiere decirles que será difícil. Concluyó: “Simplemente te sientes aislado”.